sábado, julio 29, 2006

España: Más píldora del día siguiente y más abortos



La píldora se triplica, mientras sigue creciendo la tasa de abortos de menores de 19 años

Desde que en España se introdujo hace cinco años la "píldora del día después" el número de unidades distribuidas en hospitales y farmacias se ha triplicado: en 2001 fueron 160.000, mientras que en 2005 subió a 506.000. Al mismo tiempo, el número de abortos creció un 20%, y la tasa de abortos de menores de 19 años ha seguido aumentando y alcanzaba el 13,7% del total de abortos en 2004.


Los resultados no pueden ser más decepcionantes para la política sanitaria que presentó la píldora como el remedio seguro para reducir las cifras del aborto. Sin embargo, al dar a conocer estos datos, la ministra de Sanidad, Elena Salgado, no anunció ningún cambio de estrategia: sólo más de lo mismo. Se trataba de presentar la enésima campaña para fomentar el uso del condón, que tampoco ha resultado muy eficaz para prevenir enfermedades de transmisión sexual, ya que los casos declarados de sífilis pasaron de 700 en 2001 a 1.255 en 2005, y los de infección gonocócica de 805 a 1.174 en el mismo periodo.

Pese a la píldora del día siguiente, la tasa de abortos por mil mujeres ha subido de 7,66 en 2001 a 8,9 en 2004. Pero hay quien no se desanima. El doctor Ezequiel Pérez Campos, presidente de la Sociedad Española de Contracepción, declara que "si la píldora postcoital se usara todo lo liberalmente posible, las cifras de aborto deberían bajar" ("El País", 20-07-06). En concreto, propone que se entregue sin receta médica.

Sin embargo, un reciente trabajo publicado en la revista médica JAMA (293; 54, 2005) contradice esa presunción. Se incluyeron en el estudio 2.117 mujeres de entre 15 y 24 años, a las que se dividió en tres grupos: uno que podía adquirir la píldora en la farmacia sin receta médica; otro al que se le proporcionaban las pastillas por adelantado y un tercero en el que se les facilitaban tras la visita a un hospital o una clínica. En dicho trabajo, los autores comprueban, tras un seguimiento de 6 meses, que las mujeres a las que se proporcionaban las pastillas por adelantado, las utilizaban en un 37,4% de las veces; las que tenían libre acceso a las farmacias, en un 24,2%, y las que debían acudir a un hospital, en un 21%. Lo que llama poderosamente la atención es que, con independencia de estos porcentajes, los índices de embarazos y de enfermedades de transmisión sexual fueron similares en los tres grupos (ver Aceprensa 47/06).

Después de campañas de todo tipo para promover los preservativos y facilitar el uso de la píldora del día siguiente, los médicos que atienden a los jóvenes que van a pedir la píldora gratuita a los centros de salud constatan que lo que falta no es información, sino formación. Advierten una tendencia a subestimar los riesgos de determinadas conductas sexuales y una cierta banalización de la píldora postcoital y del aborto como solución.

Las jóvenes que van a pedir la píldora aseguran que en las relaciones han usado el preservativo y que se les ha roto o deslizado. Aunque pueden mentir, con esta explicación no sale muy favorecido el argumento sobre la eficacia del condón para prevenir el SIDA y evitar embarazos no deseados.

Tras la experiencia de estos años, lo que sin duda ha conseguido mejorar la píldora del día siguiente es la cuenta de resultados de los laboratorios farmacéuticos. Un resultado que no defraudará a la Sociedad Española de Contracepción.

ACEPRENSA


Adopcion Espiritual

La deriva del diagnóstico preimplantacional



La prensa española ha dado especial relieve al nacimiento en un hospital público de Sevilla de una niña, hija de un matrimonio que tenía alta probabilidad de transmitir la anormalidad genética que lleva a desarrollar la distrofia muscular de Duchenne. Esta enfermedad provoca la degeneración progresiva de los músculos. La niña nació sana. La técnica médica que permitió seleccionarla fue el diagnóstico genético preimplantacional, en combinación con los procedimientos habituales de la reproducción asistida. Tras fecundar in vitro varios embriones, los portadores de la enfermedad fueron descartados, y se implantaron dos sanos en la madre, y al final nació una niña.
La novedad no radica en la técnica empleada -el diagnóstico genético se realiza desde hace años en clínicas privadas-, sino en que la sanidad pública ha empezado a asumir este diagnóstico entre sus prestaciones, y por lo tanto resulta gratis para las familias.

El Ministerio de Sanidad, y a la zaga muchos medios de comunicación, ha presentado el caso como un avance terapéutico, el de "una niña liberada de un mal hereditario". Los obispos españoles han salido al paso de esta interpretación, y han precisado en una declaración: "La niña que ha nacido en Sevilla no ha sido curada de nada, ni librada de ninguna enfermedad. Ella ha estado sana desde el principio y por eso ha sido seleccionada para vivir. En cambio, algunos de sus hermanos, en su fase de embriones, han sido destruidos o congelados para un futuro incierto".

Aunque al principio el DPI se justifique para evitar enfermedades raras y graves, la experiencia de países que llevan más años aplicándolo muestra su deriva eugenésica: cada vez se admite para anomalías genéticas menos importantes, y que incluso tienen tratamiento. Así se se ha observado en el caso del Reino Unido, donde ha facilitado que se admita una práctica eugenésica cada vez más intolerante con las deficiencias .

Ya anteriormente, algunos expertos en procreación asistida, como el francés Jacques Testart, advirtieron la "pendiente resbaladiza" por la que la ética acaba siempre sacrificada ante las posibilidades abiertas por los avances médicos

ACEPRENSA

Adopcion Espiritual

El diagnóstico pre-implantatorio y el aborto se usan para la criba de bebés


El diagnóstico pre-implantatorio (DPI) de embriones creados "in vitro" y el aborto están facilitando que se extienda una práctica eugenésica cada vez menos tolerante con las deficiencias físicas. El fenómeno es bien visible en Gran Bretaña.


Hace poco, William Saletan criticaba en la revista "Slate" (19-05-2006) las nuevas normas sobre DPI aprobadas en mayo por la Human Fertilisation and Embryology Authority (HFEA), el organismo que regula la reproducción asistida en Gran Bretaña. En su artículo, titulado "Nuestro suave descenso hacia la eugenesia", Saletan señala que los criterios se han relajado en tres aspectos cruciales.

El primero es la probabilidad de que el embrión tenga un mal congénito. Hasta ahora, la HFEA permitía el DPI solo para detectar anomalías de las que se sabe con certeza casi total que causan enfermedades graves. Las normas recién aprobadas admiten el DPI –y la eventual destrucción de embriones– para nuevos tipos de cáncer cuya probabilidad es del 30-60%.

El segundo cambio es que antes el DPI se usaba solo para detectar enfermedades intratables, y ahora se permite cuando existe tratamiento pero es falible u oneroso. En tercer lugar, los nuevos criterios de la HFEA autorizan el DPI para descartar embriones con riesgo de contraer enfermedades que se declararían no ya en la infancia –como se exigía antes–, sino a los 30-40 años, o más tarde (cosa que la HFEA ya había admitido hace un año para un tipo especial de cáncer: ver Aceprensa 27/05).

Esto supone una creciente intolerancia con las deficiencias, con el agravante –comenta Saletan– de que los criterios de la HFEA son muy amplios y subjetivos. La probabilidad de desarrollar un cáncer hereditario es, en algunos de los casos contemplados, bastante incierta, y para una enfermedad hoy intratable, dentro de 30-40 años puede haber una terapia eficaz. La subjetividad figura expresamente en las normas aprobadas por la HFEA: si por un lado dicen que el DPI se podrá hacer solo cuando haya "riesgo significativo" de un grave trastorno hereditario, por otro añaden que si el riesgo es significativo o no, depende de la valoración que haga quien recurre a la reproducción asistida, de modo que la ansiedad provocada por la presencia de una anomalía genética puede ser suficiente para justificar la criba de embriones.

Aborto de minusválidos

También se extiende en Gran Bretaña el aborto como método eugenésico. La ley británica permite abortar sin límite de plazo cuando existe "riesgo considerable" de que el niño sería "gravemente discapacitado". Esta cláusula se aplica cada vez más a niños con síndrome de Down, informa el "Daily Telegraph" (21-05-2006).

Desde 2003, el Servicio Nacional de Salud (NHS) británico ofrece a todas las embarazadas pruebas para diagnosticar el síndrome de Down. El resultado es que se detectan el 62% de los fetos aquejados del síndrome y de estos se aborta al 92%. Así, en 2004 nacieron en Gran Bretaña 657 niños con síndrome de Down y fueron abortados 937, el máximo nunca registrado y tres veces más que hace 15 años. Una criba similar se hace en otros países, como Estados Unidos (ver Aceprensa 136/05).

Esos datos han suscitado las quejas de las familias de afectados. La Down’s Syndrome Association ha lamentado públicamente que muchos médicos aconsejen mal a los padres cuando diagnostican la enfermedad, sin tener en cuenta los grandes progresos conseguidos en el bienestar y en la educación de estos minusválidos. Por su parte, la organización pro-vida Life ha comentado: "Al parecer, hay derechos humanos para todos, salvo que uno tenga alguna discapacidad".

Pero el aborto eugenésico se emplea incluso en casos de deficiencias menores y aun corregibles, advierte el "Sunday Times" (28-05-2006). Las causas alegadas son, por ejemplo, pies zambos, polidactilia o sindactilia –en pies o manos–, o paladar hendido; defectos que se pueden remediar.

En algunos casos se han abortado niños con malformaciones físicas incorregibles, pero que no llevan consigo deficiencia psíquica ni ponen en peligro la vida, como la falta de una mano.

ACEPRENSA



Adopcion Espiritual

viernes, julio 28, 2006

La eugenesia no es curación.

A propósito de supuestos avances de la sanidad


Madrid, 27 de julio de 2006

El domingo pasado nació una niña en un hospital de Sevilla a la que muchos medios de comunicación han presentado como "liberada de un mal hereditario". Por lo general se ha celebrado este acontecimiento como un progreso que la sanidad pública pone al alcance de los padres portadores de alguna enfermedad que pueden transmitir a sus hijos. Es necesario hacer algunas clarificaciones a este respecto.

Las apreciaciones de orden moral que se hacen a continuación no pretenden, en modo alguno, juzgar la conciencia de las personas implicadas en este caso. Esta nota no juzga moralmente los actos de personas concretas, algo que no se puede hacer sin conocer sus circunstancias particulares. Se trata sólo de recordar la valoración moral que merecen los hechos en cuestión.


Según los datos publicados, la técnica médica aplicada en este caso ha sido el llamado diagnóstico genético preimplantacional en combinación con los procedimientos habituales de la reproducción artificial o asistida. Dicho diagnóstico consiste en examinar los embriones fecundados in vitro para comprobar si todos son portadores del factor genético que puede dar lugar al desarrollo de la enfermedad heredada o si hay alguno sano. Si todos están enfermos, todos son destruidos o congelados. Si hay alguno sano, ése o ésos son transferidos al útero materno para su gestación.


Con el diagnóstico genético preimplantacional, por tanto, no se cura a nadie, lo que se hace es seleccionar a los enfermos para la muerte y a algún sano para que viva. La ética reserva para esta práctica el nombre de eugenesia. Eliminar embriones (enfermos o sanos) es atentar muy gravemente contra el derecho fundamental a la vida de seres humanos en las primeras fases de su desarrollo vital.


La niña que ha nacido en Sevilla no ha sido curada de nada, ni librada de ninguna enfermedad. Ella ha estado sana desde el principio y por eso ha sido seleccionada para vivir. En cambio, algunos de sus hermanos, en su fase de embriones, han sido destruidos o congelados para un destino incierto.


Siempre es exigible que la información sea veraz, completa y no mediatizada por elementos sentimentales. Más, si cabe, cuando está en cuestión un derecho fundamental básico, cual es el derecho a la vida. El hecho feliz del nacimiento de un bebé sano no basta para presentar como progreso unas prácticas que no tienen en cuenta el derecho a la vida de sus hermanos generados in vitro. La justicia y la solidaridad exigen de todos el compromiso con la verdad.


