Mientras en Estados Unidos ya hace tiempo que se habla de negocio (cfr. Aceprensa 40/07), treinta años después del nacimiento de la primera niña probeta en Gran Bretaña comienzan a oírse más voces críticas en Europa. Un estudio presentado recientemente en París, De la píldora al bebé probeta. ¿Elecciones individuales o estrategias médicas?, analiza la dura experiencia de las parejas sometidas a procesos de fecundación in vitro (FIV).

Es una verdadera carrera de obstáculos; la FIV impone obligaciones de organización muy pesadas, tratamientos dolorosos y un alto riesgo de fracaso; algunos sienten que se instrumentaliza su cuerpo: las mujeres porque se convierten en una máquina de producir ovocitos y los hombres porque se ven reducidos a donantes. Muchos se rebelan frente a una medicina que califican de veterinaria, demasiado estandarizada y anónima”, afirma Annie Bachelot, psicosocióloga del Inserm y autora de una parte de la investigación.

Más fracasos que éxitos

Las consecuencias negativas también provienen de la falta de información sobre los índices de fracaso de estas técnicas. “Después de cada intento de FIV, más de un 25% de las parejas abandonan y muy pocas van más allá de cuatro tentativas”. Entre las que siguen, puede darse una especie de huida hacia delante, a veces incluso alentada por el médico, aunque en otros muchos casos refrenada; en esos momentos suele derivarse al paciente a la consulta de psiquiatría: porque parece que se juegan algo más que el deseo de tener un hijo”, señala Bachelot.

La realidad francesa, similar a la española, es que “hay poca información sobre la tasa de éxito en la técnicas de fecundación in vitro. Las clínicas dan porcentajes de entre el 20 y el 30 por ciento”, afirma el doctor Guillermo López, director de Ginecología de la Clínica Universitaria de Navarra. “En medicina, una técnica con un 70 por ciento de fracasos no se haría, no se admitiría, pero aquí todo vale. Como las familias buscan el hijo desesperadamente, se les ofrecen novedades, añadidos que puedan darles más garantías y se encarece todo el proceso técnico: es una industria muy rentable y las posibilidades son muy amplias”.

Efectos psíquicos

En opinión de Guillermo López, las personas sometidas a esas técnicas sufren repercusiones psíquicas no solo cuando no hay éxito –con la FIV hay muchos abortos espontáneos, y eso genera gran frustración–, sino incluso aun habiendo tenido descendencia. “Aunque en esta clínica no hacemos reproducción asistida por motivos éticos, llegan a consulta bastantes matrimonios con dramas tremendos, tanto por los fracasos de la técnica como por saber –después del éxito– que tienen aún embriones congelados y deben decidir qué hacer con ellos después de cinco años, si no quieren o no pueden afrontar un nuevo embarazo”.

Otro elemento que influye también en las dificultades para tener hijos es la edad de los padres. La edad media de la primera maternidad entre las mujeres españolas era de 29,3 años en 2005 y más de la mitad de los partos primerizos (56,1%) correspondieron a una madre de 30 o más años. “Eso es una barbaridad, porque indica que muchas los tienen ya cumplidos los 35”, explica Margarita Delgado, demógrafa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (El País, 24-11-2007).

Al boom de la anticoncepción de las últimas cuatro décadas, se le une ahora el extremo opuesto: la reproducción sin sexo y a toda prisa. La misma sociedad que pospone los nacimientos por motivos laborales o sociales acaba viendo en la infertilidad un tipo de limitación y pagando por la gestación un alto precio –entre 3.000 y 6.000 euros por ciclo–, bajo el lema de que hay que asegurarse de haberlo intentado todo.

La ausencia de hijos se considera como una minusvalía –ahí se incluyen también las mujeres solas– y la carrera por la gestación se impone, aun con la sensación de convertir el propio cuerpo en un mero instrumento.

