martes, octubre 04, 2005

Bautismo de los niños



Me lo envía D. José Ignacio Munilla


No comparto el planteamiento de Alfredo Tamayo en su artículo “¿Debemos seguir bautizando a los niños?” (D.V., 30-9-05), en el que se decanta por la negativa. Extrañar, no me extraña en absoluto, desde el momento en que se apoya en las formulaciones de José María Castillo, profesor de teología depuesto de su sede de Granada, que está en abierto enfrentamiento con el magisterio de la Iglesia Católica. En cualquier caso, la cuestión que se plantea nada tiene de novedad, sino que nos evoca el clima eclesial del Mayo del 68 -felizmente superado ya por muchos-.

El Catecismo de la Iglesia Católica es suficientemente claro: “Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios, a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento. Los padres cristianos deben reconocer que esta practica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado. La practica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando "familias" enteras recibieron el Bautismo (cf Hch 16, 33; 18, 8; I Co 1, 16), se haya bautizado también a los niños.” (Nº 1250-1252)

Ya sabemos que la gracia de Dios tiene muchos cauces, y no se limita al conducto de los sacramentos. Baste leer unos párrafos más adelante del texto anteriormente citado del Catecismo Católico:"En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2, 4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a mi, no se lo impidáis» (Mc 10, 14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aun la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo." (nº 1261)

El verdadero motivo de la incomprensión del bautismo de los niños en nuestros días es la reducción del cristianismo a un mero humanismo; o, si queremos precisar más, a un naturalismo voluntarista. El problema de fondo es el olvido del misterio de la Redención, tal y como es expresada en la Sagrada Escritura.. Parece como si el único cometido de Cristo hubiese sido una vaga “humanización” del hombre. El mensaje de Jesús se limita a la trasmisión de unos valores solidarios y comprometidos con la sociedad. La salvación de Jesucristo quedaría reducida al buen ejemplo que nos dio, y que ahora ha de ser secundado por nuestra parte, en una elección libre, madura y consciente. Según esto, como el niño no puede realizar actos maduros y libres, no puede tener acceso a la gracia de Cristo. Sin embargo, ante planteamientos similares, San Agustín clamaba en su época: “habéis reducido la gracia de Cristo al ejemplo de su vida, olvidando que lo principal es el don de su persona”. Dicho de otra forma, nosotros sabemos que nada somos sin la gracia de Dios. “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). La gracia de Dios viene en socorro de nuestra debilidad: nos sana y nos eleva a la condición de hijos de Dios. ¿Cómo despreciar el bautismo de los niños?

Por desgracia, esta falta de perspectiva de fe, no se reduce al bautismo, sino que se extiende al resto de los sacramentos. En nuestros días es frecuente que el sacramento de la Confirmación sea presentado como un “decir sí al bautismo que nuestros padres nos dieron”. Es decir, se tiende a explicar bajo el prisma de la aceptación personal de la fe en la que hemos sido educados, al alcanzar la mayoría de edad. Sin embargo, aún siendo cierto que el momento en el que solemos celebrar la Confirmación sea sin duda una buena ocasión para agradecer y responsabilizarse del don de la fe recibido en el bautismo, debiera de quedar claro que no es correcto hacer del “sí” personal, la esencia del sacramento. Eso es una falsificación. De esta forma dejamos en el olvido que lo central del sacramento es el don del Espíritu Santo. Lejos de ser la Confirmación una celebración en la que hacemos declaración de nuestra madurez en la fe, se trata más bien de una petición, que tiene eficacia sacramental, del don del Espíritu Santo para que esa firmeza en la fe pueda ser posible.

El Evangelio nos dice: «No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino que soy yo el que os he elegido a vosotros». Es verdad también que todos los sacramentos requieren de alguna forma de nuestro “sí” personal. Así, por ejemplo, la entraña del sacramento de la penitencia es la misericordia de Dios Padre, pero es indispensable nuestro arrepentimiento para poder recibirla.... Y así podríamos continuar con todos y cada uno de los sacramentos.

Se da el caso de que cuando en algunas circunstancias, no es posible un “sí” consciente de quien lo recibe -caso del bautismo de los niños o de la unción de enfermos a quien está en coma-, la Iglesia no prescinde de ese elemento, sino que lo apoya en la afirmación de fe de los padres y padrinos –promesas bautismales- o celebra el sacramento bajo condición de la apertura a la gracia de quien lo recibe –sacramento de la unción in extremis-. A pesar de todo ello, por muy importante que sea nuestra libertad y consciencia en la recepción de los sacramentos, es necesario recordar que el don de Dios nos precede y que supera nuestras expectativas.

De la misma manera que, afortunadamente, hoy en día existe una sensibilidad muy desarrollada para denunciar la reducción y manipulación de los sacramentos a unos actos de sociedad, así también debemos de estar vigilantes ante la tendencia a reducir los sacramentos a meros procesos de acompañamiento y afirmación de la madurez en la fe del cristiano, dejando en el olvido el misterio de la Redención gratuita por el que hemos sido liberados del pecado y de sus consecuencias eternas. Insisto: antes que nada, somos “mendigos de la gracia” .




Adopcion Espiritual

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