Adopcion Espiritual

jueves, julio 13, 2006

El movimiento pro-aborto prefiere que hablemos de células madre antes que de aborto de parto parcial



Fr. Frank Pavone,

National Director, Priests for Life



Desde Roe vs. Wade, la opinión pública ha permanecido sorprendentemente estable en relación al aborto. (La mayoría de los estadounidenses rechazan el aborto legal excepto en circunstancias de violación, incesto y para preservar la salud física y la vida de la madre). Los movimientos de la opinión pública han sido en dirección pro-vida y el desplazamiento más visible ocurrió cuando se hizo pública por primera vez la realidad del aborto de parto parcial, hace apenas una década. Ese debate se focalizó en lo que realmente le pasa al bebé, en vez de argumentos abstractos sobre “libertad de elección” y “derechos constitucionales.”



A quienes apoyan el aborto les hubiera convenido que lográramos prohibir el aborto de parto parcial y nos olvidáramos del resto. Cuanto más pelearon para mantenerlo legal, más gente rechazó la mentalidad “pro-elección.” Ahora que la Corte Suprema ha accedido a considerar una vez más el caso del aborto de parto parcial, para determinar si la ley federal que firmó el presidente Bush para prohibirlo es constitucional, estamos frente a una nueva avalancha de cobertura mediática que sólo podrá ayudar a la causa pro-vida.



Ahora que es demasiado tarde para ocultar el aborto de parto parcial, los grupos pro-aborto están tratando de hacer lo que más les conviene, cambiar el enfoque de la discusión de los abortos tardíos a los tempranos, y de bebés casi nacidos a la investigación con células madre embrionales. Por supuesto, cuanto más temprano durante el embarazo se produce el aborto y el bebé es menos visible, más personas están dispuestas a permitir el aborto. La ventaja pedagógica que tenemos al hablar de aborto de parto parcial es que la gente aprende cuando se la guía de lo más obvio a lo menos obvio, de lo concreto a lo abstracto, y de lo que es evidente a lo que se alcanza a través de un proceso de razonamiento.



Obsérvese cuanto tiempo de la conversación pro-vida es hoy en día sobre células madre, clonación y la píldora del día después. No me malinterpreten, debemos enfrentar estas cosas, y nosotros en Priests for Life las enfrentamos. Pero no piensen que cambiar la conversación es accidental o una libre decisión de los líderes pro-vida. El movimiento pro-aborto prefiere que hablemos de células madre antes que de aborto de parto parcial y no debemos dejarlos que tengan éxito haciendo que el público se olvide que aún se practican abortos de parto parcial sin sanciones penales. El próximo caso de la Corte Suprema con relación a este procedimiento debe movernos a la acción, hablando constantemente y exigiendo que los candidatos a cargos públicos definan su posición.



La mayoría de los estadounidenses no saben que es el aborto de parto parcial y cuando se les explica, muchos no pueden creer lo que está pasando. Sin embargo los documentos médicos y testimonios judiciales están disponibles. (Visite www.priestsforlife.org/partialbirth.html).



Seamos absolutamente claros: La destrucción del más pequeñito cigoto es igual de mala que si pusiéramos tijeras en el cuello de un niño parcialmente nacido. Pero no es tan obvio. Si queremos que el público se levante y actúe y cambie las políticas públicas, debemos mantener nuestro enfoque primario donde tenemos la ventaja psicológica y pedagógica, el aborto de parto parcial, y de ahí avanzar a las cuestiones menos obvias.


Adopcion Espiritual

miércoles, julio 12, 2006

LA PROCREACIÓN ARTIFICIAL: REALIDAD Y PROBLEMAS ÉTICOS

por Natalia López-Moratalla

La transmisión de la vida

La transmisión de la vida es un proceso unitario que se inicia con el encuentro de los gametos paterno y materno, en un estado preciso de maduración en el que son capaces de reconocerse, interaccionar y activarse mutuamente. En el entorno y lugar adecuado, el tercio terminal de las trompas de Falopio, la fecundación reúne la dotación genética aportada por cada uno de los progenitores y hace posible que se constituya el nuevo organismo en su estado más incipiente, como cigoto o embrión de una célula.

Durante los seis días que tarda en recorrer el camino hacia el útero materno, el recién concebido inicia su desarrollo. Establecen un dialogo molecular por el que la madre alimenta y orienta el crecimiento del cuerpo del hijo. Y ambos se preparan para la acogida en el hábitat materno, donde anidará: en el dorso del embrión y en el útero de la madre aparecen moléculas complementarias, de forma que el hijo sabe situarse en la primera habitación de su vida. En los nueve meses de la gestación, las vidas de la madre y del hijo se aúnan en una verdadera simbiosis: el hijo es reconocido por el sistema inmunitario de la madre como alguien distinto de ella (es mitad suyo y mitad del padre), que se presenta con señal de no peligro. En el recorrido desde el lugar de la concepción al lugar de la anidación ambos se preparan para establecer la tolerancia inmunitaria. Sólo en simbiosis podrá proseguir el desarrollo como feto y nacer.

Ser engendrado en la madre y arrancar a vivir en el seno materno no es indiferente para la vida del hijo. Las condiciones naturales de la concepción son muy coherentes.

La fecundación

La fecundación permite que, con la entrada del material genético de un espermio al interior de un óvulo, se complete el patrimonio genético propio de un nuevo individuo. Para que la fecundación tenga éxito, los gametos masculino y femenino deben activarse mutuamente en diálogo molecular. A lo largo de este proceso laborioso y armónico, los componentes celulares de los gametos se disponen en una nueva organización. Este proceso de activación mutua no es simultáneo sino secuencial.

  • Comienza con el reconocimiento específico de los gametos. Para que un espermio seleccionado pueda reconocer la cubierta del óvulo, el conjunto de espermios debe residir cierto tiempo en el tracto genital femenino; allí reciben las señales necesarias para que se produzcan en ellos los cambios para su capacitación. El óvulo madura en el ovario, y se libera periódicamente de forma que es recogido por las trompas.
  • La interacción de los receptores presentes en la membrana externa de la cabeza del espermio con proteínas de la cubierta del óvulo induce la activación del gameto masculino. Y con ello libera el contenido de la gran vacuola situada en la cabeza. Las proteínas secretadas rompen la cubierta del óvulo, con lo que este avanza hacia el interior de la cubierta. El espermatozoide recorre rápidamente el espacio que separa la cubierta del óvulo y alcanza su membrana.
  • Esta nueva interacción entre los gametos activa al óvulo que realiza una serie de cambios morfológicos y bioquímicos sincronizados por los iones de calcio, cuyo nivel aumenta en la zona donde tuvo lugar la interacción con el espermatozoide. El núcleo del espermio se introduce hacia el interior del óvulo; se funden parte de las membranas de ambos gametos, y se libera el contenido de los granos corticales del óvulo, de forma que la cubierta se endurece e impermeabiliza y así impide el avance de otro espermio por ella.
  • Se reúnen en el óvulo en fecundación los 23 cromosomas procedentes del padre y los 23 procedentes de la madre. Los padres transmiten la vida aportando este soporte material, o estructura informativa. El material genético aportado por cada uno de ellos se prepara, modificándose estructural y químicamente, para dar comienzo a la nueva vida. La concepción genera un nuevo principio de vida que se inicia con la puesta en acto, con la expresión de la información genética desde el primer mensaje, de forma unitaria, como un programa o sucesión ordenada de mensajes en el tiempo, y en el espacio corporal. El embrión va recibiendo señales de las células y del medio, creciendo y desarrollándose de forma armónica a embrión de dos, tres, cuatro, ocho células; el día tres de vida alcanza el estadio de mórula y en el día cinco el de blastocisto. En esta fase se perciben claramente los ejes corporales dorsoventral y cabeza-pies, establecidos en el cigoto al fijar el plano de la primera división de la vida a embrión bicelular.
  • El material genético aportado por cada progenitor tiene un diferente “etiquetado químico”, conocido como impronta parental. Así la naturaleza asegura que cada individuo mamífero tenga que proceder necesariamente de un padre y una madre. Durante la fecundación se modifica la impronta de cada gameto, para dar la propia del cigoto; es decir la información genética del hijo recién concebido es propia de él y es más que la suma de la información contenida en los cromosomas heredados.
Transmitir vida, engendrar, supone como todo proceso fisiológico una disposición adecuada de los cuerpos de los progenitores. Ser fértiles requiere de ambos, en primer lugar, la capacidad de producir, y madurar los gametos; en segundo lugar que éstos no encuentren obstáculos insalvables (físicos o de la composición del moco uterino y secreciones propias del entorno natural) para encontrarse y fecundarse mutuamente y, a su vez, que las condiciones del seno materno permitan el recorrido y la anidación del embrión.

La infertilidad

La infertilidad es un problema que afecta aproximadamente a un 10% de las parejas que desean hijos y están en edad de poder concebir. La causa del problema puede ser mecánica o anatómica, endocrinológica o genética. Este porcentaje ha crecido debido a la promiscuidad sexual que aumenta las infecciones pélvicas y las enfermedades de transmisión sexual. Y la practica anticonceptiva y los abortos que alteran profundamente la fisiología corporal de la mujer.

Sin embargo, un tercio de los matrimonios que acuden a consulta médica no tienen ninguna anomalía detectable y un 65% de ellos consiguen un embarazo en el plazo de unos tres años. Son generalmente problemas de estrés psicológico y orgánico, retraso de la edad de la maternidad por trabajo, u otros factores, ya que entre los 30-35 años la capacidad fértil fe la mujer decae. En ocasiones dificulta lograr el embarazo deseado, la misma ansiedad que ha creado la percepción de la esterilidad como un problema (imagen de sí, status social, etc. ) que ha de resolverse a cualquier precio. Una postura que forma parte de una mentalidad que no acepta los límites naturales.

La baja fertilidad se resuelve, muchas veces, con tratamientos adecuados, e incluso con cambio de algunos hábitos. Los conocimientos científicos actuales permiten aumentar al máximo la probabilidad de engendrar y hace posible que se haga realidad el profundo anhelo de paternidad y maternidad.

La práctica de la reproducción humana asistida surgió en los años setenta como solución de emergencia ante problemas de esterilidad que no podían ser curados; en concreto, ante la obstrucción de las trompas. Han pasado muchos años desde que se introdujeron, amparadas en la realidad del sufrimiento de los matrimonios sin hijos, y, con el tiempo, se ha creado la falsa expectativa de que toda persona, en cualquier situación, puede reclamar poseer un hijo basándose en un ambiguo derecho reproductivo. De hecho, el hijo, el gran deseado, ha pasado a ser, en la práctica, el gran olvidado.

La principal causa de esterilidad es la alteración de los gametos. En el varón puede deberse a un déficit en la producción de espermios (oligospermia), disminución de la movilidad (astenospemia), o falta de su maduración (teratospemia); y el origen es generalmente por causa genética, asociada a alteraciones del cromosoma Y. En la mujer es el fallo en el funcionamiento ovárico. La esterilidad puede curarse dependiendo de la causa y grado de la alteración. La medicina ha avanzado poco en este campo debido a la dedicación de los investigadores y los recursos a promover la práctica de la reproducción asistida. Estas técnicas manipulan los gametos o los toman de un donante, si el hombre y la mujer que acuden a ellas no producen gametos adecuadamente, pero no curan.

En segundo lugar, la imposibilidad de conseguir un embarazo puede deberse a la existencia un obstáculo físico, o bioquímico, a que los gametos bien constituidos y maduros puedan encontrarse, reconocerse y activarse mutuamente. El obstáculo más frecuente es la obstrucción de las trompas de Falopio. Se ha avanzado en protocolos de permeabilización de la trompa obstruida y, los resultado son muy positivos, salvo en el caso de que la mujer se hubiera sometido a una esterilización previa por ligadura de las trompas, y esa intervención las haya destruido totalmente.

