martes, diciembre 06, 2005

Testimonio de unos padres de un bebé anencéfalo


En un instante, en mi corazón escuché en silencio: “Acepta lo que te venga”.

Era el segundo día del verano, volvía a casa después del trabajo en el autobús leyendo un libro, cuando levanté la vista, miré a través de la ventana. En un instante, en mi corazón escuché en silencio: “Acepta lo que te venga”. Me sorprendió. ¿Qué me quería decir Dios con esto? No entendí, volví a mi lectura y llegué a casa. Le di un beso a mi esposo, otro a nuestra hija Elisabet y empezamos a comer. Le comenté a Andreas el detalle del autobús y poco después lo olvidamos.


La tarde transcurrió con normalidad. A las 7 sonó el teléfono, mi ginecólogo me llamaba a casa. Había olvidado acudir a la consulta esa tarde. “Ana, me han llamado los del laboratorio dándome el resultado de la analítica de sangre. No me gusta dar estas noticias por teléfono pero, como no has venido. Tienes niveles de alfaprogesterona muy altos. Eso no es bueno. Necesito que vengas ahora y hablemos”.



Dejamos a Elisabet con mis padres que acababan de llegar a nuestra casa. Andreas y yo nos pusimos los zapatos y... a Madrid. Recordé la frase de la mañana y le dije a Dios. “Acepto lo que me venga”. Con las manos en el volante me puse a cantar el estribillo de una canción que me gusta mucho, pidiéndole a la Virgen, mi Madre, fuerzas para cumplir lo que acababa de decirle a Dios. “Hágase en mi tu voluntad, yo soy la esclava del Señor”. Mi canción era mi oración. Sencilla, directa, con confianza en medio de la tribulación del corazón. Y es verdad, a medida que la cantaba me llenaba de una extraña y preciosa fortaleza.



Aparqué, sonó el móvil. Mi madre. “Ana, no pasa nada, no tengas miedo, Dios está por encima de todo. No va a pasar nada. Todo va ir bien”. Yo ya intuía en mi corazón que, una vez más que los planes de Dios no son como nuestros planes ni sus caminos como los nuestros[1]. Ya había aceptado, sin saberlo, lo que había que venir. Esa es la fuerza que da el Espíritu Santo gratis a todos los que aman a Dios o por lo menos intentan amarle.



Mi ginecólogo es una excelente persona y un gran profesional. Atendió mi primer embarazo y quiso atender también mi segunda gestación. La maternidad es un regalo precioso que Dios ha concedido a las mujeres: participar con Él en el don de la vida y en la grandeza de la creación. El ser madre siempre es emocionante y llena de alegría el corazón. No obstante, el segundo embarazo es más relajado porque ya sabes lo que hay. La ciencia ha avanzado mucho y eso es muy bueno. Es increíble que con un simple análisis de sangre se detecten tantas cosas.



¡Buenas, tardes! Nos estrechó la mano en un cordial saludo. Nos sentamos. Empezó a hablar. “... los niveles altos de alfaprogesterona indican una malformación en el feto que normalmente resulta una anancefalia. Esto ha de confirmarse. Ya sé que vosotros no queréis someteros a la amiocentesis por el riesgo de aborto que conlleva. Además, lo único que encontraríamos serían niveles más altos de alfaprogesterona en el líquido amniótico que ya son obvios en la sangre. Hay muchas otras pruebas que se pueden hacer para confirmar el diagnóstico... ”. Andreas, como buen científico, hizo algunas preguntas mientras analizaba la situación. “... es una malformación incompatible con la vida. No hay remedio. Es la única situación en la que aceptaría una interrupción del embarazo. Yo sé que vosotros, por vuestros principios religiosos no estáis de acuerdo con el aborto. Es una decisión que debéis de tomar. Si queréis continuar con el embarazo, os acompañaré hasta el final”. A Andreas y a mí se nos llenaron los ojos de lágrimas y el alma se estremeció. Mi corazón murmuró en silencio: “Hágase en mí tu voluntad yo soy la esclava del Señor”. Dejé de llorar.



Llegamos a casa. Relatamos a mis padres todo. Se miraron. “Es lo más fuerte que nos ha ocurrido en la vida” - dijeron. “Mañana iremos a ver a una doctora experta en malformaciones fetales para confirmar el diagnóstico”- adelantó Andreas, “hasta entonces no podemos decir nada”. Aquella noche, le dije a Andreas: “Si es niño se llamará Isaac y si es niña se llamará María”.



La doctora nos recibió por recomendación de mi ginecólogo, pues su agenda no estaba libre hasta un mes después. Tenía un aparato que permite visualizar el seno materno como a través de un cristal. “¿Queréis ver las imágenes a través del monitor? Hay personas que no quieren porque son muy fuertes?”. “Sí, queremos”. Se veía muy claramente y sus explicaciones nos esclarecían muchas cosas. “Efectivamente, es una anancefalia. ¿Veís? Aquí se ve muy notoriamente la ausencia de la cavidad cráneal. Estos bebés no tienen posibilidad de vivir después de nacer.” Las lágrimas se escapan de mi ojos. “Tenéis que tomar una decisión. Me ha dicho Fernando, que por vuestras convicciones religiosas no estáis inclinados por el aborto. La mayoría de las parejas toman esa opción porque no hay posibilidad de supervivencia y supone un gran desgaste físico para la mujer. Debéis de tomar una decisión consensuada en pareja y una vez hecha no mirar atrás. Tomaos poco tiempo, máximo, seís días”. (Este consejo fue muy útil para nosotros). “Por favor, me puedes decir el sexo del bebé, si se ve?”. “¿Lo quieres saber?”. “¡Sí!”. “Es niño”. “Entonces, se llamará Isaac que significa: el hijo de la promesa”. “¡Qué nombre más bonito!”.



