jueves, noviembre 04, 2021

El buenismo, nuestra perdición

El otro día estuve oyendo a unos jóvenes hablar. Jóvenes buenos y cristianos. Nada que objetar, pero se me ocurrieron varias reflexiones sobre la fe que les hemos transmitido los que peinamos canas, o nos las teñimos para estar más guapos, y me hizo recordar también las cosas que me dijeron en el colegio sobre la fe y como lo vivo ahora desde mi experiencia muchos años después.

Pongo por delante que agradezco mucho a todos los que me transmitieron la fe, y que en estos errores me incluyo a mí misma como persona no tan joven y por lo tanto transmisora de la fe. Que no se me ofendan con lo de que los juzgo, no los juzgo, ni a ellos ni a los jóvenes, simplemente comparo, saco conclusiones… en definitiva pienso, porque como dijo Chesterton «en la iglesia se nos pide que nos quitemos el sombrero y no la cabeza» y parece que en esta época de corrección política toda reflexión es juzgar y cualquier pensamiento crítico debe ser erradicado.

  • Mucho darse a los demás, pero poca mística: los tres primeros mandamientos de la ley de Dios, que, además no son los primeros por casualidad, sino por su importancia, son mandamientos que se refieren a Dios, no al prójimo, porque si yo no amo a Dios no puedo amar al prójimo. Entendamos pues lo que es el Amor que da la vida: puedo sentir compasión, puedo sentir afecto, puedo sentir atracción, puedo querer, pero no el amor cristiano porque este viene de Dios y Dios nos pide amarnos como Él nos ha amado, no de otra manera. Puedo ser «solidario» pero cuando las cosas vienen mal la solidaridad se me acaba. «Aunque yo hablara las lenguas de los ángeles… si no tengo amor, nada dice San Pablo. Este es el amor al que me refiero y ese sin vida espiritual no es posible.

Mucho darse a los demás, pero poca ascética. Si yo soy un pecador empedernido no puedo darme a los demás, es una falacia. Si yo soy lujurioso utilizaré al otro como un objeto para satisfacer mi deseo, si yo soy un codicioso pasaré por encima de quien sea necesario para satisfacer mi ansia de riqueza, si yo soy un soberbio humillaré a los demás para seguir alimentando mi ego… y así con todos los pecados capitales. Si yo no lucho contra MI pecado, mi supuesta entrega a los demás es una farsa.

  • Mucha opinión y poco conocimiento y formación. Somos hijos de nuestro tiempo y por lo tanto hijos del relativismo moral sin darnos cuenta. Yo recuerdo mis clases de religión, sentada en el pupitre opinando sobre esto y aquello y sin tener ni idea ni de esto ni de aquello. Parece que no existe la verdad, que no existe en bien y digo más que no existe la realidad, porque todo es según el cristal con que lo mire. Puesto esto se fomenta, opinar de lo humano y lo divino desde una ignorancia clamorosa.

Mucha emotividad y poca profundidad. Recuerdo una canción que cantábamos de niñas con los ojos en blanco «yo siento Jesús que tú amas, yo siento Jesús que te puedo amar...» y la emotividad no es mala, pero es una capa muy superficial de la persona, acabado el sentimiento se acaba todo, y los sentimientos son muy, pero que muy, volubles y muy, pero que muy, manipulables.

Mucha psicología (o pseudopsicología) y poca teología. Recuerdo un retiro al que acompañé a alumnos de 2º de bachillerato. Empezaba a las 9 y terminaba a la 1 del mediodía. A los 12 de la mañana la palabra Dios no había sido pronunciada. Todo era yo me conozco tú te conoces, pero de Dios ni pío. Y así estamos, no conocemos nada de Dios, ni afectivamente ni efectivamente ni intelectualmente. Durante la charla de los jóvenes se dijeron varias herejías, pero no de matiz de doctorado en teología, de primero de catecismo.

Mucho buenísimo y poca realidad: Como no nos conocemos a nosotros mismos porque solo se conoce uno en la mística y en la ascesis, en la lucha contra nuestros «demonios» que decían los padres del desierto, no somos conscientes de que la naturaleza humana es una naturaleza caída, herida por el pecado original, y nos creemos que “tor el mundo er güeno” como decía la película. Pues no, todo el mundo no es bueno, y lo sé porque yo tampoco lo soy. El pecado se redimió con la muerte en la cruz, no con flores, sonrisas y buen rollito.

Como siempre no quiero despedirme sin esperanza. Hay jóvenes cristianos, hay jóvenes dispuestos a dar testimonio de Cristo, hay futuro en la Iglesia, pero ayudémosles a profundizar en su fe para que el demonio no robe esta semilla.




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