En tercer lugar, la falta de fecundidad puede deberse a dificultades de implantación del embrión. En estos casos, lo que ofrecen las técnicas artificiales es disponer de un número elevado de embriones que transferidos simultáneamente a la madre pudieran facilitar que uno de ellos llegara a anidar, mientras el resto muere sin lograrlo.

Es obvio, que sea como fuere la forma y el modo como una criatura humana llega a la vida, cada embrión vivo es un ser humano con el carácter personal propio y específico de todos los individuos de la especie humana. La grandeza de cada vida humana y por tanto de su transmisión no sólo es inteligible “sino que resuena en el corazón de todo hombre”. Existe mucha desproporción entre la fusión de dos gametos y el “resultado” de tal proceso -un ser humano- para no percibir el sentido profundamente personal de dar vida a una persona. Sin embargo, el deseo, legítimo como deseo, de ser padres, la postura a favor de la vida, inversa a la anticoncepción, y el sufrimiento de no poder concebir, hacen que resulte con frecuencia difícil comprender y aceptar, e incluso, dar razón de la doctrina de la Iglesia acerca de la gravedad moral de la reproducción humana artificial. ¿Qué mal puede encerrar en sí mismo que un matrimonio estable, que se quiere y porque se quieren, acudan a la técnica para tener el hijo, biológicamente de ambos, que ellos no pueden engendrar? ¿Qué gravedad moral puede tener el sustituir el engendrar humano de varón y una mujer por un proceso de producción del hijo a partir de los gametos ambos, si justamente su intención es procrear?

Para poder valorar humana y moralmente la intervención tecnológica en la biología del hombre se requiere, en primer termino, poderse dar cuenta, y poder dar cuenta, de que el cuerpo del hombre no es nunca un cuerpo a secas, es siempre un cuerpo humano. Es decir, el significado natural de un proceso corporal, transmitir la vida en el caso que nos ocupa, no es nunca un proceso fisiológico a secas, sino que por ser un cuerpo humano hace referencia directa a la persona, al titular de la vida de ese organismo. Y en segundo termino, se requiere comprender qué es lo que se hace sobre el propio proceso biológico natural con la intervención técnica. Lo artificial en sí mismo no es bueno ni malo: es ambivalente. Es artificial es poner una prótesis o la alimentación parenteral; y si se requieren para un mejor funcionamiento o para mantener la vida deben hacerse.

Se trata, por tanto, de analizar cómo implica a la persona humana transmitir y recibir la vida: cuál es el origen y la fuente de que procede una persona. Y analizar lo que para esa vida de un ser humano supone tener su comienzo en su madre, en el engendrar de sus padres.

Cada viviente tiene un único principio vital que se origina en su concepción, con la fecundación mutua de los gametos de sus progenitores. Pero cada hombre, cada quién, recibe en su concepción el carácter personal; es un plus de realidad: Dios, al llamar a cada uno de los hombres a la existencia, potencia o eleva el principio vital “confeccionado” por los padres. Dios y los padres son concausas del origen del hijo. El origen de cada uno de los hombres no se reduce sólo al mero proceso de reproducción, sino que implica un querer de Dios que hace cada vida humana algo sacro.

Por ello, la transmisión de la vida humana tiene carácter personal y el engendrar humano y la consistencia de los vínculos familiares naturales, superan el mero proceso de reproducción. Son los cuerpos vivos personales de un hombre y una mujer, hechos uno en la unidad de la “una sola carne” la causa de la concepción de la persona del hijo.

La ciencia biológica muestra la diferencia radical de la transmisión de la vida humana en la relación personal de un hombre y una mujer y la reproducción zoológica encerrada en el automatismo del instinto animal. En efecto:
  • El animal está encerrado en el espacio vital de su nicho ecológico, puesto que los estímulos provocan comportamientos que son específicos de la especie, y le vienen dados. Los animales se reproducen perpetuando la especie y siguiendo las leyes que marcan la coincidencia del tiempo de fertilidad con el tiempo de celo en que el instinto reproductor se desencadena por cambios físicos y fisiológicos del macho y de la hembra. Este acoplamiento del instinto con la fertilidad permite que el número de descendientes que puede dejar cada individuo sea el óptimo para asegurar el recambio de las generaciones. No les ha sido dada otra misión que vivir y reproducir individuos de la especie. No hay una razón biológica para que la vida de cada individuo dure más tiempo que el que dura su etapa fértil.
  • Los hombres no están encerrados en un ciclo vital. Cada hombre es un ser inespecializado y más desprogramado que el animal y, por ello, no está estrictamente sometido a las condiciones materiales. El actuar humano no es instintivo y automático, incluso en las tendencias naturales más biológicas. El hombre puede tener motivos para no seguir una inclinación, como por ejemplo satisfacer el hambre. Aunque está en función de la conservación de la vida, la inclinación no le obliga necesariamente a comer, ni a comer algo predeterminado. Puede privarse voluntariamente e incluso puede hacer huelga de hambre y puede voluntariamente envenenarse. La inclinación, como todo hecho natural, no es neutro sino que hace referencia a la persona y por ello, en cuanto acto humano, se presenta en un contexto cultural y de relación interpersonal: “invitar a”, “comer con”. El hombre no cambia el fin natural de la inclinación, sino que lo abre a la relación personal, y así se libera del automatismo regido por el instinto de satisfacer el hambre.
La biología humana muestra la liberación del automatismo biológico del engendrar humano. La transmisión de la vida humana no está en función de la especie. Ni ajustada por el instinto, ni reducida a los individuos mejor dotados por la biología.
  • La atracción hacia la persona del otro sexo está liberada de ese determinismo biológico que acopla en el tiempo instinto reproductor con fertilidad.
  • El tiempo de fertilidad humana femenina es corto en relación con el número de años vivido. Sólo para un viviente capaz de amar tiene sentido que la vida en relación familiar, de amistad, profesional, etc., se prolongue más allá de la edad fértil. Y al tiempo, la lógica propia de la condición de la maternidad, exige edad suficiente para educar a los hijos, y juventud suficiente para una vida familiar de los hijos necesariamente larga, puesto que la criatura humana nace más inacabada y más prematura que ninguna otra.
  • La peculiar menstruación femenina tiene sentido en razón de la sexualidad humana, abierta y liberador del automatismo zoológico. Es el único signo externo percibible del ciclo femenino de fertilidad, a diferencia de los animales en que el tiempo de la fertilidad es advertida por cambios físicos y de comportamiento que marcan el reclamo instintivo. Es un signo, oculto para el automatismo biológico, y que sólo racionalmente puede ser buscado y conocido, haciendo de la paternidad-maternidad un proyecto personal.
  • A cada hombre no le viene dado por la biología una tasa de natalidad. La familia es proyecto personal de uno y una.
Un varón y una mujer se hacen potencialmente fecundos, una caro, en la expresión propia del amor sexuado. El acto de unión corporal, que permite engendrar, coincide plenamente con el gesto natural de expresar el amor especifico y propio entre un varón y una mujer. La biología propia de un ser no cerrado en el automatismo de la vida zoológica hace inseparable de suyo “lo unitivo” y “lo procreativo” del engendrar humano, al liberarle del determinismo animal encerrado en el mero fin reproductor. Es un “nudo gordiano” atado por la naturaleza, y por ello no desatable si no es cortándolo y violentando, con ello, la naturaleza.

En el hombre el gesto unitivo no está cerrado como fin en sí mismo de transmitir vida, sino que está abierto a una relación interpersonal libre entre un varón y una mujer, y que a su vez les abre a la impredecible historia de la relación paterno-filial. Esa desprogramación natural, que lo aleja de la mera reproducción, es coherente, y signo de que Dios confía a los progenitores engendar la criatura humana, que Él llama a la existencia. Obviamente, es Dios quien da cuenta de la llamada a la existencia de cada una de las personas, sea como fuera su concepción, y con ello queda enraizada de manera radical la dignidad de cada uno de los hombres. Se puede ofender a un hombre en su dignidad, pero nadie se la puede arrancar. Dios es garante de cada uno, incluso cuando los hombres traspasan al laboratorio el encargo divino de engendrar los hijos.

Un hijo es un don y fruto de la entrega personal –no de un instinto automático-, por ello, ser engendrado es un derecho de toda criatura humana. Y por ello, reducir la cooperación personal a ser donantes de los gametos y producirlo ofende a la dignidad de la persona del hijo que tiene derecho a tener su origen en la intimidad de la una caro de sus progenitores, con todos sus factores de imprevisibilidad. Es así como Dios no sólo puede dar cuenta de su existencia, sino además sólo Él da razón de por qué “éste”, con sus dones y sus limitaciones naturales, y no cualquier otro de los posibles hermanos. Por el contrario, cuando el hijo es producido desde los gametos de los progenitores y no engendrado, se puede de hecho pedir cuenta a los padres biológicos de por qué encargaron su producción, e incluso cuenta de las taras debidas a las deficiencias propias de un proceso técnico. En sí mismo, lo artificial ejerce violencia en lo natural, y no puede tener las garantías de la sabia madre naturaleza. El deterioro de la naturaleza por la intervención manipuladora del hombre nos lo muestra ampliamente.

En resumen, el único ámbito digno de ser origen de un ser humano es la intimidad de la una caro. Los cuerpos personales de los padres son los autores del cuerpo vivo del hijo. La una caro crea el ámbito de intimidad donde se confecciona el don de una vida personal, que incluye la vida biológica, pero que es mucho más. La ciencia muestra a todos los hombres el sentido personal de la transmisión de la vida humana, y la fe da la razón última de que Dios haya querido al hombre con una biología coherente con la de un ser creado a su imagen y semejanza.

No cabe duda que la carencia de hijos en un matrimonio es un sufrimiento, y que el deseo de hijos es plenamente legítimo. La ciencia médica puede, y debe, ayudar y facilitar que la unión conyugal de un hombre y una mujer les haga mutuamente fecundos. Pero no puede ni debe sustituirles en el engendrar, con las técnicas de reproducción artificial o asistida, convirtiéndoles en donadores de gametos y reduciendo con ello la procreación a la mera fisiología de la reproducción. La dignidad propia de cada ser humano conlleva el derecho a no ser producido: a que su origen esté causado en la relación personal de la procreación.

Ahora bien, las intervenciones del tipo de las Técnicas de Reproducción Humana Asistida tiene además otro grave problema moral: la muerte consentida de seres humanos. El hecho de que lo que se busque sea tener un hijo, el fin de aplicar las técnicas, no justifica poner en peligro la vida que se desea. Hay responsabilidad en dar inicio a una vida humana en condiciones antinaturales por precarias. No existe obligación de tener hijos y si existe la obligación de no poner voluntaria y conscientemente la vida del hijo en peligro.