Salimos. Las horas siguientes fueron muy fuertes y dolorosas para nosotros. Había que tomar una decisión. La tentación del aborto estaba ahí. Me encontraba en la decimosexta semana de gestación. España considera legal el aborto hasta la semana 20. Estos doctores opinaban que es el único caso que se podía justificar. En tres meses podía planear otro embarazo y Elisabet tendría pronto un bebé a su lado como habíamos pensado en un principio. Menos desgaste físico para mí. Estos pensamientos se infiltraban en mi cabeza muy sutilmente. Pero... ¿qué opina la Iglesia Católica de todo esto? Tendríamos que consultar a un experto en moral. No sería difícil tenemos muchos amigos teólogos que nos informarían.



Tuve la suerte que mi gran amiga y directora espiritual estaba en España ese día. Hablamos largo tiempo al teléfono de todo esto. “...Te apoyaré en la decisión que tomes... Oraré por ti...” me dijo mi buena amiga. “Mira, se lo voy a preguntar a Dios. En todos los momentos importantes de mi vida siempre le he consultado y Él me ha respondido. El aborto no es mi opción pero quiero saber cuál es la opinión de Dios” la respondí. La experiencia que tengo es “Desde joven, busqué francamente las sabiduría en la oración... hacia ella he encaminado mi vida..., desde el principio me he aplicado a ella por eso nunca quedaré abandonada”[2].



Al día siguiente, como cada mañana hacemos Andreas y yo, oramos con las lecturas que sugiere la Iglesia para la liturgia. Este día había una pregunta muy importante para Dios. Dios se comunica con el hombre de muchas maneras y le escuchamos cuando leemos su Palabra. Así sencillo. Se necesitan, además, dos ingredientes: la fe y que Dios nos abra el entendimiento para comprender con el corazón lo que nos está diciendo. Tomé la primera cita de la Liturgia de ese día que se lee en todas las Iglesias Católicas en todo el mundo, abrí la Biblia y leí:

Escuchadme,... El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre. Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de mi mano; me transformó en flecha aguada y me guardó en su aljaba[3].



Esas palabras las escuchaba yo desde la boca de mi bebé Isaac. Y desde ese instante comprendí que Dios quería a mi hijo así, de este modo y entendí que mi vientre era las manos de Dios que cuidan y protegen la vida de mi bebé. Allí lo escondía con amor, cuidado y protección materna. Tú eres mi siervo Israel (Ana) y estoy orgulloso de ti. Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y que había gastado mis fuerzas para nada[4]. Sí, porque mi bebé se alimenta con mi sangre, mi calcio,... y un embarazo siempre requiere energías extras. Sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.[5]



Yo sé que mi Dios es el Dios de las promesas y esa mañana me hizo muchas y me explicó muchas cosas, que aunque no entiendo del todo, guardo como María, mi Madre, en mi corazón. Seguí leyendo. Ahora tocaba el salmo. Señor, tu me examinas y me conoces, sabes cuando me siento o me levanto, desde lejos penetras mis pensamientos... Todas mis sendas te son familiares... Tus manos me protegen[6]. Las manos de Dios cuidan mi vida, la vida de Isaac y la vida de todos, especialmente los que se ponen en sus manos. Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre. Te doy gracias porque eres sublime[7]. Isaac le daba gracias a Dios por haberle creado y a mí, por permitirle a Dios continuar su obra maravillosa en él.



Podría seguir hablando y contando miles de cosas que Dios me ha ido diciendo todos estos meses. Andreas por separado, también le preguntó a Jesucristo, qué había que hacer. Dios nos puso de acuerdo. Seguir adelante. Y hemos seguido, con mucho gozo, con libertad y mucha paz. Paz es lo primero que se experimenta cuando se hace la voluntad de Dios.



Algunas personas muy queridas tenían miedo de esta opción, pensaban evitarnos un sufrimiento de todos estos meses de gestación. ¿Qué son 9 meses frente a toda una vida? La vida de las personas es muy valiosa, tanto si dura 90, 60, 30 años ó 5 min. Todos tenemos nuestra misión. ¡Es tiempo de amar! La vida no es sólo la de este mundo. Andreas y yo creemos que tenemos una vida que eterna, es inmortal. Hemos tenido la gracia de ir disfrutando de nuestro bebé mientras se gestaba. Todos estos meses hemos estado muy contentos por la decisión tomada, llenos de gozo y alegría, aunque a veces, rodasen lágrimas por nuestras mejillas. Es muy extraño para nosotros poder experimentar una fortaleza y gracia que nunca imaginamos. No sabemos, el tiempo que vivirá con nosotros en este mundo. Pero sí sabemos que su vida es eterna y allá en el Cielo cuando nos reunamos otra vez de nuevo, nos fundiremos en un largo abrazo, le cubriremos de besos. Isaac María nos dirá: ¡Gracias por haberme dejado vivir en tu seno! Y nosotros diremos: ¡Gracias a Dios!


[1] Cf. Isaías 55,8.
[2] (Cf. Eclesiástico 51,13.20).
[3] Isaías 49, 1-2.
[4] Is. 49,3-4
[5] Is. 49, 4b.
[6] Salmo 139, 1,2.5b
[7] Salmo 139, 13,14a.


Adopcion Espiritual

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