Resulta
que sí que hay Vida Eterna
María
José Mansilla
Presidenta
Spei Mater
En
estos tiempos de crisis se está hablando mucho de la vida, de la
importancia de salvar vidas. A pesar de que está saliendo a la luz
una ética utilitarista de que unas vidas son más prioritarias que
otras, resulta esperanzador pensar que ahora por lo menos se hable de
la vida, de su sacralizad y de que todos los esfuerzos son pocos
cuando se trata de salvarla. Si no hay vida no hay nada, esto es una
obviedad, que sin embargo se pone en duda cuando el derecho a la vida
choca con los deseos y la ideología de algunos. El primer derecho y
del que emanan todos los demás es el derecho a la vida
Pero
hay algo de lo que se habla poco o nada. La vida no es solo la vida
corporal, es que la vida es eterna, no acaba aquí, aquí solo
estamos de paso y aquí no nos quedamos nadie.
Hay
otro detalle del que se habla también poco o nada. Resulta que no
solo hay vida eterna, sino que hay cielo y hay infierno, y son
eternos. Y ya que vamos con los detalles importantes el cielo y el
infierno depende de nuestra vida aquí, de que acojamos o no la
salvación de Jesucristo, y acoger la salvación de Jesucristo no es
decir si o no, que también, sino hacer su voluntad “no todo el que
dice Señor, Señor se salvará sino el que hace la voluntad de mi
Padre”. Hasta aquí nada nuevo, los novísimos.
La
primera implicación de que se me ocurre es si a la vida temporal le
quitamos la dimensión de la eternidad, pierde su sentido y su
horizonte y las personas estamos como estamos, como ovejas sin
pastor.
En
la dimensión de la eternidad y el plan de Dios puedo dar un sentido
a mi vida y a mi muerte, puedo saber para que vivo, puedo establecer
prioridades en función de ello y tengo una base solida para asentar
mi vida.
Si
solo tenemos esta vida ¿qué sentido tiene arriesgarla por los
demás? ¿qué sentido tiene esforzarme cuando de un día para otro
puedo perderlo todo? ¿por qué voy a tener un comportamiento moral si
a menudo los que no tienen escrúpulos son los que mejor les va (o
por lo menos eso parece). Todo el edificio se derrumba si no hay vida
eterna.
La
segunda implicación es que si el infierno no existe yo no soy libre,
porque entonces Dios se me impone y Dios no se impone nunca, si yo no
quiero ser salvado, si yo no quiero ser redimido, Él respeta mi
decisión. Y si el infierno no existe no habría justicia, sería
indiferente ser Santa Teresa de Calcuta que Mao, que según las
estadísticas es el mayor genocida de la historia.
Y
vamos con la tercera implicación que es de la que quería hablar: me
pregunto si el mismo esfuerzo o prioridad que tenemos en salvar vidas
(por lo menos de los afectados por el coronavirus) lo tenemos también
para que esas personas tengan Vida con mayúsculas, es decir, que una
vez pasado el umbral en la muerte gocen de la felicidad eterna en el
Señor.
Porque
es muy importante salvar la vida física de las personas, y todo
esfuerzo es poco para salvar una vida, pero tan importante o más si
cabe el destino eterno de las personas, salvar su alma.
No
es verdad que todo el mundo se salva, Jesús nos los repite
continuamente en el Evangelio, no podemos caer en el “buenismo”
de pensar que nuestras acciones en nuestra vida son indiferentes
porque total Dios es bueno.
Tanto
en estos tiempos de pandemia como en el tiempo ordinario no podemos
centrarnos únicamente en ayudar solo materialmente, socialmente o
médicamente a las personas, que, por supuesto es fundamental, sino
también en las obras de misericordia espirituales: Enseñar al que
no sabe, corregir al que se equivoca, dar buen consejo al que lo
necesita, orar por los vivos y los muertos…
“¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” No hay
mayor bien para una persona que anunciarle la verdad y salvación de
Jesucristo... Incluyendo la verdad sobre el pecado, porque el
seguimiento de Jesucristo implica una moral bien concreta y esta no
es opcional
Entonces,
pongamos también todo nuestro esfuerzo y afán en que la salvación
de Jesucristo llegue a todas las almas, puesto que esta es la mayor
obra de misericordia, el mayor bien para las personas y finalmente
nuestra principal misión como Iglesia.
Publicado en REl Cuestión de vida 02 abril 2020
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