Técnicas de reproducción artificial

Entre las técnicas de Reproducción asistida cabe mencionar la inseminación artificial, la transferencia de gametos al oviducto, y una variedad de procedimientos in vitro que conducen a la unión de los gametos y que se conocen como fecundación in vitro (FIV) y transferencia de embriones (FIVET).
  • La inseminación artificial consiste en depositar los espermatozoides, una vez manipulados, en el cérvix o en la cavidad uterina, con o sin tratamiento hormonal de la mujer para incrementar la producción de óvulos. La indicación para esta práctica es fundamentalmente la esterilidad masculina. Y se indica también en casos de alteraciones cervicales o endometriosis de la mujer. Cabría pensar en la licitud moral de esta práctica, siempre y cuando se usaran el semen eyaculado en una unión conyugal y recogido después, y siempre que la manera de realizar la inseminación supusiera solamente reducir la distancia a recorrer por los espermios hasta el óvulo. Sin embargo, y precisamente por las causas de esterilidad por las que se acude a esta técnica, ocurre que los espermios requieren ser concentrados, capacitados y situados cerca del ovocito ovulado por lo que difícilmente puede asegurarse que la causa de la fecundación sea la capacidad fecundante de los gametos, y no la manipulación técnica que los pone en contacto.
  • La transferencia de gametos al oviducto (GIFT) se basa en la colocación simultánea de óvulos y espermatozoides en la trompa de Fallopio. Es una forma de inseminación que acerca los gametos y como en la inseminación es difícil que de hecho en la práctica sea una ayuda a la fecundación que no sustituya el engendrar de los padres. Su uso es muy limitado, a no ser que sea solicitado expresamente, ya que es un procedimiento más caro y técnicamente más complicado que las técnicas de fecundación in vitro, y los resultados obtenidos son ligeramente inferiores.
  • La fecundación de óvulos in vitro es una técnica de rutina en muchas clínicas de reproducción asistida. Los óvulos se obtienen mediante la aspiración del contenido de los folículos ováricos, después de realizar una estimulación hormonal de la mujer, y el semen habitualmente por masturbación. Los óvulos se incuban in vitro en condiciones controladas y o bien se adicionan una gran cantidad de espermatozoides (FIV), o bien se realiza una inyección intracitoplásmica de espermatozoides (ICSI) al óvulo. Esto último resultó útil cuando se cuenta con muestras de semen con pocos espermatozoides o con espermatozoides inmóviles que no serán capaces de fecundar utilizando la técnica convencional in vitro. Sin embargo, se usan ambos métodos en igual proporción de casos, sin reducir la inyección al caso de infertilidad masculina. Y se plantea una tercera forma de fecundación artificial cuando las mitocondrias maternas tiene defectos en el DNA. En este caso, mediante inyección, se podrían cambiar el citoplasma del cigoto por el de otro cigoto cuya madre tenga mitocondrias sanas. La eficacia de este protocolo es muy baja.
Los cigotos pueden ser transferidos al útero materno o mantenidos en cultivo en el laboratorio uno o varios días, o congelados por si se requieren para un nuevo ciclo si en la primera transferencia no se ha logrado que los embriones aniden, continúe su gestación y llegue a nacer un hijo. El número de embriones transferidos a la mujer gestante oscila alrededor de tres. En ocasiones, el embrión de tres días se somete a un diagnostico genético preimplantatorio para seleccionar aquellos que no porten taras genéticas. Para ello se estudia el material genético contenido en dos células que se eliminan del embrión de ocho, o del corpúsculo polar del óvulo, en caso de que sea la madre la potencial transmisora de la tara.

Un 85% de las mujeres que acuden a estas prácticas o no producen óvulos o tienen una producción baja. Un factor importante es la edad y por ello muchas de ellas reciben óvulos de donantes jóvenes, añadiendo una fuerte quiebra en el proceso de transmisión de la vida puesto que la madre biológica será diferente de la mujer que lo geste.

Resultados

Un porcentaje cercano al 20% del total de parejas, acuden a la fecundación in vitro a causa de obstrucción de las trompas, otro 20% por factor masculino y otro por factores múltiples de ambos. Un 10% se somete a ellas sin causa conocida de esterilidad. Cuando la esterilidad se debe al varón se acude con frecuencia al semen depositado en bancos por los donantes anónimos. El hecho de que los niños nacidos de donantes no sean hijos biológicos de los miembros de la pareja cuya mujer lo gesta, conlleva serios problemas en la estabilidad matrimonial y muy graves problemas de identidad al hijo que con frecuencia siente la necesidad de conocer sus raíces para comprenderse a sí mismo. Son cuestiones añadidas a la sustitución de la relación personal de los padres en el origen del hijo, que no son triviales humanamente y que agravan más aún la calificación moral.

Los niños nacidos habiendo sido generados por fecundación in vitro son con frecuencia prematuros, heredan la esterilidad paterna de causa genética y presentan, con mayor frecuencia que los engendrados de forma natural, alteraciones neurológicas (retraso mental y graves defectos de visión), tumores y algunas enfermedades poco frecuentes ligadas a la impronta parental. Por tanto, la fecundación in vitro además de negarle al hijo generado el origen, en el engendrar de sus padres, a que tiene derecho toda persona, le resta aspectos esenciales para la vida.
  • En primer lugar, las condiciones naturales en las que sobrevivir. La eficacia medida por embarazo logrado por cada ciclo de fecundación de 10-12 óvulos, depende de la causa de esterilidad y la media oscila en un 30 % de ciclos iniciados. La pérdida de vidas humanas durante el proceso es muy elevada. De cada 75.000 ciclos, con varios embriones generados por ciclo, ocurren unos 19.000 nacimientos. En un 68% de los ciclos no hay embarazo, un 18 % son de un solo feto y el 11% son de fetos múltiples. Y la congelación del embrión reduce a la mitad la eficacia medida como embarazo producido por ciclo. En algunos casos se busca directamente la muerte del embrión. Los fetos con malformaciones son eliminados y en los embarazos múltiples, con frecuencia, se reduce el número por aborto controlado. En las demás situaciones, en que se fecunda más de un óvulo y se transfieren a la madre varios embriones con objeto de que uno de ellos consiga implantarse y desarrollarse, las muertes son consentidas y permitidas, lo que no deja de tener gravedad moral.
  • En segundo lugar, la fecundación in vitro resta el ámbito natural propio de la concepción y la acogida de la vida del hijo generada en sustitución del engendrar de los padres. El hijo engendrado, generado naturalmente, tiene una mejor viabilidad intrínseca que el producido causando artificialmente la fecundación. La debilidad de estos embriones, que conlleva la muerte prematura de muchos de ellos, no es comparable con las perdidas espontáneas naturales.
El proceso artificial se salta la selección natural que ejercen los componentes moleculares del tracto femenino sobre los millones de espermatozoides depositados en él. De forma natural, sólo de 2 a 20 espermatozoides llegan al sitio de la fecundación; este filtro es una barrera natural al avance de los espermatozoides, que permite que sólo aquellos con mayor capacidad de fecundar lleguen hasta el óvulo.

Los procesos de producción tienen su propia lógica: producir en exceso para seleccionar el producto. Es evidente que la practica de esta tecnología ha diluido la responsabilidad que la existencia de un embrión impone al hombre y a la mujer de quienes procede. La progresiva despersonalización en la relación paternidad-filiación, trastoca la transmisión de la vida hasta el punto de llegar a considerar al hijo una propiedad disponible incluso y abandonable. Es necesario asumir la evidencia de que la realidad humana en desarrollo es humana y reconocer la dignidad de la transmisión de la vida en el engendrar humano. En este empeño contribuyen de forma especial los matrimonios sin hijos que saben aceptar ese querer de Dios para ellos como otra forma de bendecir su amor, como enseña San Josemaría, y son capaces de servir, cuidar y educar a los hijos de otros, con corazón de padre y de madre.

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VALORACIÓN ÉTICA

por Juan Carlos García de Vicente

Cuando se trata de aplicar los conocimientos científicos al hombre, es necesario tener siempre en cuenta el respeto que merece el sujeto humano, lo cual impone moverse dentro de ciertos límites insuperables. En concreto, por lo que se refiere a la reproducción humana, hay que respetar dos valores esenciales: primero, los bienes o valores presentes en la procreación sexual conyugal, que hace padres a una pareja; segundo, los bienes y valores de la vida humana. En consecuencia, el juicio moral sobre los diversos modos de transmitir la vida deberá considerar si se respetan los valores presentes en la procreación sexual conyugal y si se respetan igualmente los valores de la vida humana. Se trata de dos cuestiones de principio irrenunciables.

Vamos a detenernos, en primer lugar, en la manipulación del cuerpo humano y más en concreto en las intervenciones sobre la sexualidad. El cuerpo de una persona no puede considerarse como el cuerpo de un animal, como si el animal fuese “como un hombre, sólo que sin alma”. En el ser humano, cuerpo y alma no son dos realidades, sino dos co-principios de la única realidad que es el hombre. En el ser humano, el cuerpo es constitutivo de la persona: ésta se manifiesta y se expresa por el cuerpo, y a través del cuerpo se alcanza la persona. Todas las relaciones humanas parten de aquí, y cuanto más completas y plenas son esas relaciones, más de verifica una comprobación práctica de esta realidad: en la amistad, en el amor, en la maternidad, en la relación médico-paciente, en el ministerio sacerdotal. Incluso la Redención y la economía sacramental se nutren de esta verdad sobre la función del cuerpo para alcanzar la persona.

La sexualidad es una realidad compleja que afecta a toda la persona en distintos niveles, mutuamente conectados:
  • biológico. Hombre y mujer se distinguen en cada una de sus células por el cromosoma X o Y; también desde el punto de vista morfológico hay profundas diferencias entre ambos sexos;
  • fisiológico. Las hormonas y la funcionalidad de ciertos elementos son completamente distintas según el sexo; cuando hay deficiencias o excesos, las patologías del hiperandrogenismo (exceso de producción de hormonas masculinas) o de la feminización (carencia de producción de hormonas masculinas) causan alteraciones en todo el organismo, incluso de naturaleza psíquica;
  • psicológico. Cada sexo elabora una imagen de sí mismo con objeto de alcanzar la propia identidad sexual; varones y mujeres tienen un modo característico diverso de razonar, de querer, incluso de rezar. El miedo, el estrés, la relación sexual significan otras tantas ocasiones en las que se resiente la fisiología sexual de la mujer. Y las alteraciones de imagen de sí pueden desencadenar procesos patológicos graves, por ejemplo, en mujeres que sufren anorexia nerviosa;
  • espiritual y moral. Éste es el plano en que se entrecruzan valores diversos que afectan a la responsabilidad de la persona; piénsese, por ejemplo, en los conflictos que surgen de la diversa actitud (aceptación o rechazo) hacia la fecundidad o la esterilidad.
Como se desprende de lo anterior, la sexualidad humana y su ejercicio compromete a la persona en su integridad, y precisamente por eso la sexualidad es capaz de expresar y consumar la entrega total y recíproca de uno mismo. Y también por esa razón, instrumentalizar el sexo es instrumentalizar a la persona. En fin, porque implica a la totalidad de la persona, la fecundidad humana no pertenece a la zootecnia, sino a la antropología, y la reproducción o generación humana se denomina procreación. Ésta es un hecho distinto de la generación de otras especies, porque tiene características diferentes, debidas a la dignidad del varón, de la mujer, del hijo y de la intervención divina. Hasta el lenguaje corriente se hace eco de esta originalidad, cuando lo que entre los seres humanos es procreación y unión conyugal, para los animales se denomina reproducción y acoplamiento.

El embrión debe ser respetado y tratado como persona

Desde el primer instante de su existencia, el ser humano es respetado como persona; el frutode la concepción es un ser humano. Esta afirmación es la que permiten hacer nuestros actuales conocimientos de embriología. En efecto, desde el momento en que se constituye el cigoto después de la fecundación, podemos hablar de un ser que tiene dos características:
  • individualidad, unicidad, singularidad irrepetible, autonomía del nuevo ser desde la concepción. Esta novedad está atestiguada por la dotación genética singular que posee, distinta de la del padre y de la madre;
  • un ser que comienza un desarrollo bajo el signo de la continuidad, y es además un desarrollo controlado por él mismo, no por la madre.
Las mismas técnicas de fecundación in vitro son una prueba sorprendete para demostrar que el embrión no es un apéndice de la madre, como algunos pretenden sostener, sino un sujeto independiente y autónomo, puesto que consigue desarrollarse desde sus primeras etapas en un medio exterior al organismo materno. Quien practica la FIVET sabe que entre las 12 y 18 horas después de haber puesto juntos los espermatozoides y los óvulos, puede reconocer cuáles son los óvulos fecundados (los recién concebidos) que debe aislar y sacar adelante.

Por tanto, el nuevo ser humano ha de ser tratado como una persona, con un respeto absoluto a su vida y a su dignidad. La muerte voluntaria y directa del recién concebido es un homicidio, un desorden moral grave. Y cualquier intento de utilizar seres humanos como material de experimentación y de investigación es igualmente un atentado grave a la dignidad humana.

Forzosamente, una vez que el embrión es aislado, queda bajo el pleno poder del investigador, que lo puede destinar a diversos fines: dar un hijo a los padres, ser objeto de donación para otra pareja, ser sometido a manipulaciones genéticas, ser utilizado para fines de investigación, ser congelado, ser empleado para integrar un almacén de piezas de recambio, utilizado para fines farmacéuticos y de cosmética, etc. Desde luego, en su origen, lo que se intentaba con las técnicas de fecundación artificial no era la experimentación con embriones humanos, ni la clonación, ni la obtención de repuestos de tejidos humanos o de células madre embrionarias. Pero desde el momento en que se presenta la posibilidad de manipular el embrión, se abre la `puerta a todo tipo de manipulación. Estos resultados de la fecundación artificial dan una idea de lo peligroso que es poner en las manos de otros seres humanos el poder de fabricar la vida humana.

