lunes, mayo 27, 2013

Lo hombres y el aborto, un silencio impuesto




Cada año, desde 1974, se celebra en Washington la "Marcha por la vida" un acto reivindicativo en el que se pide la revocación de la ley Roe vs. Wade, por la que se legalizó el aborto en Estados Unidos en 1973. 

Desde no hace mucho tiempo, Chris Aubert participa en esa marcha o en la marcha que se hace en su localidad. Lo hace consciente de lo que vale una vida después de darse cuenta de que, en lugar de los cinco hijos que le hacen inmensamente feliz, esa cifra podría ser de siete. En 1985, su por entonces novia le dijo que estaba embarazada y que iba a abortar. Él le dio 200 dólares y se marchó a ver un partido de béisbol. En 1991, la historia se repitió con otra novia. "Era totalmente irrelevante para mí", cuenta en su blog. Él creía que aquello no repercutiría en su vida, pero, un día, en la consulta del ginecólogo, viendo, con su actual esposa, una ecografía de uno de sus hijos -esta vez sí deseado-, sintió una punzada en el pecho, un arrepentimiento profundo por lo que había hecho. "Si pudiera volver atrás, salvaría a esos niños", confiesa; "Hay una mancha que no se irá de mi alma".

Sobreproteger o destruir

Vicky Thorn es activista provida desde antes de que existiera el movimiento como tal. Es la fundadora del Proyecto Raquel, que ayuda a las mujeres tras un aborto provocado. También a los hombres, aunque asegura a Misión que las secuelas de esta práctica en ellos son aún "un tabú, porque se considera al aborto como un asunto de mujeres". Tras no permitir el nacimiento de un hijo, Thorn describe una doble reacción en los hombres: por un lado, están los que, al tener hijos deseados, se vuelven sobreprotectores y viven en constante angustia por que les suceda algo. Por otro, se encuentran los que han pasado por un infierno de alcohol, drogas, adicciones sexuales y autodestrucción. La experiencia de Thorn es que, tras la pérdida, el varón pasa por la ira, la rabia, la frustración, el sufrimiento profundo, el arrepentimiento y la tristeza. "Les cuesta aceptar que han mirado hacia otro lado", afirma. A estos sentimientos se une la vergüenza por haber permitido que les arrebataran a sus hijos, a los que debían de haber protegido.

Otra de las ideas que apoya esta pretendida desvinculación del hombre de la paternidad es la de que "se trata del cuerpo de la mujer y por eso ella debe decidir". "Un embarazo es cosa de dos y hay que hablado, más incluso si es inesperado. No se puede dejar al hombre de lado", asegura Samuel, que, dentro de apenas cuatro meses, se convertirá en padre a los 20 años de edad. Ni sus padres, ni los padres de su novia, ni su novia, ni él trabajan. Aún así, estamos todos muy contentos. En mi familia, nos gustan mucho los niños, y yo quería tener hijos, aunque no tan pronto", concluye. Les preocupa el futuro, y por eso acudieron a Red Madre. Desde esta organización les procurarán todo lo necesario para que a su pequeño no le falte de nada.

Pero la mentira sobre el papel del hombre en la procreación se extiende como una mancha de aceite. En ese pilar se apoyan muchos de los abortorios para esgrimir sus argumentos, cimentados desde una profunda visión feminista. Sin ir más lejos, una visita a la página web de la clínica Dator nos da la respuesta. En su apartado "Hombre y aborto", la primera frase reza así: "Es la mujer quien debe tomar la decisión final sobre tener o no un aborto".

Ondina Vélez, médica y miembro del Instituto CEU de Estudios de la Familia, afirma que los hombres se sienten muy heridos tras el aborto, de tal forma que, en muchos casos, incluso pueden no volver a retomar la relación con su pareja: "En muchos matrimonios y parejas, la actitud más frecuente es que los hombres se encuentren expectantes y aceptan la decisión de ellas, precisamente porque sienten que 'el aborto es cosa de mujeres' y que ellos no tienen derecho a opinar". Por ejemplo, dos de los varones que ha atendido Ondina en su consulta no estaban de acuerdo con deshacerse del hijo que venía en camino. "Al poco tiempo, rompieron la relación con sus parejas", apostilla Vélez.

Son los que, o miran para otro lado, o inducen a la mujer a cometer un aborto. Parece que no se pueden desvincular de esa "mala prensa". Sin embargo, también son víctimas de un entorno que muchas veces les presiona. Como dice Thorn, "fueron animados a permitir que ella eligiera, cuando en realidad ellos querían ser padres". 

Para más información: redmadre.es proyecto-raquel.com 
Leído en  revistamision.com 

domingo, mayo 19, 2013

Lidia Esther: Cada vez que veía a un niño pequeño por la calle, me estremecía


"Abortar a mi hijo me llevó al pozo”, cuenta Lidia Esther, tinerfeña de 33 años. Un pozo de angustia que le condujo a la separación, la droga, la pérdida del trabajo, la desesperación. Abortó al feto de dos meses en 2007, cuando ella tenía 27 años, y desde entonces no levanta cabeza. 

