EL SUBOFICIAL del ejército colombiano William Pérez se dedicó los últimos años a cuidar a Ingrid Betancourt. Si no fuera por Pérez, ella no estaría viva. Le dio de comer, le curó las heridas, la protegió de sus captores... Este humilde soldado pasó una década secuestrado en la selva, 3.408 días. Durante su cautiverio lo dejó su novia, su padre murió y contrajo varias enfermedades tropicales... Aún así tuvo fuerzas para seguir adelante. La madre cuenta a este suplemento por qué se hizo soldado
SALUD HDEZ. MORA. Bogotá
Cuando Ingrid Betancourt perdió las ganas de vivir, cuando las fuerzas le abandonaron, encontró un samaritano que hizo de su salvación una causa personal. La ex candidata presidencial de Colombia lo reconoció al recobrar la libertad, abrazándole. De no ser por el cabo William Humberto Pérez Medina, su existencia se habría extinguido en los campos de concentración que la guerrilla esconde en las profundidades de las selvas amazónicas. El fue su ángel guardián.
«Fue mi enfermero en momentos en que estaba muy mal de salud.A él le quiero hacer un reconocimiento muy especial porque si no fuera por William, hoy no estaría aquí, fue esencial para mí», contó en la misma pista del aeropuerto militar de Bogotá. Allí estaba, su enfermero, con una sonrisa de oreja a oreja, con el orgullo del héroe a flor de piel.
«Me daba de comer. Cogiendo la cuchara repleta de comida me decía, esta por tu hija Melanie, esta por tu Lorenzo», explicaría más tarde la ex candidata presidencial. Para animarla a seguir luchando, le repetía lo que le decían sus hijos y su madre en los mensajes que lanzaban en el programa de radio Las voces del secuestro.Su extrema debilidad y la depresión que la invadía, le impedía entenderlos. Pero siempre estaba el cabo para repetírselo. Para animarla.
Como Ingrid, el joven militar, que sufre varias enfermedades tropicales, también sabía lo que era sufrir y perder la esperanza.Llevaba más de 10 años en el infierno [fue secuestrado el 21 de marzo de 1998], sometido a unas condiciones de encierro infrahumanas, soportando humillaciones y maltratos de sus guardianes.
Para su desgracia, cuando recobró la libertad, su felicidad quedó empañada por otra tragedia. Su padre, que sólo tenía 61 años y ninguna enfermedad, falleció sólo un mes antes, víctima de un infarto. Si bien su madre se lo contó en un mensaje de radio, él no quiso creerlo.
William les había dicho que siempre le contaran la verdad de lo que ocurría entre los suyos, por dura que fuera. Pero esto era demasiado.
Sin embargo, a los guerrilleros no les compadecía ni esa ni ninguna otra desgracia. Tampoco sabían nada de la vida de sus rehenes, la mayoría de ellos pertenecientes a familias pobres, esas por las que las FARC dicen combatir. Desde luego desconocían que fue la carencia de recursos económicos lo que empujaron a William a ingresar al Ejército, aunque luego se enamoró de su institución.El hubiese querido empuñar un bisturí para salvar vidas en lugar de apretar el gatillo para intentar que no lo mataran. Si su familia le hubiera podido costear los estudios, habría estudiado Medicina.
«Estaba desempleado cuando terminó el bachiller y se fue al Ejército para ayudarnos», recuerda, en su encuentro con Crónica, Carmen, su madre, que tiene otros siete hijos y que ha criado a una sobrina y a dos nietos. «Quería hacernos una casa». A ella le aterrorizaba la idea de que William ingresara a filas y eso que de haber sido hombre, estaría en el Ejército. «A mí me gusta mucho esa vida, pero no para mis hijos, me daba mucho miedo».
EL DÍA DE SU SECUESTRO
Los primeros pasos del chico la tranquilizaron. Ingresó en la Academia de suboficiales y estudió enfermería. Estuvo destinado en el Hospital militar de Bogotá, el mejor observatorio de las atrocidades de una guerra sin sentido. Luego pasó el de Bucaramanga, capital del departamento de Santander. Allí conoció a su novia, también enfermera, que no le esperó. En los primeros años de secuestro, se esfumó. «En una prueba de vida, William me mandó a decir que no la molestara más y no volvimos a hablar con ella», recuerda doña Carmen.