La paternidad y la maternidad debe ser intraconyugal

No se puede sustituir al cónyuge. Ni el cónyuge, ni el amor, ni el hijo son una mercancía. Todos los procedimientos heterólogos (es decir, aquellos en los que los gametos proceden de alguien ajeno a la pareja) sustituyen al menos a uno de los cónyuges, fuerzan a uno de los cónyuges a ser sustituido, por el deseo del otro de tener un hijo. El amor en cambio no tolera la sustitución, el cambio del amado por otro, no permite que se introduzca una tercera persona en el mismo amor.

Sólo la procreación intraconyugal es moralmente digna y responsable (con el hijo, con el cónyuge, con el papel de padres y con la sociedad). El varón debe ser padre, y la mujer madre por medio del propio cónyuge, no a través de otro. Se trata de una obligación de justicia y de respeto mutuo entre los cónyuges. Si no fuera así, ¿por qué iba a ser inmoral que el marido pidiera a otro hombre que tuviera una relación sexual con su mujer previamente anestesiada, o que una mujer consintiera en el adulterio del marido para tener un hijo?

La procreación (en el fondo, el hijo) no es un bien de consumo. No es un asunto en el que depende del consumidor adquirir la posesión del bien previo pago, con la posibilidad de elegir incluso el modelo, como ocurre con cualquier objeto. Se trata, muy al contrario, de una relación de donación entre personas, no de un asunto individual. La relación entre el cónyuge y el hijo no es inmediato, sino mediato, con la mediación del otro cónyuge. Considerar el hijo como un bien de consumo va unido a esta consideración individualista de la relación entre cónyuge e hijo. La mujer, en la donación y con la donación que hace de sí, da al hombre la posibilidad de la paternidad, y lo mismo recíprocamente el hombre a la mujer.

Por tanto, el hijo no es objeto de derecho por parte de los padres: el hijo debe ser siempre fruto de un don. Cuando se habla del derecho a ser padre o madre uno por medio del otro, este derecho no se entiende con referencia al hijo, sino a los cónyuges. Porque la persona es siempre sujeto de derechos, no una cosa (objeto) a la que se tiene derecho.

El hijo ha de poder reconocer su origen en un encuentro conyugal amoroso de sus padres

El acto conyugal, según lo que hemos visto, no se puede sustituir. Los padres se hacen idóneos para la generación a través de la unión conyugal: su voluntad no debe excluir (separar) ninguno de los dos significados de la relación conyugal, el unitivo y el procreativo.

La dimensión unitiva y la dimensión procreativa del acto conyugal son necesariamente inseparables, con una inseparabilidad no entendida en sentido físico (puesto que hay periodos naturales en los que ambas dimensiones no pueden darse juntas, ya que la fertilidad femenina es cíclica), sino entendida en sentido moral. Por eso, la voluntad de los cónyuges no puede excluir o anular la paternidad potencial de un acto conyugal. La comunión física de los esposos debe ser también personalmente amorosa, lo que exige no sólo la mera fusión biológica, sino también la íntima comunión de dos seres personales, con alma y cuerpo. Es decir, la unión conyugal es una unión de personas, no simplemente una unión de sexos.

La expresión, tan usada en el Magisterio reciente, de “paternidad responsable” nos puede ayudar a expresar estas ideas en otros términos: equivale a decir que una pareja que busca la procreación a toda costa, ejerce una paternidad-maternidad irresponsable: irresponsable hacia el hijo, hacia el cónyuge, etc.

La generación tiene una perfección propia, una dignidad connatural: que sea fruto y término de una relación conyugal. Cada hijo debe tener como causa de su ser una unión conyugal. Si se quiere respetar plenamente la generación, la persona humana debe proceder de un acto conyugal; es decir, la procreación sexual no es una opción entre los diez posibles modos de venir a la existencia. Que el origen de una persona haya sido un acto conyugal pertenece a la perfección propia de “ser generado como hijo”.

Puede ayudar a entender lo anterior fijarnos en actos y entes cuya perfección propia exige que sean completos. Un acto: en el fútbol, el gol exige meter el balón dentro de la portería durante el tiempo de juego. La perfección propia del gol, por así decir, es meterlo sin usar la mano, sin hacer juego sucio o faltas; una falta, si se advierte, se castiga; si el árbitro no la ve, en todo caso esa falta quita al gol su perfección propia, y ningún hincha, en el fondo, se sentiría orgulloso de ese gol. Ahora, un ente: un cuerpo humano debe tener todas las habilidades propias de su naturaleza. Si es defectuoso, manco, por ejemplo, le falta a ese cuerpo la perfección propia; si el hecho de ser manco hubiera estado provocado voluntariamente por alguien, este hecho tendría una dimensión moral, alguien habría sido culpable de este fallo.

En ocasiones, se detecta en parejas que han obtenido un hijo por fecundación articifial el empleo de un lenguaje peculiar, con el que quizá intentan convencerse de que no han obrado mal (moralmente, o sea, que no han pecado). Es un lenguaje que con frecuencia transmiten también los medios de comunicación. De un modo inconsciente y espontáneo, la razón asocia con el pecado conceptos como la desgracia, la monstruosidad, la fealdad, la deformidad, la tristeza. Y así, ese lenguaje peculiar a que nos referimos (no necesariamente expresado en palabras, pero sí sentido) dice: “No he actuado mal (no he pecado), porque he tenido un hijo (no es una desgracia), y es guapo (no es monstruoso), y es normal (no tiene deformaciones) y el niño está contento, y yo también, y mi marido (no estamos tristes).”

Ayudar, sí; sustituir, no

La instrucción “Donum vitae” ha recordado un límite infranqueable del acto médico en relación con los cónyuges: éstos pueden ser ayudados, pero nunca sustituidos. La persona que ayuda podrá desempeñar una función incluso decisiva para alcanzar el fin deseado, pero su actuación no deberá impedir la realización de los momentos esenciales que deben ser puestos en acto por la pareja. Ayudar no será nunca en menoscabo de la inseparabilidad entre los aspectos unitivo y procreativo del acto conyugal. Si esto ocurriera, sería indicio suficiente de que la intervención médica o técnica en ese caso ha sido una sustitución. En todo caso, hay que poner atención en el uso de las palabras: hablamos de una ayuda al acto conyugal, no de una simple ayuda al fin que se busca (tener un hijo).

La sustitución del acto conyugal o de uno de los cónyuges con el fin de alcanzar la procreación, hace que, en realidad, la causa del niño sea el médico o el técnico. Y ese origen, y el acto que lo produce, no son dignos del hijo, y por eso han de evitarse, es decir, son moralmente ilícitos. Por lo que se refiere, en concreto, a la sustitución de la persona de los cónyuges, basta pensar que, si en un oficio cualquiera, Fulano es sustituido en su actuación, esto implica que no es Fulano el que actúa; aún más: si Fulano es sustituido por cualquiera, eso quiere decir que no es “alguien” quien actúa, la acción queda despersonalizada, no es necesaria la persona en su unicidad para aquella acción.

Hay que detenerse en este hecho de la sustitución, pues en el fondo es esta sustitución lo que define la fecundación artificial misma. Pongamos ejemplos de la vida ordinaria, tratando de buscar la diferencia existente entre ayudar y sustituir. La raqueta de tenis o las botas de fútbol, ¿son una ayuda o una sustitución? ¿Y las gafas o el microscopio? ¿Es el lavavajillas una ayuda o una sustitución del ama de casa? Siempre se dice que es una ayuda casi indispensable hoy día, pero hay que fijarse en que sustituye al ama de casa en el hecho de lavar la vajilla. Si el micrófono sustituye al conferenciante, entonces no es él quien habla. Y si el traductor fuera una sustitución en vez de una ayuda, la conferencia se debería al traductor, no al conferenciante. Si la casette con el Rosario grabado me sustituye, entonces no soy yo quien reza: “reza” la casette en mi lugar. Si debo hacer un regalo de bodas, puedo admitir una ayuda, pero no una sustitución, porque en este caso ya no sería yo quien hace el regalo, sino quien me ha sustituido. ¿Admitirá un novio o una novia un sustituto para darse un beso y cuanto con él se significa?

Por tanto, la sustitución se configura como un “ponerse en lugar de”, de acuerdo con la etimología de la palabra (substituere). En cuanto llevamos dicho se entrevén dos niveles de sustitución. Una sustitución de una función técnica, de hacer algo, como en el caso del lavavajillas o del traductor; y una sustitución en una tarea personal, de actuación, como en el beso o en el regalo de bodas. Volviendo a la fecundación artificial, la sustitución consiste en el hecho de que el procedimiento artificial se pone en lugar, toma el puesto del procedimiento natural. La persona, en su irrepetible subjetividad singular, desaparece. Cualquiera que tenga suficiente capacidad técnica o proporcione una parte del organismo biológico puede tomar el puesto del marido (o de la mujer, si es el caso), o ponerse en lugar del acto conyugal. La persona, por tanto, aparece sólo como técnico o como suministrador de gametos, y no al revés; por eso cualquiera puede ponerse en el lugar de otro.

La separación entre el acto unitivo (esposos) y el acto procreativo (técnicos) priva al que va a nacer no sólo de la dimensión biológica inherente al acto conyugal, sino sobre todo de la dimensión espiritual, es decir, personal, de ese mismo acto. Separar equivale a degradar el amor a simple producción: la separación, en esta materia, comporta siempre rebajar la procreación del plano del amor al plano de la producción. En este caso, en consecuencia, los cónyuges son meros transmisores de genes, y el origen de la nueva vida no es ya el amor entre un hombre y una mujer, sino células de un hombre y células de una mujer. El ambiente en que se origina la nueva vida no es una familia, una comunidad de amor, sino un laboratorio. Y el hijo obtenido así no goza de un estatuto de radical igualdad con sus padres, sino que entra en la familia en condiciones de inferioridad, de subordinación, puesto que en la estructura de la técnica, que lo ha producido, se inscribe necesariamente la lógica del dominio.

El acto conyugal es un acto particular, que habla el lenguaje del cuerpo; un acto que materialmente realiza la donación íntegra personal y corporal, y la unión de los esposos. La fecundación artificial realiza la disociación de los gestos del acto conyugal destinados a la fecundación humana. La disociación deliberada de los gestos es patente: unos gestos están destinados al acto conyugal, y otros a la fecundación humana. Ninguno de estos actos expresa de suyo el amor y la mutua donación de los cónyuges. Muy al contrario, en realidad constituyen diversas fases de un proceso técnico perfectamente pautado; por eso, la nueva vida no es fruto del amor de los cónyuges, sino producto de un procedimiento técnico.

De todas formas, el problema no reside simplemente en que se trate de un procedimiento técnico, artificial. Si vamos a eso, también la cesárea es un procedimiento artificial en el parto, y es completamente lícita. La cuestión es que la artificialidad no es apta para acoger dignamente el origen de un ser humano, y ciertamente un método artificial de producir una vida humana instrumentaliza al mismo tiempo a la persona humana que es producida. Pero el problema, una vez más, no es sólo el tratamiento instrumentalizado de la persona generada, porque también el parto por cesárea, la incubadora, la alimentación artificial del neonato son medios artificiales. Más precisamente, lo que no se admite es un tratamiento instrumental de la generación de la persona, basándonos en su dignidad. El origen de la vida de tal persona en su bien más esencial (la vida) y en el momento más decisivo (cuando la recibe) no consiente la intervención de gestos artificiales de un tercero. La manipulación de embriones es relevante por este motivo, y no simplemente por el uso de medios artificiales sobre el recién concebido.