A veces falta paciencia para esperar que llegue la concepción, así como también desconocimiento de otras posibilidades. “En bastantes centros de reproducción asistida se ofrecen técnicas in vitro en plazos breves, seis o doce meses después de la primera consulta. La microcirugía tubárica, por ejemplo, para la reconstrucción de ligaduras anteriores, tiene una tasa de éxito de embarazos del 70 por ciento, muy por encima de la que ofrece la FIV, pero de esto se informa poco”, señala el director de Ginecología de la Universidad de Navarra.

¿Por qué no “madres de alquiler”?

Además de las motivaciones personales, en la carrera de las parejas que buscan descendencia también influye el marketing que llevan a cabo las clínicas de fertilidad. Hay un negocio creciente en torno a la donación de óvulos, a la que se suele recurrir cuando la madre supera los 40 años.

A pesar de que la legislación española no autoriza la venta de óvulos, la compensación a la donante por las molestias puede llegar a los mil euros por proceso. Lo cual contribuye a que en España haya bastantes más donaciones que en otros países, como Francia, donde no se permite el pago. Además, se ofrecen servicios de congelación de espermatozoides y de óvulos.

También se comprueba una creciente tendencia a ampliar el tipo de clientela de la fecundación asistida y a admitir técnicas que al principio se descartaban sin dudar. En un primer momento, la fecundación asistida se destinaba solo a parejas con problemas de fertilidad.

Pero pronto se ofreció también a mujeres solas, sin ningún problema reproductivo, excepto el de no tener pareja o de ser lesbianas (así es en España, aunque esto no se acepta en países del entorno como Francia e Italia); en Andalucía incluso se ha anunciado que la sanidad pública financiará este deseo reproductivo de mujeres solas para que ninguna resulte discriminada (ver Aceprensa 69/08).

El hijo a cualquier precio está llevando también a ver de un modo favorable prácticas que al principio se rechazaban como indignas, tales como las “madres de alquiler”, que la legislación española no permite. A comienzos de julio, los expertos europeos reunidos en el XXIV Encuentro Anual de Medicina Reproductiva en Barcelona ya solicitaron la legalización en España de las madres de alquiler. Según Anna Veiga, doctora del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona, “valdría la pena despenalizar este procedimiento, aunque aplicándolo de manera pormenorizada”, es decir, no por motivos estéticos o utilitarios sino por motivos médicos.

Pero la línea, como en otras técnicas ya generalizadas, es difícil de trazar. Al vientre de alquiler se recurre en otros países cuando hay células germinales de una pareja, pero falta el útero, como consecuencia de una extirpación motivada por un cáncer. Una vez realizada la fecundación in vitro, el embrión resultante se traslada a un útero contratado para proceder a la gestación.

El recurso a madres de alquiler se tolera ya en Bélgica y Países Bajos, y está autorizado en Reino Unido, Canadá, Grecia y Estados Unidos. Es posible encontrar anuncios con ofertas de este tipo en Internet, en el marco de lo que se denomina turismo reproductivo. Con esta práctica, a la búsqueda genérica de descendencia se añade una condición: asegurar que el niño tenga los mismos genes que sus padres.

La posible legalización de las madres de alquiler, que actualmente se debate en el Senado francés, ha levantado también voces de alarma. El ginecólogo René Frydman, que admite y practica la fecundación artificial, advierte (Le Monde, 30-06-2008) que se está sobrevalorando lo genético, frente a la paternidad “de intención”, es decir, la que está presente en fórmulas como la adopción, o incluso la donación de gametos.

Los detractores de la maternidad de alquiler consideran que las mujeres que se ponen al servicio de parejas infértiles por dinero se están prostituyendo, y que el hijo va a salir perjudicado. “El embarazo no consiste solo en llevar a un bebé, es una experiencia fundamental que modela a los dos protagonistas: la futura madre y el hijo en gestación. Apenas estamos empezando a descubrir la complejidad y la riqueza de la interacción entre la madre y el bebé en el útero”, afirma Frydman, a la vez que recuerda el esfuerzo psíquico que tendrá que desarrollar la madre de alquiler para no quedar vinculada por los lazos que se crean entre ambos.