Después de pasar por destinos tranquilos, le enviaron al departamento del Caquetá, el santuario tradicional de las FARC, una región donde eran amos y señores, el destino que las familias más temían.No les faltaba razón. En un asalto sangriento a su base, El Billar, el 3 de marzo de 1998, 30 soldados murieron y otros 60 fueron secuestrados.
«Sentí mucha tristeza y frustración porque los soldados me preguntaron: '¿Cabo, qué hacemos?' A uno lo tenía con suero, otro vendado, otro estaba herido por las esquirlas. Los miré con tristeza, muchos de ellos sin armas, heridos y agotados luego de más de 25 horas peleando, defendiendo nuestra patria, nuestra vida», ha relatado tras su liberación.
Tras una férrea resistencia, a su unidad no le quedó más remedio que rendirse. Las FARC les triplicaban en efectivos y seguir resistiendo hubiera sido un suicidio. La mayor parte de los rehenes volvieron a casa en el 2001, tras un acuerdo entre la guerrilla y el gobierno de entonces. Pero a los suboficiales, como él, no les dejaron regresar. Pasó 3.408 días preso de la guerrilla.
SUEÑOS SIN CUMPLIR
Había nacido en La Guajira, una región tan bella como olvidada, fronteriza con Venezuela y bañada por el mar. Abundan las familias numerosas y escasean las oportunidades para una población joven sin horizontes. «Siempre ha sido un muchacho muy alegre, tranquilo, no ha sido problemático. Era muy respetuosos con nosotros, con su papá y conmigo», rememora doña Carmen. A diferencia de su hermano mayor y menor, que tuvieron mujer e hijos demasiado jóvenes (a los 18), a William no le interesaba complicarse la existencia tan pronto. Prefería dedicar sus energías a ocuparse de los suyos.
Lo mismo hizo en cautividad. Aún secuestrado seguía preocupado por el bienestar de sus progenitores y una familia que iba multiplicando sus miembros con nuevos nacimientos. En las pruebas de supervivencia mandó decir que quería que hicieran una casa de dos pisos, tan bonita como la de una de sus hermanas. «Pero cuando lo dijo, ya su papá la había hecho de una sola. Ese deseo no se lo pudimos cumplir», comenta su madre.
Tampoco desamparó nunca a sus compañeros de actividad, al extremo que desperdició alguna ocasión para fugarse porque creyó que su deber era permanecer al lado de los enfermos, que eran casi todos, aunque a Ingrid le dedicó una atención especial.
«Cuando un paciente dice que se quiere morir, es lo peor que puede pasar. Uno como enfermero tiene que devolverle las ganas de vivir. Yo no sé ni que fue lo que le dije, fueron tantas cosas, pero algo la tocó y la sensibilizó que la motivó a vivir otra vez. Le hice masajes, salimos a caminar y hacer ejercicio, caminaba más que yo», ha declarado el Angel de Ingrid.
«En los vídeos y fotografías que se vieron y que escandalizaron al mundo, ya ella estaba mejorando. ¡Imaginen cómo llegó a estar!».Y agregó que varias veces ella perdió el conocimiento por su extrema debilidad. William recordó que si bien Ingrid era de una fortaleza de carácter admirable, no dejaba de ser «una mujer».Alguien a fin de cuentas que «lloraba la ausencia de sus hijos» y la falta de su madre. Por eso, quizá, la convirtió en su paciente más cercana.
Una de las cosas que más atormentaban al enfermero era la falta de medicamentos y la desidia de sus carceleros, que preferían dejar morir a un rehén, como ocurrió con el mayor Ernesto Guevara, a prestarle una mínima atención. No sólo no les daban casi nunca los remedios que necesitaban para enfermedades tan delicadas como la hepatitis, y si lo hacían era después de rogarles, sino que cuando había medicinas, ni siquiera sabían para qué servían.Con infinita paciencia, el cabo les explicaba su utilidad.
