martes, junio 02, 2015

Paraguay permanece firme en defensa de la vida, pese a falsedades y presiones de grupos abortistas internacionales

Krista Schmid Thomas
Directora de Comunicaciones
Human Life International

La humanidad entera estaría de acuerdo con que la violación es un crimen horrible. Tal es el caso de la chica paraguaya de 10 años que fue violada por su padrastro y quedó en embarazada. Lamentablemente, la comunidad internacional, incluyendo la ONU, está explotando esta situación, ejerciendo presión sobre este país incondicionalmente provida para que permita el aborto. En vez de prestarle atención al violador, quien debe ser severamente castigado, el centro de su atención es someter a un castigo cruel e inusual a dos personas inocentes: la niña y su criatura por nacer.

“La reacción instintiva de mucha gente ante esta terrible situación es ofrecer a esta jovencita la falsa solución del aborto”, dijo el Padre West, vice-presidente para las misiones de Human Life International. “En realidad, si esa ‘solución’ se lleva a cabo, la misma constituirá otra violación a esta niña y otro trauma que tendría que arrastrar para el resto de su vida”.

Mientras los “expertos en derechos humanos” de la ONU exigen que se cometa un aborto como “tratamiento para salvar la vida” de la niña, el Ministro de Salud de Paraguay, Antonio Barrios, insiste en que la chica está recibiendo atención médica pre-natal y apoyo psicológico de alta calidad. La menor, quien ya tiene cinco meses de embarazo, se encuentra en buen estado de salud y es capaz de dar a luz al término de la gestación.

Los abortistas distorsionan la verdad acerca del aborto. Sin embargo, el pueblo paraguayo sabe y comprende que el aborto es un acto de violencia, y está convencido que la vida es un don de amor. El aborto promueve una “cultura” de muerte y niega el hecho científico, que la Iglesia Católica defiende, de que la vida de la persona humana comienza en su concepción.

El Papa Francisco defiende esta verdad diciendo: “El problema moral del aborto es de naturaleza pre-religiosa, porque el código genético se graba en la persona en el momento de su concepción. Ahí hay un ser humano. Separo el tema del aborto de cualquier noción específicamente religiosa. Se trata de una cuestión científica. No permitir el ulterior desarrollo de un ser que ya posee en su totalidad el código genético que lo especifica como un ser humano carece de ética. El derecho a la vida es el primero entre los derechos humanos. Abortar a un niño es matar a alguien que no se puede defender” [1].

Esta trágica situación constituye una clara ocasión pedagógica para el Arzobispo de Asunción, Monseñor Edmundo Valenzuela, y para otros fieles provida, de exponer la verdad acerca del carácter violento de la muerte por aborto. Sus esfuerzos encaminados a salvar estas dos vidas humanas merecen el pleno apoyo y las oraciones de la comunidad internacional, especialmente en un país que se conoce por tener leyes que protegen la vida de todos sus habitantes, incluyendo la de los bebés por nacer.

Como explica el Padre West, utilizar un medio violento no es una solución para esta joven madre ni tampoco para su criatura por nacer. “La violencia perpetrada contra la segunda víctima [del acto de violación] no va a deshacer la violencia perpetrada contra su madre. Una injusticia no se resuelve por medio de otra injusticia, especialmente por medio de un acto tan traumático como es el aborto, el cual constituye una injusta pena capital para la segunda víctima de la violación: la criatura inocente que crece y se desarrolla en el seno de su madre”.

“La mejor solución, y la más amorosa – siguió diciendo el Padre West – es apoyar a la niña a través de su embarazo, el parto y el post parto”.


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