Como se ve, estamos lejos de caer en argumentos simplistas del tipo “la técnica es mala”. Las dificultades surgen no propiamente por la entrada de la técnica, sino porque lo que se produce es un ser humano, que se elabora técnicamente y por tanto con arreglo a la lógica inherente a la técnica. Un ejemplo: la técnica ayuda muchas veces a mantener la salud y la vida, pero un médico al que le faltase otro valor de referencia y razonase sólo desde el puntode vista técnico, trataría al enfermo con encarnizamiento terapéutico; en efecto, una acción productiva razona específicamente con juicios basados en la utilidad, la eficacia, el rendimiento, la calidad, es decir, con parámetros propios de la razón técnica. La relación se establece entre productor y producto, y ésa es una relación marcada por el dominio, la sumisión, la desigualdad, como no puede ser de otro modo, por la fuerza de las cosas.

El problema de la esterilidad

Es innegable que la esterilidad es una fuente de sufrimiento para muchas parejas que la padecen. Con frecuencia, en la mujer se presentan sentimientos de privación, de inutilidad, alteraciones emocionales y problemas de identidad. En el varón, la esterilidad significa comprometer la imagen de sí mismo, dado el frecuente equívoco entre fecundiad y virilidad, con repercusiones sociales. Y en ambos son frecuentes los sentimientos de culpa.

Las técnicas de reproducción artificial que venimos examinando se suelen presentar precisamente como soluciones terapéuticas a este problema de la esterilidad. Ante todo, hay que decir claramente que estas técnicas no son terapéuticas, en el sentido de que curen, mejoren la salud o la supervivencia, puesto que con ellas no se restituye a los cónyuges la fecundidad natural; con estas intervenciones, en efecto, no se busca curar la esterilidad sino satisfacer un deseo, cosa muy comprensible, pero que no tiene nada de terapéutica.

De cara a la esterilidad se podría actuar en tres niveles. El primero sería de tipo preventivo: una prevención dirigida a reducir al menos los tipos de esterilidad dependientes de comportamientos individuales o colectivos, como pueden ser la promiscuidad, la práctica de la concepción, el aborto, etc.

Un segundo nivel de intervención se daría cuando la esterilidad está ya presente: en ese caso, procede un diagnóstico que marque la terapia médica, quirúrgica o psicológica más ajustada. Actualmente, un 70% de las parejas puede conseguir un embarazo si se le proporciona una valoración adecuada de los factores de esterilidad y una terapia apropiada.

Pero si la prevención no es ya posible y la terapia médico-quirúrgica no es realizable, hay que ayudar a la pareja a descubrir un nuevo tipo de fecundidad en la propia esterilidad: sería el tercer nivel de actuación, que no tiene nada de retórico o utópico. Importa quitar dramatismo a la condición de esterilidad. De hecho, la esterilidad es una realidad biológica, mientras que la fecundidad va más allá: la maternidad y la paternidad son situaciones muy ricas (afectos, energías, fantasías, sueños, pensamientos, etc.) que se realizan en diversos contextos y proyectos de vida, muchas veces más allá del ámbito estrictamente familiar. En este sentido, es particularmente lúcida la respuesta de San Josemaría Escrivá a la pregunta de un periodista (cfr. Conversaciones, n. 96).

EL ABORTO: PERSONALIDAD DEL EMBRIÓN Y NUEVAS FORMAS DE ABORTO


Uno de los temas más importantes del Magisterio de Juan Pablo II ha sido, sin duda, el de la vida humana desde el momento de la concepción.

Hace todavía pocas décadas, el aborto era descalificado socialmente en el mundo occidental. Parecía monstruoso que pudiese llegar una legislación que tolerase el aborto arbitrario con los pretextos más nimios. Luego, a partir de una progresiva devaluación de lo que es el embrión humano, unido a una creciente distorsión de los “derechos de la mujer sobre su propio cuerpo” —como si el embrión no fuese “otra persona”—, se llegó a una vertiginosa proliferación de legislaciones abortistas.


En este artículo que ahora publicamos, los autores recuerdan algunas ideas madres en relación con el aborto como destrucción de una vida humana inocente.]

por Miguel Ángel Monge y Juan Carlos García de Vicente


La encíclica Evangelium vitae, define el aborto como la ”eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento” (n. 58).

El aborto –por ser la destrucción de una vida humana inocente- constituye un gravísimo desorden moral. Son conocidas las duras palabras del Papa Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium vitae. “Con la autoridad que Cristo ha conferido a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos –que en reiteradas ocasiones han condenado el aborto (...)- declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es trasmitida por la Tradición de la Iglesia y es enseñada por el magisterio ordinario y universal” (n. 62).

Su fundamento en la ley natural se pone de manifiesto en que el derecho a la vida es uno de los derechos más universalmente reconocidos en todas las legislaciones y declaraciones de derechos humanos, independientemente del credo religioso.

Algunas cifras

Las Administraciones públicas no ejercen un control muy minucioso sobre las clínicas privadas (las más utilizadas para realizar abortos) así que es difícil disponer de datos exactos sobre el número de abortos que se realizan. Los datos que se manejan a escala mundial sitúan en unos 50 millones los abortos que se realizan cada año. Con razón se ha dicho que, después del holocausto judío, estamos sin duda ante la mayor tragedia de la humanidad en el siglo XX. “En nuestros tiempos -ha escrito el Papa Juan Pablo II en su reciente libro Memoria e Identidad-, el mal ha crecido desmesuradamente, sirviéndose de sistemas perversos que han practicado a gran escala la violencia y la prepotencia. No me refiero ahora al mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, “artesanal”, por llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido. Un mal erigido en sistema.”

En España, según datos del Ministerio de Sanidad, se ha pasado de 467 abortos en el año 1986 a 80.000 en el año 2003.

Las cifras hablan por sí solas. Además, la mayor parte de las mujeres que deciden abortar acuden a clínicas privadas (68.379 de los 77.125 del año 2002). A pesar de estos números, son pocos los médicos dispuestos a practicar el aborto, en España. Los médicos siguen teniendo claro que trabajan para salvar vidas, no para matarlas.

Nuevos métodos abortivos

En la actualidad, el aborto se propone cada vez bajo formas más asequibles (por ejemplo, tomar una pastilla, como es el caso de la PDD), más silenciosas, pues se busca eliminar el embrión en los primeros días de su desarrollo, de forma que su eliminación pase prácticamente inadvertida para la mujer (y así actúan el DIU o la misma PDD) e interpelen menos la conciencia moral de la mujer, al difuminar la relación entre causa (tomar una pastilla, colocarse un aparato o un parche) y efecto (la eliminación deliberada del hijo en gestación. Vamos a exponer brevemente a continuación estos nuevos métodos.
  • Píldora del día siguiente. La píldora del día siguiente es un preparado a base de hormonas que, tomada dentro de y no rebasando las 72 horas después de una relación sexual presumiblemente fecundante, activa un mecanismo de tipo antinidatorio, es decir, impide que el eventual óvilo fecundado (que es un embrión humano), ya llegado en su desarrollo al estadio de blastocisto (5º-6º día después de la fecundación), se implante en la pared uterina, mediante un mecanismo que altera la pared del útero. El resultado final será, por tanto, la expulsión y pérdida de este embrión.
  • Sólo en el caso de que se tomara la píldora algún tiempo antes de la ovulación, podría a veces actuar como un mecanismo de bloqueo de la ovulación, y en este caso se trataría de una acción típicamente anticonceptiva. Sin embargo, la mujer que recurre a este tipo de píldora lo hace por miedo a estar en el periodo fecundo y, por lo tanto, con la intención de provocar la expulsión del eventual concebido. Por tanto, desde un punto de vista ético, la misma ilicitud absoluta de proceder a prácticas abortivas subsiste también para la difusión, la prescripción y la toma de la píldora del día siguiente.
  • Dispositivos intrauterinos (DIU). El DIU o “espiral” es un pequeño objeto de plástico flexible, en forma de T, que coloca el ginecólogo en el útero de la mujer a través de la vagina. Suele llevar un hilo de cobre enrollado en espiral, y a veces también alguna sustancia hormonal. Su actividad dura una media de 2-3 años. El DIU es eficaz para impedir un embarazo incluso colocado días después de una relación sexual. Su mecanismo de acción es variado, pero ejerce el efecto principal sobre el endometrio, como se denomina a la superficie interna del útero, provocando una reacción inflamatoria similar a la que produce un cuerpo extraño, caracterizada por la presencia abundante de glóbulos blancos. Éstas células dificultan el paso de los espermatozoides y crean un ambiente completamente hostil a la implantación del embrión. La presencia añadida de los iones de cobre es nociva tanto para los espermatozoides como para el embrión. Da una idea de la letalidad del microambiente uterino que causa el DIU, el hecho de que cuando este método falla, los embriones anidan en cualquier otro sitio cercano distinto al útero (abdomen, trompa de Falopio). Este hecho se denomina embarazo ectópico y es una situación grave para la madre.
  • RU-486. La píldora RU-486 es un preparado a base de una potente hormona llamada mifepristona. Actúa bloqueando los receptores biológicos de la hormona progesterona, que es la hormona que se encarga de crear el ambiente necesario para que se desarrolle una gestación. El órgano diana en el que ejerce su efecto es el endometrio, donde elimina todos los factores biológicos y bioquímicos esenciales para el mantenimiento de la implantación del embrión. Así pues la píldora RU causa el desprendimiento del embrión y su posterior eliminación. Se suele utilizar para provocar el aborto durante el primer trimestre de gestación. El empleo de la RU-486 requiere por lo menos tres visitas a un consultorio médico. En España, se aprobó en 1998 su uso solo en medios hospitalarios, debido a sus efectos secundarios (hemorragias, infecciones, etc.).
Origen de la mentalidad abortista

Las raíces de esta situación de “conjura contra la vida” podemos encontrarlas en primer lugar en una mentalidad que sólo reconoce como titular de derechos a quien se presenta con plena o, al menos, incipiente autonomía y sale de situaciones de total dependencia de los demás. En segundo lugar, a un modo de pensar que identifica la dignidad personal con la capacidad de comunicación verbal y experimentable. Está claro que, con estos presupuestos, no hay espacio en el mundo para quien, como el que ha de nacer o el moribundo, es un sujeto constitutivamente débil, que parece sometido en todo al cuidado de otras personas, dependiendo radicalmente de ellas, y que sólo sabe comunicarse mediante el lenguaje mudo de una profunda simbiosis de afectos.

A otro nivel, el origen de esta mentalidad abortista está en un concepto de libertad que exalta de modo absoluto al individuo. La eliminación de la vida naciente se enmascara a veces bajo una forma malentendida de altruismo y piedad humana, manifestando una visión de la libertad muy individualista, que acaba por ser la libertad de los “más fuertes” contra los débiles destinados a sucumbir. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de cualquier tradición y autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una verdad objetiva y común, fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por asumir como única e indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho.

En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha entre la “cultura de la vida” y la “cultura de la muerte”, no basta detenerse en la idea perversa de libertad anteriormente señalada. Es necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre, característico del contexto social y cultural dominado por el secularismo. Quien se deja contagiar por esta atmósfera, entra fácilmente en el torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida. El hombre se considera como uno de tantos seres vivientes, como un organismo que, a lo sumo, ha alcanzado un estadio de perfección muy elevado. El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material.

El cuerpo ya no se considera como realidad típicamente personal, signo y lugar de las relaciones con los demás, con Dios y con el mundo. Se reduce a pura materialidad: está simplemente compuesto de órganos, funciones y energías que hay que usar según criterios de mero goce y eficiencia. En la perspectiva materialista, las relaciones interpersonales experimentan un grave empobrecimiento. Los primeros que sufren sus consecuencias negativas son la mujer, el niño, el enfermo o el que sufre y el anciano. El criterio propio de la dignidad personal —el del respeto, la gratuidad y el servicio— se sustituye por el criterio de la eficiencia, la funcionalidad y la utilidad. Se aprecia al otro no por lo que “es”, sino por lo que “tiene, hace o produce”. Es la supremacía del más fuerte sobre el más débil.

A causa también del fuerte influjo de los medios de comunicación, la conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida a un peligro gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida.