Los 10 eternos años que pasó en los campos de concentración sufrió torturas espantosas. Lo metieron en un agujero, en un pequeño cajón, lo encadenaron y les tiraron tierra encima.«Ellos quieren quebrarlo a uno, que cuando uno los vea sienta temor y tiemble». Nada de eso le restó un ápice su amor por el Ejército. En las ocasiones en que le permitieron enviar cartas a su familia les reiteró que seguía ligado a su institución y que nada le haría desistir de volver a vestir el uniforme. «Mami, donde yo esté, seguiré siendo un militar», escribió. Sigue pensando igual. Ya en libertad ha dejado claro que continuará: «Hoy mismo iría a combatir con mis compañeros».
El viernes, su abuelo murió en la Guajira. No resistió la alegría de saber que su nieto por fin regresaba.
CUANDO SÓLO QUEDA UN MENSAJE DE RADIO
«MUY BUENOS DIAS. Aquí iniciamos esta cita con todos los secuestrados en Colombia. A quienes están en el terrible papel de secuestradores les pido que nos permitan las radios, para que los mensajes lleguen a los secuestrados...» [Herbin Hoyos, director del programa de radio Las voces del secuestro. Es la frase inicial de la transmisión desde hace 14 años].
«MI AMORCITO, se termina otra semana mi amor y tu continuas allá. A veces me siento tan impotente, por más que hacemos con tus hijos todo lo que podemos, miles de cosas para conseguir tu liberación y tú sigues allá y eso duele mucho mi amor. Bueno mi amor, te cuento que hoy en la tarde vinieron a visitarme tu primo Francisco y Antonio Donado, tu amigo desde hace mil años.Hablamos mucho de ti. El problema de Antonio es que cree en las bondades del presidente. Otra cosa, un grupo de gente de Italia está promoviendo el premio Nobel de la Paz para ti. Tendré que viajar y me da apuro tener que dejarte, pero es por ti y estaré pendiente de ti...» [Yolanda Pulecio, madre de la ex candidata a la presidencia de Colombia, 29 de junio de 2008].
«EN POCOS DIAS tendremos una buena noticia(...). Pido por favor a la guerrilla que permitan que Ingrid tenga fotografías de sus hijos» [Juan Carlos Lecompte, marido de Ingrid, 15 de junio de 2008 ].
«MAMITA BELLA de mi alma, de mi corazón, que tanto, tanto quiero.Tengo tantas ganas de estar al lado tuyo, de abrazarte con todas mis fuerzas. Mami, perdóname por no haberte mandado un mensaje en los últimos días, pero no me entraban las llamadas y estaba desesperada. Además, esto es muy difícil para mí porque estuve muy ocupada ya que es final de semestre y tenía que entregar mi película. Te quiero decir que todos los días doy gracias a Dios por tenerte, por tener a la mejor mamá del mundo. No hay un día en el que no piense en una palabra tuya, en algo que me hayas dicho... Todo lo que hemos pasado juntas, tu sabiduría, tu fuerza... Todo me sirve para seguir adelante, mamita. No sabes cuánto necesito volver a escuchar tu voz» [Mélanie Delloye, hija de Betancourt, 11 de mayo de 2008].
«QUE TENGAN ALMA. ¡Por favor! Dios, mi amorcito, mi niñita...Yo seguiré luchando sin descanso» [Yolanda Pulecio, 24 de febrero de 2008].
«TIENES QUE COMER lo que más puedas para que te mantengas mejor.A los señores de la guerrilla quiero decirles que Ingrid no es ningún animal» [Juan Carlos Lecompte, 24 de febrero de 2008].
«A LAS FARC les pido que, como prisioneros de guerra, los cautivos deben recibir buen trato» [Fabrice Delloye, su ex esposo, 23 de diciembre de 2007 ].
«ES DURO, demasiado duro pasar otra Navidad sin ti, pasar otro cumpleaños tuyo sin poder celebrarlo, pero necesitamos que seas fuerte, que te cuides, hazlo por Loli (su hijo Lorenzo Delloye) y por mí» [Mélanie Delloye, 23 de diciembre de 2007].
«DIERA MI VIDA por estar a tu lado. Cuídate mi amor, aliméntate, cuídate... Ya pronto saldrá» [Yolanda Pulecio, 23 de diciembre de 2007].
[Estas frases se han extraído del programa Las voces del secuestro que emite Radio Caracol todos los domingos por la noche].
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