Las personas que odian la Navidad
Dale Ahlquist
Hay personas que odian la Navidad. No estoy hablando de aquéllos que odian la música y la comercialización, y por cierto no de aquéllos que nos hacen sentir incómodos para decir “Feliz Navidad” mientras que no les importa explotar nuestra celebración con fines comerciales.
Ni siquiera estoy hablando de las personas que odian el cristianismo en general y el catolicismo en particular (pues fue la Iglesia la que nos dio la Misa de Cristo el 25 de diciembre), quienes detestan la idea misma de la Encarnación.
No, me refiero a aquéllos que odian la Navidad sin saber siquiera que odian la Navidad. Lo que odian no son las obvias implicancias teológicas, sino las consecuencias sociológicas más sutiles de la Navidad. Después de todo, estamos celebrando el nacimiento de un bebé en un país donde el gobierno federal gasta un billón de dólares en lo que denomina “salud reproductiva”, término que en realidad abarca la anticoncepción, la esterilización y el aborto. La Natividad no podía ser una celebración más contraria a ello en una sociedad que tiene tal actitud arrogante hacia el nacimiento, en líneas generales poco acogedora, pero a menudo estrecha y violentamente odiosa.
Hace poco asistí a una charla de Stephen Mosher, del Population Research Institute, una valiente organización pro-vida que combate los mitos prevalecientes de la superpoblación, no sólo con hechos refrescantes sino con una teoría social mucho más sólida, es decir, la idea que los bebés son una bendición y no una maldición en el mundo. El señor Mosher hizo la pregunta exploratoria: “¿Cuáles son las consecuencias económicas al imponer la anticoncepción y la esterilización a las mujeres del Tercer Mundo?”. El Secretario de Estado de Estados Unidos ha respondido mecánicamente, al decir que la única manera de mejorar la situación de las mujeres en el Tercer Mundo es a través de la “libertad reproductiva”. En otras palabras, dice el señor Mosher, “nuestro mensaje a esos países es que no queremos que ustedes tengan hijos, y no les ayudaremos si ustedes los tienen”. Él sugiere que llamemos a esto lo que es: imperialismo cultural.
Pero la cultura que estamos tratando de exportar mediante la coerción (llamando irónicamente a esto libertad) es la cultura que nos está destruyendo precisamente aquí en el país. Literalmente hablando, nos estamos matando a nosotros mismos al creer y hacer cumplir un conjunto de mentiras. Una de esas mentiras es la falacia de bajar la tasa de natalidad a fin de reactivar la economía. La política contra las personas ignora el argumento que los niños contribuyen al crecimiento económico, porque una población en aumento significa más actividad económica, no sólo más trabajo, sino más importante todavía, más creatividad (Y la Navidad es un ejemplo perfecto de la actividad económica basada en más, no menos niños. Después de todo, ¿para quién compramos la mayoría de los regalos?).
Nuestra mentalidad antinatalista es el resultado de dedicar grandes energías y recursos a un problema secundario, mientras que evitamos a propósito el problema principal. Me encontré un artículo en un periódico local que ilustra dolorosamente el punto. Era un informe que decía que el Condado de Hennepin, donde vivo, acababa de recibir una subvención federal de 17.000.000 de dólares “para combatir el embarazo adolescente”. Leí el artículo con gran interés, porque quería saber exactamente cómo se suponía que todo ese dinero iba a cumplir con este objetivo. No es sorprendente que el artículo no me dijera casi nada. Hubo, sin embargo, una cita muy preocupante de un Comisionado del Condado: “Prevenir embarazos de adolescentes es, sin duda, nuestro trabajo más importante en el Condado de Hennepin”. ¿Podría decirse que sin duda, a excepción de cuándo y dónde llegamos a aceptar este argumento?
En el informe se hablaba mucho por hablar, pero aun así estaba implícito que la “educación” o el “alcance” era sólo un aspecto de este programa. Hice un poco más de investigación y encontré, como me temía, que mucho de este dinero será utilizado para apoyar “servicios accesibles de salud reproductiva”. Traducido: esto quiere decir el aborto. Además, el dinero iría a “un programa basado en las clínicas para reducir las infecciones de transmisión sexual”. De alguna manera, la lucha contra infecciones de transmisión sexual se confunde con la lucha contra el embarazo adolescente. Bueno, tal vez la mezcla hasta tiene que ver con el hecho que se usa la misma técnica para ambas: la anticoncepción. La herramienta del “sexo seguro”.
Y así llegamos al principal problema que hemos estado evitando. Una sociedad que ve el embarazo simplemente como uno de los riesgos potenciales, pero evitables, al tener relaciones sexuales, está destinada a gastar un montón de dinero creando una estructura complicada que no tiene otro destino que colapsar. Está tratando de operar sobre la base de una filosofía que no se puede sostener, porque se niega a abordar las cuestiones más básicas. Nadie está hablando de cuál es el propósito del sexo. Nadie está hablando de lo es que el propio contexto del sexo.
Se habla abiertamente de “posponer el embarazo hasta la edad adulta”, pero no se quiere discutir en absoluto el “posponer el sexo hasta el matrimonio”. Estamos financiando un programa que socava la auténtica finalidad del sexo. Estamos suscribiendo oficialmente la inmoralidad, en un intento de hacer frente a las consecuencias de no apoyar el matrimonio normal. Hemos abandonado a la familia. Nos han torcido un proceso natural, desde adentro hacia afuera. Como dice G. K. Chesterton, exaltamos la lujuria y prohibimos la fertilidad.
¿Podría haber algo más contrario a esta mentalidad que una celebración que tiene su centro en el nacimiento virginal?
No sorprende que la Navidad sea motivo de controversia. No sorprende que no representaciones de la Natividad frente a los edificios públicos.
Una vez más, Herodes se ve amenazado por el nacimiento de un bebé.
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