El
momento es ahora
El
otro día oí en la radio que en Madrid es imposible tener hora en el
psicólogo hasta septiembre, y creo que en el psiquiatra tampoco. Al
hablar con las personas es la sensación que tengo también, todo el
mundo anda mal,
cada uno con su especialidad, el que tiene tendencia a la depresión,
pues se deprime, el que tiene algún acontecimiento traumático en el
pasado como un aborto, un abuso, se le viene a la cabeza una y otra
vez, el que tiene una adicción recae y esto sin hablar de aquellos a
quien les ha tocado más de cerca, como el que ha tenido una perdida
de un familiar, el que ha perdido su trabajo o ve su negocio hundirse
o el que el mismo ha estado enfermo.
Al
hilo de esto me he acordado de la historia de una persona que creo
que puede ilustrar muy bien algunas reflexiones.
Esta
persona, María vamos a llamarla, llevaba casi 40 años yendo al
psiquiatra y sufriendo las consecuencias de su aborto provocado.
Porque antes de aprobarse la ley del aborto también se abortaba en
España, y no precisamente en Londres ni personas de alto nivel
adquisitivo.
No
quiero desacreditar la labor de los psiquiatras y la necesidad de
medicación, pero es cuando menos llamativo que media España tome
antidepresivos y la otra media ansiolíticos: algo está fallando.
Lo
primero que creo
que falla es que damos tratamientos físicos a enfermedades del alma,
o por lo menos únicamente físicos y el ser humano es una unidad, y
el cuerpo se resiente con las enfermedades del alma y de la psique
como el alma y la psique se resienten con las enfermedades del
cuerpo, pero en el momento en que lo separamos algo se rompe.
En
segundo lugar, fallamos
en atacar los síntomas sin ir al origen del problema,
a María, nadie le había preguntado nunca si tenía algún aborto
provocado y sorprendentemente, tampoco sospecharon que había sufrido
abusos.
En
tercer lugar, hay
un porcentaje de sufrimiento psicológico que es consecuencia de un
hecho traumático y que es absolutamente inevitable.
Cuando
perdemos un familiar
tenemos que pasar el duelo, y eso duele y duele muchísimo, tanto más
cuando no hemos tenido la oportunidad de despedirnos, de manifestarle
cuanto le queríamos y lo importante que es en nuestra vida y cuando
no hemos podido velarle y honrarle como merecía.
En
cuarto lugar, lo
peor del sufrimiento es la
falta de sentido,
y creo que eso donde también tenemos nuestro talón de Aquiles.
Cuando sacamos a Dios de nuestra vida, de la sociedad las cosas
empiezan a perder su sentido y empiezan a desmoronarse. Si
no hay Vida Eterna, si no hay Cielo e Infierno, si no hay Bien y
Verdad absolutos, si Dios no es un Padre que nos cuida y que es capaz
de sacar un bien mayor de cada acontecimiento, si nuestro
sufrimiento, absolutamente inevitable no tiene sentido ni valor,
entonces la vida se convierte en absolutamente insoportable.
Hay
una anécdota que me contó María que me hizo reír mucho pero que
también tiene mucha miga. Ella iba a revisiones trimestrales, y
cuando le decía a la psiquiatra que se encontraba mal, recibía
estas respuestas: cuando iba en verano «mujer, con estos calores
como vas a estar», cuando iba en invierno «mujer, con estos fríos
como vas a estar» y cuando iba en otoño y en primavera le decía
«mujer, con estos cambios de tiempo como vas a estar» y la pobre
María se preguntaba «¿y en qué estación por fin voy a estar
bien?»
Y
es que el
momento ideal nunca existe,
la situación de calma total y ausencia de problemas en la cual por
fin voy a ser feliz y por fin voy a poder empezar a hacer lo que
tengo planeado, esa nunca va a llegar, por lo menos en esta vida.
El
momento de convertirse es ahora, el momento de ser feliz es ahora, el
momento de hacer lo que queremos hacer es ahora, y no hay otro.
Recuerdo el soneto de Lope de Vega que dice
¡Cuántas
veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
¡verás con cuánto amor llamar porfía!»
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
¡para lo mismo responder mañana!
«Alma, asómate agora a la ventana,
¡verás con cuánto amor llamar porfía!»
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
¡para lo mismo responder mañana!
Se
me ocurren un
millón de ejemplos de como posponemos las cosas buscando el momento
ideal que nunca llega,
algunas pequeñas como «el lunes empiezo a comer bien o el lunes
empiezo a hacer ejercicio» y otras muchas más importantes como
«ahora no tengo tiempo de rezar, estoy muy ocupado» y otras
verdaderamente dramáticas «Ahora no es el momento de ser madre,
este bebé no puedo tenerlo, más adelante tendré otro». Y es que
la
más común argumentación para abortar es esa «no es el momento
porque… no tengo trabajo, no tengo pareja, no tengo edad, no
tengo…»
Quizá
no es el mejor momento,
por la crisis, por el famoso virus, por un millón de causas, todas
ella razonables, pero
es el momento, el único que tenemos, el hoy, aprovechémoslo para el
mejor negocio de nuestra vida, convertirnos, volvernos a Dios, y por
experiencia propia sé que todo lo demás viene por añadidura.
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