sábado, agosto 13, 2005

La pureza es el mejor ambiente para la pasión



Por encima de la calidad de vida está la vida de calidad y, por esto, el dolor puede tener un sentido profundo en la biografía humana.

Muchos de nosotros recordamos con simpatía las inolvidables y misteriosas Noches de Reyes Magos donde pensamiento y realidad casi se identificaban. También hemos visto a familiares con cucuruchos de colores en la cabeza, rodeados con mesas llenas de medias noches de jamón de York, patatas fritas y bebidas refrescantes en fiestas de cumpleaños. Las clases medias han dado mucho de sí en esto de celebrar la vida con manteles de colores, matasuegras e idas y venidas a las casas de los primos y los tíos.

Hoy hemos progresado mucho y somos más conscientes de la "masa" de pobres del planeta. En los pasados años sesenta, y antes, algunos sesudos y millonarios señores dijeron: "somos tan ricos que vamos a ocuparnos de que los pobres sean menos pobres". Así ha sido, en efecto, puesto que la propuesta se encaminaba no a enriquecer a los pobres con empresas e ingenierías sino a diezmarlos demográficamente con unas "científicas" políticas antinatalistas, cuyas bondades lógicamente deberían costear en parte los pobres "beneficiados", esterilizados, planificados y tabulados.

En los tiempos en que se celebraba la vida lo único que se congelaban eran los langostinos para los días de fiesta. Ahora también se congelan embriones humanos llenos del progresista, aséptico y amoral nitrógeno líquido.

Si hace años mirábamos divertidos tiendas como Bu-bú o El bebé inglés –aquello era lo último en moda para el pocholo- no podíamos imaginar que íbamos a llegar a tal culmen de progreso y madurez social por el que cada seis minutos y medio se descuartiza a un niño en el seno de su madre, todo realizado en virtud de los derechos reproductivos –los de la antimadre- en clínicas abortistas limpias e higiénicas... que quizás en próximas navidades lleguen incluso a poner un arbolito con luces de colores si es que no lo han hecho ya.

En aquellos bárbaros tiempos los chavales escalábamos riscos y nos zambullíamos en aguas pantanosas a la búsqueda de sapos e, incluso, osábamos pasárnoslo bomba yendo a cazar jilgueros, sin la más mínima intuición de delito ecológico. Hoy se desea no estropear la naturaleza, salvo la de los propios chavales tomando alucinógenos en las discotecas y la de las niñas recibiendo peligrosas descargas hormonales tras la correcta ingesta de la píldora del día después, dispensada benéficamente por algunas autoridades públicas.

Si a estas alturas algún posible lector me tachara de viejo desencantado le diré que no es cierto porque celebro la vida y soy partidario de la encarnación del amor. Son los avaros quienes se desencantan porque el egoísmo no produce la vida sino el hieratismo frío e inerte de las monedas. Los que sólo se apacientan de sexo no quieren la encarnación porque el solo sexo ya es carne; eso sí: sin vida, sin vida personal.

Con una lógica demencial se extiende la idea del preservativo como una suerte de remedio mágico para mentes inferiores a las bovinas y espíritus que desmerecerían de un honesto mandril. No pueden entender las autoridades partidarias de la sima mental que, como decía Chesterton, la pureza es el mejor ambiente para la pasión. No alcanzan a concebir la idea de la concepción como un amor que se hace pureza y, por eso, vida. No pueden entender estos prosélitos de la esterilidad que la vida es algo mucho más grande que ellos mismos. Parecen desconocer que por encima de la calidad de vida está la vida de calidad –en expresión de un buen amigo- y, por esto, el dolor puede tener un sentido profundo en la biografía humana.

Cualquier ciudadano gordo y desentrenado brama como Braveheart ante su hija en peligro; desarrolla una agilidad superior a la de Spiderman para llegar al hospital en que han ingresado a su mujer que
pasa por un apuro y prefiere cien veces la vida de su hijo enfermo que la suya propia. Y ante esta verdad profundamente humana, sin embargo, surgen periodos de la historia que recurrentemente olvidan la categoría fantástica del hombre y se caracterizan por una catetez, ignorancia, chabacanería y apogeo del cinismo, en el que se esconde su no muy tardía destrucción. Porque llega un momento en que no se puede seguir manteniendo por más tiempo una mentira en el fondo del corazón y se anhela resucitar: resucitar a la vida, a la compañía, a la fidelidad, al hogar.

Lo que es de vital importancia es que los partidarios de la concepción, de la encarnación de la vida, ya que es nuestro el futuro, no dejemos de sembrar referencias para que quien quiera pueda, no sin lágrimas en los ojos, volver a sonreír, a saberse queridos, aceptados por algo que jamás se podrá extinguir pues es más íntimo al ser humano que si mismo: la familia, la familia que da vida. Toca a todo hombre y mujer de bien volverla a poner en el lugar socialmente reconocido y políticamente respaldado que se merece.


José Ignacio Moreno Iturralde, filósofo y profesor de instituto en Madrid, blogger en Dignidad humana y Visión Cristiana




ABORTO

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