Motivos más frecuentes que se aducen para abortar

a) Aborto por malformaciones y enfermedades del feto

Actualmente, la Medicina está en condiciones de prever con cierta seguridad las enfermedades congénitas, mediante los métodos de diagnóstico prenatal: ecografías, amniocentesis, biopsias, diagnóstico preimplantatorio, etc. Humanamente se comprende que la alta probabilidad de una enfermedad severa en el hijo sea vivida por los padres de un modo dramático, pero es ilógico y hondamente inmoral pensar que el mejor modo de ayudar a su hijo sea matarlo. Desde el punto de vista médico, la solución sería acudir en esos casos a una buena profilaxis, al tratamiento prenatal cuando sea posible, a una terapia endouterina en los casos en que también sea factible y, en último extremo, a la rehabilitación. Pero nunca se puede provocar directamente la muerte de un ser inocente.

Por lo demás, la no aceptación de la minusvalía, supone una especie de racismo de los sanos, de “racismo cromosómico", en frase de Lejeune, que podría traer gravísimas consecuencias para la humanidad.

b) Aborto tras una agresión sexual

Para legitimar el recurso al aborto en estos casos, se suele esgrimir que la mujer que ha sido violada sufre un trauma que perdurará toda la vida. Conviene saber que la posibilidad de que se produzca embarazo tras una violación es mínima: ocurre en menos de un 1% de los casos. Pero aun así, el aborto ni resuelve aquel trauma ni lo reduce: al contrario, puede aumentarlo, al buscar el remedio para un acto inhumano, como es la violación, con otro acto inhumano: la eliminación del hijo, que es completamente inocente. El valor de una vida inocente no está condicionado por las intenciones de los que la engendran. Resulta inadmisible una “solución” que consista en matar al inocente en pago de la culpa de un agresor injusto, intentando compensar una injusticia con otra mayor. Acoger esa vida que se está desarrollando en ella hasta que nazca, incluso con las grandes dificultades que hacerlo llevará consigo, es darle a esa mujer la posibilidad de superar aquel suceso perverso realizando un gesto de amor al hijo (tan inocente como ella misma), con unos de los actos más nobles y dignos del ser humano.

c) El “aborto “terapéutico”, para proteger la salud física o mental de la madre

Se entiende comúnmente por “aborto terapéutico” la interrupción de un embarazo que resulta perjudicial para la salud de la madre. Se propone el aborto a la mujer que descubre estar embarazada padeciendo una enfermedad importante, quizá crónica (como enfermedades del corazón, renales, nerviosas, o de la sangre), porque su estado de salud empeorará a lo largo de la gestación, incluso con peligro de su vida.

Existe un malentendido en el uso del adjetivo “terapéutico”. Este es totalmente inadecuado, porque el médico no actúa directamente ni sobre la enfermedad en curso, ni sobre la parte enferma de la mujer, para curarla. Actúa directamente sobre el feto para provocarle la muerte con la esperanza de que, de este modo, se evitará el empeoramiento de la salud materna. El médico no realiza ninguna acción terapéutica sobre la enfermedad para lograr restablecer o mejorar la salud, sino una acción letal directa sobre alguien sano (el feto) para prevenir el empeoramiento de una enfermedad que podría acarrear un riesgo grave para la madre.

Ciertamente existen enfermedades que desaconsejan el embarazo, ya que la salud materna se puede agravar y quizá quedar comprometida de forma permanente. Por fortuna los avances de la medicina permiten reducir cada vez más los riesgos, y estas enfermedades de la madre se pueden controlar cada vez mejor. Por eso, hoy son rarísimos los casos en los que se plantearía el dilema de tener que salvar a la madre a costa de la vida del hijo. Por otro lado la interrupción del embarazo no solo no cura la enfermedad, sino que somete a la madre al riesgo añadido del procedimiento abortivo y al severo trauma psicológico que perdura a veces muchos años. En definitiva, ante la eventualidad de un embarazo en una mujer enferma, hay que manifestar con claridad que el aborto directamente provocado nunca es éticamente lícito, pues significa la eliminación deliberada y directamente querida de un ser humano inocente.

Un caso completamente distinto, tanto desde el punto de vista médico como desde el punto de vista moral, es el de aquellos tratamientos que una madre gestante ha de recibir para curarla de una enfermedad que compromete seriamente su vida, a consecuencia de los cuales puede sobrevenir un daño para el feto o incluso su muerte. El ejemplo clásico es el de la quimioterapia de una mujer encinta que padece un cáncer avanzado. Podría ser lícito iniciar la quimioterapia si, a juicio del médico, es el único tratamiento con posibilidades de éxito y no puede retrasarse hasta después del parto. Préstese atención a que ese tratamiento es in indicado para curar la enfermedad en curso (un cáncer, en este caso), y se instauraría independientemente de la existencia de un embarazo o no. El problema para dar ese tratamiento reside precisamente en que la mujer está embarazada y no se quiere hacer daño al feto.

El aborto que resulta de esta acción médica se denomina “aborto indirecto”, para distinguirlo del llamado “aborto terapéutico” que hemos descrito arriba, en el cual el aborto es directamente querido por quienes lo realizan o consienten. Así, el aborto directo y el aborto indirecto difieren en la existencia o no de una voluntad homicida, de la que se deriva una conducta concreta externa que la hace operativa, eficaz. Mientras el aborto directo contradice abiertamente la prohibición de no matar, y por lo tanto es siempre ilícito, en el aborto indirecto la situación es completamente distinta desde el punto de vista ético. En filosofía moral se suele explicar diciendo que que el objeto moral de ambos comportamientos es distinto, aunque el objeto físico (“administrar una sustancia que causa daño letal al feto”) sea en ambos el mismo.

Es importante comprender esto correctamente. Elegir el bien A con el riesgo de perder el bien B, no significa ir en contra del bien B, decidir su destrucción. En el aborto indirecto el médico sabe que tiene delante dos personas a las que ha de procurar salvar: la madre y su hijo en gestación. Por eso el médico lleva a cabo una acción cuya finalidad intrínseca es en sí misma curativa: aplica la terapia adecuada para tratar la enfermedad en curso. El bien que el médico busca proteger (la salud materna severamente comprometida) ha de guardar proporción con el riesgo al que se somete la vida del feto. Y naturalmente la instauración de esa terapia no ha de poder aplazarse, por ejemplo hasta después del alumbramiento, ni existen tratamientos alternativos con menores consecuencias negativas sobre el feto. Como se ve, no existe ninguna voluntad homicida: la muerte del hijo no es querida, sino sufrida, tolerada. Es una consecuencia trágica e inevitable de una intervención médica que aún no puede salvar las dos vidas, como querrían todos los que intervienen.

Desde luego, sería muy laudable el testimonio materno de rehusar ese tratamiento para no provocar la muerte del hijo, aunque la vida de ella esté seriamente amenazada. A la hora de tomar la decisión, la madre deberá tener en cuenta los deberes que tiene no sólo hacia el hijo que está gestando, sino también hacia su esposo, hacia los otros hijos que ya tenga, las posibilidades reales de no morirse antes de dar a luz, etc.

El comienzo de la vida humana

¿Qué tipo de ser tenemos delante desde el momento de la fecundación? Una de las ciencias competentes para dar una respuesta es la biología. A veces se recurre a una redefinición de conceptos para negar que, cuando termina el proceso de fecundación, nos encontramos ya con un nuevo individuo de la especie humana, que está iniciando su desarrollo. La biología reconoce actualmente que al término de la fertilización, es decir, del momento en que el espermatozoide atraviesa la corteza del óvulo (una zona conocida como membrana pelúcida) y fusiona su membrana celular con la membrana celular del óvulo, tiene lugar un complejo diálogo bioquímico entre ambos, que se manifiesta porque el conjunto apenas formado activa unos mecanismos de metabolismo, es decir, de vitalidad celular, absolutamente originales. Los más espectaculares son el sellado de la membrana de superficie, para impedir la entrada de ningún otro espermatozoide, y el completamiento de la división cromosómica del óvulo (visible al microscopio con la expulsión del llamado cuerpo polar), que hará posible que la célula resultante posea el número normal de cromosomas de la especie humana. Esto nunca lo hace el óvulo espontáneamente, ni ninguna otra célula del organismo. Al conjunto se le puede llamar en verdad nueva célula, y recibir el nombre de zigoto, pues es una célula genéticamente distinta de las del padre y de la madre, que comienza a operar como un nuevo sistema y a hacerlo de forma unitaria, y con actividad propia desde el punto de vista de transcripción del DNA, como están poniendo de manifiesto cada vez más estudios.

En las horas y días siguientes a la constitución del zigoto, hay una continua multiplicación celular encaminada a lograr formas biológicamente más complejas. Todo el proceso, a partir de la fecundación, presenta unas características muy importantes de recordar, para comprender la afirmación de que estamos ante un nuevo ser en desarrollo:

1) la coordinación: Es una propiedad que no puede existir sin que haya unidad en un ser. El centro de control de dicha coordinación es el genoma, en donde un número grandísimo de genes reguladores asegura el tiempo exacto, el lugar preciso y la especificidad de los cambios morfológicos que deben sucederse.

2) la continuidad: Si se observa a lo largo del tiempo el desarrollo del nuevo ser, todos los cambios que se van dando proceden sin interrupciones. Los mismos que acuñaron el término preembrión para permitir la destrucción de embriones mitigando el rechazo moral, y logrando ampliar a dos semanas el tiempo de libre disposición de embriones para experimentación, los componentes del llamado Comité Warnock, reconocieron en aquel mismo documento que “una vez que el proceso ha comenzado en la fecundación, no hay ningún momento que sea más importante que otro a lo largo del posterior desarrollo; todos son parte de un proceso continuo, y si un determinado estadio no tiene lugar normalmente, es decir, en el momento justo y en la secuencia correcta, el desarrollo posterior se detiene”. La propiedad de la continuidad implica y manifiesta la singularidad y unicidad del nuevo sujeto humano. A partir de la fusión de los gametos, encontramos siempre el mismo individuo humano, con su propia identidad, que se está construyendo autónomamente atravesando estadios sucesivamente más complejos cada vez.

3) la gradualidad: Quiere decir que todos los cambios que vemos en el desarrollo embrionario y fetal apuntan a lograr una forma final que es gradualmente alcanzada. Tal característica implica y exige la existencia de un principio regulador intrínseco al embrión mismo, para mantener el desarrollo constantemente orientado hacia la forma final.

4) la individualidad: Actualmente, la identidad de los miembros de una especie y la individualidad de cada miembro se determina biológicamente por el genoma, y ya no por la morfología macroscópica, como se hacía hasta el siglo pasado. Según esto, el genoma del zigoto revela la pertenencia de ese individuo a la especie homo sapiens. Y los marcadores genéticos que posee permiten afirmar que es un individuo genéticamente distinto y original, distinto de la madre y del padre de los cuales procede. Pues bien, se ha querido negar la individualidad del nuevo ser en desarrollo a partir de la experiencia de que existen gemelos, es decir, dos individuos que proceden de un solo embrión. ¿Cómo se puede afirmar –se preguntan– que el embrión es un ser individual, si al cabo de pocos días nos encontramos con que existen dos seres humanos? El error implícito en esta dificultad estriba en utilizar unos conocimientos de biología de la reproducción animal que están ya atrasados más de 80 años. Efectivamente, los mecanismos de reproducción asexual que conocemos en la naturaleza demuestran que la individualidad orgánica no es incompatible con que de una parte del organismo se pueda desarrollar otro organismo: esto es bien conocido en insectos y reptiles. Más recientemente, la clonación por transferencia nuclear ha demostrado igualmente que las partes que componen un organismo individual pueden dar origen a organismos individuales distintos. Es decir, no se ve qué problema puede haber en que de un individuo humano en estado embrionario se origine, por un mecanismo que podríamos llamar de reproducción asexual, y por causas y mecanismos que los biólogos aún desconocen, otro individuo distinto y autónomo, mientras que el primero continúa ininterrumpidamente su desarrollo conservando la propia identidad biológica y ontológica.

