miércoles, noviembre 28, 2018

Una de cada 4 personas con síndrome postaborto es varón

ReL Ha publicado estos días una nota. ¡No olvidéis a quienes han abortado! Necesitan ayuda para superarlo.

La decisión del Papa de extender a todos los sacerdotes la facultad que les había concedido, con ocasión del Jubileo de la Misericordia, de levantar la excomunión por el aborto, hasta entonces reservada al obispo del lugar, fue acogida con ilusión por las personas que trabajan en el Proyecto Raquel en España. Llevan a cabo una tarea de ayuda a  mujeres que han abortado y hombres que lo han impulsado o consentido y padecen el síndrome postaborto, y dicha facilidad es un instrumento decisivo en el proceso de sanación.
El síndrome postaborto son las secuelas psicológicas que mujeres y hombres sufren después de haber abortado, es un dolor que en ocasiones los acompaña toda una vida. Entre los síntomas destacan la ansiedad, las pesadillas, el estrés post-traumático y la depresión acompañada de un sentimiento de culpa que se agudiza en la fecha en la que el bebé hubiera nacido.
En conversación con Blanca Ruiz Antón para ACI Prensa, la presidenta de Spei Mater y Proyecto Raquel en EspañaMaría José Mansilla, dijo que además de agradecer el anuncio del Santo Padre, es necesario “acompañar a estas personas, darles luz y acogida. Esto es un reto tanto para los sacerdotes como para los laicos”.
Según Mansilla, lo que hace su organización es “una ayuda psicológica y espiritual, porque se trata de un problema que afecta a toda la persona” y que se divide en diez sesiones que se realizan en unos tres meses aproximadamente, pero “todo depende de las necesidades de cada una de las personas que participan”. En ese itinerario hay tres figuras fundamentales: el consejero, el sacerdote y el profesional de la salud mental, que en ocasiones puede obviarse.
“Se sigue una metodología de acompañamiento y no de terapia para que, como dice San Juan Pablo II en la Evangelium Vitae, ‘se comprenda lo que ha sucedido y asuma la verdad de las cosas’”.
En ese sentido, Mansilla manifestó que, si bien es muy importante “el perdón y la reconciliación sacramental, muchas personas no son capaces de asimilarlo y por eso necesitan un proceso para también perdonarse a sí mismas”.
Es necesario “vivir el duelo por la pérdida del bebé, despedirse de él. En el proyecto se les hace un pequeño funeral en el que los padres y las madres se despiden del pequeño no físicamente sino con la oración”, sostuvo.
Pero no sólo las mujeres acuden al Proyecto Mater, sino que “una de cada cuatro personas afectadas por el síndrome postaborto es un hombre”. Ellos lo sufren de manera parecida a las mujeres, pero con algunas diferencias, “en muchos casos no se sienten con derecho a estar tristes y sufrir la pérdida de ese hijo”.
“El plan está adaptado en algunos puntos ya que ellos no han pasado por la experiencia física, y también depende del papel que tuvieron en ese aborto: si se negaron, si dejaron a la mujer sola o si lo supieron años después”, aseguró la presidenta.
“Los casos que más me llaman la atención son las personas que abortaron hace muchos años y que llevan como 40 años con ese dolor en su corazón y que llegan buscando acabar con un sufrimiento que les ha acompañado toda una vida”.
“A veces, después del acompañamiento dejan una medicación que tomaban desde años. Ahí se ve la mano de Dios, al igual que cuando acuden chicas muy jóvenes de apenas 15 años que tienen un dolor en el corazón que les hace pensar que nada tiene sentido”, expresó Mansilla.
“Tras esta ayuda vuelven a nacer. También hay quienes cambian su vida por completo y llegan a decir, que a pesar de que parece increíble, de algo tan horrible, puede salir algo bueno, porque conoces la misericordia y eso cambia la vida”.
El Proyecto Raquel comenzó en 2010 y actualmente se encuentra en unas 33 diócesis españolas. Si bien la institución no lleva una estadística “podemos atender a unas trescientas mujeres al año entre todas las diócesis, pero sería lo mismo si atendiéramos tan solo a una”, aseguró Mansilla.
Este proyecto de ayuda a mujeres y hombres afectados por este síndrome nació en Estados Unidos pero se ha extendido a distintos países en el mundo

sábado, noviembre 24, 2018

Muerte a plazos

Suscribo lo que escribió el P. Altisent

clepsidra
   (...) Abandoné hace muchos años mi juventud; vengo perdiendo ahora la buena flexión de mis rodillas que crujen de modo muy notable; subo y bajo pesadamente las escaleras; y los cambios de tiempo me atropellan. Pero, a fin de cuentas, no pasa nada. Me siento cómodo en mis setenta años y todo lo que abandono lo recoge quien me lo dio y quiere devolverme nuevo y definitivo. Morir es como perder los primeros dientes: los segundos son los valiosos.

   La muerte por entregas me abre también una nueva faceta de la vida moral porque trato de darle el sentido de una gradual capitulación en manos de Dios. Y los percances son divertidos como experiencias nuevas. Seré decrépito físicamente, en especial para los jóvenes, pero ¡qué saben ellos de los sabores interiores!

He de aceptar, claro está, molestias, pero son nada si las miro sin tensión ni lamentos. Cojeo, pierdo el oído... ¿Y qué? No solo lo efectivo es fértil: el perdulario que envejece y muere con dignidad es un príncipe.

   Pierdo algún trozo de mi memoria: busco un nombre y no está; un tema, y otro agujero; a veces no sé quién es esa persona a la que conozco y saludo. ¿Y qué? Cierto, no estoy pasivo: reacciono haciendo ejercicio para mejorar mi circulación y evitar más desgaste; y me aplico mejor a recordar los nombres. ¿Llegaré, con todo, a tener la mente estancada? Yo lucho en contra, pero si estuviera en el menú... La clave es aceptarse de manos de Dios como se es a cada instante; y vivir lo que toca con obediencia de fe. No sin antes haber intentado evitar, por obediencia de fe, las pérdidas. Pero, si las hay ¡primero perder las piernas que la paz!

   Estamos en manos de quien nos quiere tan completos y dichosos como nos soñó en su sagrado designio. Si eso exige aceptar ahora esta desmembración, sea. ¿Acaso antes de nacer esperaba yo esta fiesta? ¿No fue con trepidante sorpresa que me vi lanzado a la aventura de vivir? Nací "en lágrimas y caca" como Quevedo y todos, pero una ternura femenina me tuvo junto a su corazón. 

   Luego crecí, alcancé algo de saber e independencia; leí, estudié, trabajé, caí, me levanté (me levantaron), reflexioné, me desvié, me rectificaron... Con pequeños tributos de humildad, entereza y paciencia tuve, amplié, cobré y recobré fuerzas para vivir cada vez más ancha la fiesta de la vida. Llegó la plenitud, esa gran meseta plateada. Y luego comencé a ganar envejeciendo: porque envejecer modela, si uno ni se deja vencer ni se empecina en contra.

(...)
Agustín Altisent. Monje de Poblet

La Vanguardia 17.I.1994