“No es cierto que el aborto no deja huella, como dicen algunas. No hay día que no recuerde aquella terrible experiencia. Acabar con mi hijo me hizo muy desgraciada”, afirma Lidia Esther. La joven llevaba cinco años viviendo con su novio y tenían pensado casarse, cuando ella se quedó embarazada. “Teníamos trabajo los dos, económicamente no estábamos mal, el feto no tenía malformaciones. Y vivíamos una vida de lujos: hoteles casi todos los fines de semana, ropa de marcas, fiestas. Pero mi pareja me obligó”. Motivo: aún no estaba preparado para ser padre. Lidia se dejó convencer y pasó por el quirófano. 

“Para mi fue un mero trámite”, relata. A los dos meses se casaron. “Si en ese momento me hubieran preguntado si el aborto era bueno, les hubiera dicho que sí, que era un derecho de la mujer (nosotras parimos, nosotras decidimos). Si me hubieran hablado del síndrome post-aborto me hubiera reído. Me sentía bien, creía ser feliz, pero no era así”. Nada más casarse empezaron los problemas. 

“La relación se convirtió en un infierno. Yo empecé a odiarle a él y él a maltratarme. A los pocos meses, nos separamos”. Lidia entró en depresión y su vida comenzó a deslizarse por un tobogán sin fin. “Perdía los trabajos, me metí en drogas, tenía relaciones sexuales sin control. No veía salida por ningún lado”. Está convencida de que la causa de todo aquello era el aborto. “Cada vez que veía a un niño pequeño por la calle, me estremecía”. Lidia perdió las ganas de vivir y “en tres ocasiones intenté quitarme la vida”. El infierno se prolongó durante casi seis años. Hasta que su madre la llevó a un sacerdote de su parroquia. “Yo no era religiosa, pero mi madre insistió”. El cura fue “la única persona que me comprendió y no me juzgó”. 

Lidia Esther experimentó la necesidad del perdón y la angustia fue cediendo poco a poco. Pero “seguía sin asumir la carga del aborto, hacia esfuerzos por borrarlo de mi vida”. Empezó a asumirlo cuando se introdujo en la vida parroquial: “Me relajaba, me hacía sentir querida y perdonada”. Pero el gran paso lo dio, cuando una psicóloga le recomendó que fuera a una concentración en contra del aborto. “Fui a apoyar -cuenta Lidia- lo que no sabía era que esa mañana mi vida cambiaría de verdad”. 

"Me sinceré con una chica; y esa conversación me hizo ser consciente de que lo malo que me había pasado era consecuencia de todo eso. Me habló del Síndrome post-aborto y todo cobró sentido. Lo primero que hice a partir de ahí fue confesarme de este gran pecado que había cometido”. Más tarde, estuvo en el Santuario de Medjuroge, donde se confesó. “No te acabas de quitar de la cabeza que has acabado con la vida de tu hijo, pero una vez te has reconciliado con Dios, piensas que está en el Cielo”. Lo llama Iván y habla con él. “Recé a la Virgen y salí de allí con la satisfacción de que mi hijo me había perdonado. Me dio mucha paz, me sentí querida”. 

A partir de ese momento, “supe que debía ayudar a que nadie más pasara por lo que yo he pasado”. Ahora ha vuelto a trabajar y se siente diferente. Colabora con grupos pro-vida y ha participado en varios “rescates” de chicas que iban a abortar. “Les digo que acabar con el hijo no es la solución”. Algunas se convencen y otras no, pero “ninguna de las que han decidido seguir adelante, se ha arrepentido de tener al niño”. Cree que no basta con reformar la actual ley del aborto. 

“Si volvemos a la ley anterior, se salvarán vidas, pero la ley antigua era un coladero y tampoco es la panacea”. Lidia Esther cree que el riesgo psíquico era una excusa, y que ni siquiera las malformaciones son razón suficiente para abortar. “Creo que si mi feto hubiera tenido malformaciones, yo habría seguido adelante”. Pero los médicos recomiendan hacerse pruebas y más pruebas a las embarazadas para detectar malformaciones.  “Pienso que no es motivo para acabar con una vida. Además, una persona con malformaciones puede ser un bendición”. Sabe de lo que habla: tuvo una hermana con parálisis cerebral, que falleció a los 35 años. “Te cambia la vida, te hace valorar lo importante”. Defender la vida no es asunto de derechas, ni de izquierdas, asegura, ni tampoco de ser o no religioso. Aunque añade: “si todos fuésemos más religiosos no abortaríamos”. “Nadie tiene derecho a matar a nadie. Aunque yo no soy quien para juzgar a nadie”.

Alfonso Basallo en Época 19-05-13