En definitiva, los datos biológicos, si son correctamente interpretados siguiendo un método científico, pueden contribuir a determinar cuándo un ser humano, es decir, un organismo individual de la especie humana, comienza a existir y cómo se desarrolla. De los datos esenciales sobre la formación del zigoto y sus primeras horas de vida, resulta con toda evidencia que en la fusión de los gametos comienza a ponerse en marcha como una unidad una nueva célula humana, dotada de una nueva y exclusiva estructura de información genética, que constituye la base de su desarrollo posterior. Esta información genética es la garantía de la pertenencia del zigoto a la especie humana y de su singularidad individual o identidad, que le proporciona enormes posibilidades morfogenéticas, que se realizan de modo autónomo y gradual durante el proceso epigenético rigurosamente orientado.

El embrión es una persona

Como acabamos de ver, las ciencias biológicas proporcionan los datos necesarios para responder a la pregunta sobre el momento a partir del cual el embrión humano es un individuo de la especie humana. Sin embargo, la pregunta sobre si ese individuo también es persona no es competencia de la biología, sino de la filosofía.

Ciertamente, ningún dato experimental es por sí suficiente para reconocer un alma espiritual; sin embargo, los conocimientos científicos sobre el embrión humano ofrecen una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde el primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana? Desde el momento de la fecundación se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano, que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces.

El ser humano es persona en virtud de poseer una naturaleza humana, es decir, en razón de ser un individuo vivo de la especie humana. Es persona, por lo tanto, en virtud de su naturaleza racional. Ser persona pertenece al orden ontológico: la posesión de un estatuto personal no se puede adquirir ni disminuir gradualmente, es una condición radical. La ausencia (bien por no actuación o por privación) de las propiedades o funciones que realiza la persona, como son la capacidad de relacionarse, la racionalidad, etc., no niega la existencia de la sustancia ontológica: sigue siendo persona por naturaleza, ya que la persona preexiste ontológicamente a sus cualidades. Si tuviéramos que aceptar que sólo es persona quien puede poner esas capacidades en acto, tendríamos que excluir como personas a los bebés, a los que duermen, a ciertos enfermos, a los pacientes en coma, etc.

Las funciones son “de la persona”, no son “la persona”: de la posesión de algunas cualidades o de la manifestación de ciertas funciones no se “induce” la presencia de la persona, sino que, al contrario, la persona es la condición real de la posibilidad, de la existencia, y de la actuación de determinadas funciones.

Por todo esto, el fruto de la generación humana, desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del zigoto, exige el respeto incondicionado que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida.

a) El origen del concepto de persona

En buena parte, la polémica actual en torno al respeto inviolable que merece la vida del embrión está en función del uso que se hace del témino persona. Por eso es importante entender su significado.

La palabra persona tiene un origen muy antiguo. Persona era la máscara que usaban los actores para representar su papel en el teatro del antiguo mundo greco-romano. Pero ese significado ya no es el que le damos hoy. Hay que remontarse a los primeros siglos del cristianismo para entender el significado actual. Se creó el concepto de persona para hablar del misterio de la Santísima Trinidad: tres sujetos distintos que son cada uno Dios, sin que haya tres dioses. A cada uno de los Tres se le llamó Persona para significar que era Alguien subsistente y distinto de los otros Dos, aunque no son tres dioses porque la esencia divina que poseen es idéntica. Más tarde el concepto de persona sirvió también para hablar de modo filosófico riguroso acerca del misterio de Cristo, de quien decimos que es la Persona del Verbo que subsiste en dos naturalezas, humana y divina.

La aplicación del concepto de persona al ser humano tiene lugar mucho después. Lo realizó la teología Escolástica del siglo XIII. Explicaron que, hablando desde un punto de vista metafísico, persona significa lo más perfecto que se puede pensar en el orden del ser. La perfección mayor es la de ser alguien capaz de decidir sobre sí mismo, que es responsable de sus actos porque es inteligente y libre. Además esa naturaleza inteligente y libre vive del modo más perfecto que existe, que es subsistiendo, es decir, existiendo por sí mismo, y no recibiendo su ser a través de otro: no existe en razón de otro. Decir persona era, por lo tanto, decir que estamos ante un ser perfecto, único, irrepetible y que durará para siempre. Dios son tres Personas, los ángeles son personas, los hombres son personas.

Pero modernamente el concepto de persona ha entrado en crisis. Al perderse el punto de vista metafísico, de la esencia de los seres, de su naturaleza, el concepto de persona se ha vaciado de significado. Algo o alguien será persona sólo si da muestras claras de un cierto tipo de actividad. El acento ya no recae en el ser o en el modo de ser (en la naturaleza) de esa criatura, sino en una lista de fenómenos comprobables. Por ejemplo, si por persona se entiende un ser autoconsciente, que comprende su dolor, que es capaz de comunicación con otros, entonces serán personas los embriones sólo a partir de una cierta edad, y los enfermos inconscientes cuando no han superado cierto grado de coma. Y por supuesto también podrían ser personas muchas especies de mamíferos superiores, o incluso algunos ordenadores del futuro. Estas afirmaciones no son inventadas. Influyentes escritores de bioética como Peter Singer o Tristán Engelhardt las sostienen.

De ahora en adelante nosotros usaremos persona en un sentido filosófico. El significado es esencialmente el mismo de la filosofía escolástica, pero enriquecido con las grandes aportaciones de filósofos modernos. Dejando a un lado a los seres personales que no tienen cuerpo, decimos que es persona humana todo individuo vivo perteneciente a la especie humana, es decir a la especie homo sapiens sapiens, caracterizada por su peculiar biología y su naturaleza racional y libre. Así pues, encuentro una persona cada vez que tengo delante ese compuesto unitario de alma y cuerpo que es “un individuo humano vivo”. Por el hecho de ser un individuo vivo perteneciente a la especie homo sapiens, merece el mismo respeto incondicional que cualquier otro miembro de esa especie. Yendo más al fondo, lo que hace a este ser material una persona es, radicalmente, el acto de ser que recibe de Dios con el alma, y gracias al cual “éste” hombre empieza a existir: una nueva persona entra en el cosmos.

Algunos aspectos pastorales y canónicos

a) Aborto y excomunión

“Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”, dice el Código de Derecho Canónico, n. 1398. Se considera aborto cualquier acción contra el ser humano que consiga su muerte, desde el momento mismo de la concepción. De todos modos, hay que distinguir entre las técnicas que producen el aborto de un embrión del que se conoce positivamente su existencia y aquellas otras donde el aborto es sólo posible (“píldora del día siguiente”, los DIU, etc.). Desde el punto de vista de la moralidad objetiva, es decir, dejando a un lado la responsabilidad moral subjetiva de esas personas, en ambos casos, se comete un pecado de aborto (ya que se usa un medio letal para el embrión en la duda de que ya exista), pero sólo se incurre en excomunión cuando se conoce realmente la existencia del embarazo, pues para la pena canónica, hace falta que de hecho se haya producido con certeza el delito, no basta la posibilidad. Hay circunstancias (edad menor de 18 años, ignorancia de la pena de excomunión aneja, miedo grave que anule la libertad, etc.) que excluyen esa censura.

Por lo que se refiere a la absolución de la pena de excomunión aneja al pecado de aborto, existe en el confesor la obligación de tener en cuenta las normas canónicas. Si el arrepentimiento es sincero y resulta difícil remitir el caso a la autoridad competente, a quien está reservado levantar la censura, todo confesor puede hacerlo a tenor del canon 1357 del Código de Derecho Canónico, sugiriendo la adecuada penitencia e indicando la necesidad de recurrir ante quien goza de tal facultad, ofreciéndose eventualmente el propio sacerdote para tramitarlo. El Código contempla para esos casos la conveniencia de provocar en el penitente la situación insoportable o insufrible de excomunión y, así, poder absolverle de la censura en el fuero interno.

b) Objeción de conciencia

Una ley que permite el aborto es intrínsecamente inmoral; por lo tanto un cristiano no puede obedecerla nunca; no puede ni siquiera participar en una campaña de opinión a favor de esa ley, sostenerla con su voto o colaborar en su aplicación. En tales casos, ha de presentar la llamada objeción de conciencia, debe negarse a su cumplimiento, esgrimiendo la objeción de conciencia. Es más, esa resistencia constituye un deber y un derecho fundamental, que ha de ser reconocido a los agentes sanitarios y a los responsables de las instituciones hospitalarias, de tal manera que “quien recurre a la objeción de conciencia debe estar a salvo no sólo de sanciones penales, sino también de cualquier daño en el plano legal, disciplinar, económico y profesional” (EV 74). Recordemos que los Códigos deontológicos de las profesiones sanitarias contemplan la objeción de conciencia como un deber y un derecho.

c) Ayuda a las madres con problemas

Manteniendo los principios morales en relación con el valor de la vida humana, la perspectiva cristiana no puede, sin embargo, volver la espalda a las penas y miserias que muchas veces acompañan a las personas que sufren el drama del aborto. “Toda persona de corazón, y ciertamente todo cristiano, debe estar dispuesto a hacer todo lo posible para ponerles remedio. Esta es la ley de la caridad, cuyo primer objetivo debe ser siempre instaurar la justicia. No se puede jamás aprobar el aborto, pero por encima de todo hay que combatir sus causas”. Esto comporta una acción política, pero “es necesario al mismo tiempo actuar sobre las costumbres, trabajar a favor de todo lo que pueda ayudar a las familias, a las madres, a los niños”.

El Papa Juan Pablo II, con palabras llenas de comprensión y de esperanza, se refiere a la ayuda pastoral que se debe ofrecer a las mujeres que han recurrido al aborto. En este sentido, los obispos católicos de todo el mundo animan a la creación de programas de servicio y asistencia para poder proporcionar a las mujeres una alternativa al aborto. Esos programas suelen incluir diversos aspectos, desde la instrucción adecuada y los medios de subsistencia material para las mujeres, hasta prestarles asesoramiento de todo tipo y posibilidades de continuar la propia formación como madres solteras.

Muchos de estos servicios son frecuentemente ofrecidos por entidades sostenidas por la Iglesia, las cuales se dedican a la salud y a los servicios sociales y solicitan la dedicación de profesionales y de voluntarios. A ellos se une la colaboración de otros grupos privados y el apoyo de la asistencia estatal, que debería ser más generosa.

Es este un problema que, además, no atañe solamente a la mujer. También Juan Pablo II ha querido recordar: “Cuánto reconocimiento merecen las mujeres que, con amor heroico por su criatura, llevan a término un embarazo derivado de la injusticia de relaciones sexuales impuestas con la fuerza; y esto (…) también en situaciones de bienestar y de paz, viciadas a menudo por una cultura de permisivismo hedonístico, en que prosperan también más fácilmente tendencias de machismo agresivo. En semejantes condiciones, la opción del aborto, que es siempre un pecado grave, antes de ser una responsabilidad de las mujeres, es un crimen imputable al hombre y a la complicidad del ambiente que lo rodea” (Carta a las mujeres, n. 5).

Terminamos con estas palabras del Papa Benedicto XVI, pronunciadas hace pocos años, cuando trabajaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe: “La Iglesia debe cumplir su misión de salvación en un mundo marcado por el pecado y la injusticia y acudirá con gran misericordia al encuentro de los hombres caídos en el pecado y arrepentidos, y también a aquellos que han participado de algún modo en un aborto y se arrepienten sinceramente. Pero para seguir siendo ‘luz del mundo’ y ‘sal de la tierra’, la Iglesia no puede llamar bien al mal y mal al bien; sino que debe condenar el aborto por lo que es: la eliminación querida de un ser humano inocente e indefenso. De este modo, la Iglesia está convencida de que no sólo permanece fiel al mandamiento de Dios confirmado por Cristo, sino que también defiende el derecho a la vida de innumerables niños en el seno de su madre, denuncia a la sociedad un pecado que grita venganza delante de Dios y contribuye a la edificación de una ‘cultura de la vida’, en la que todo hombre desde la concepción es acogido con respeto, estimado y amado, porque lleva en sí la imagen del Dios santo y vivo”.