Si para algunas personas es inaceptable asociar el aborto con un de- terminado tipo de gente, y por supuesto, lo es, ¿por qué entonces lo vemos justificado en el caso de los niños con discapacidades?
He estado luchando con esta cuestión desde el nacimiento de mi hija Margaret, desde que ella abrió sus grandes ojos azules y recibimos la primera señal de que había una persona hecha y derecha detrás de ellos. Siempre que salgo con Margaret soy consciente de que ella representa un grupo que se está extinguiendo debido a la elevada disponibilidad de los test prenatales y del aborto. No sé cuántos embarazos se truncan debido al diagnóstico prenatal del síndrome de Down, pero algunos estudios los cifran entre el 80 y el 90 por ciento.
A medida que Margaret crece, especialmente aquí en el país del cuerpo perfecto, veo cómo la gente la mira: curiosa, sorprendida, algunas veces cautelosa, ocasionalmente desaprobadora o alarmada. Sé que muchas mujeres en edad de procrear que han juzgado a Margaret han concluido que estas vidas no merecen la pena ser vividas. Para ellas, Margaret se encuadra en la categoría de sufrimiento humano evitable. Trágico error, según algunos; una vida surgida del movimiento provida para otros. Menos que humana. Un las- tre para la sociedad. Que alguien a quien amo sea visto de esta manera es un dolor inexplicable para mí.
Esta visión está particularmente radicalizada aquí, en el Estado de California, pero la encuentro en todas partes, tanto en ámbitos académicos como en barrios humildes. No hace mucho, en una cena social me sentaron al lado del director de un programa de Ética de una gran universidad. En un comentario a una pregunta, dijo que él creía que los padres tenían obligación moral de hacer el test prenatal e interrumpir el embarazo para evitar que nazca un niño discapacitado, porque era inmoral someter a un niño al tipo de sufrimiento que tendría que afrontar (Cuando comencé a relatarle la experiencia de mi familia, sonrió cortésmente y se giró hacia la señora de su izquierda).
Margaret no ve su vida como sufrimiento humano crónico (aunque está molesta de que no le compre una iPod). Se preocupa de cosas más importantes, como los resultados del Bostón Red Sox o el baile al que asistirá el fin de semana. Sin duda, ella desea aprender más rápidamente y sacar mejores notas en matemáticas. Pero eso no arruina nuestro día, y mucho menos nuestras vidas. Son las actitudes sociales negativas las que nos hacen sufrir.
Muchas mujeres jóvenes me han preguntado cuándo hice el test. Yo interpreto la cuestión como un "consiga gratis la tarjeta". Si digo que sí me lo hice, imaginan que soy una víctima de las circunstancias, y por lo tanto implícitamente no rechazan la decisión que puedan hacer ellas de abortar si piensan que pudiera haber anomalías. Si les digo que no, entonces significa que soy una tuerca del engranaje antiabortista cuya elección no es relevante para sus vidas; en cualquier caso, ellas siempre tienen razón.
En la antigua Grecia, los bebés con taras eran abandonados a la intemperie. En Estados Unidos acudimos al test genético prenatal para hacer nuestra selección en privado, pero el efecto sobre la sociedad es el mismo. Ya no nace ninguno.
El viejo pediatra de Margaret me dice que hace años acostumbraba a tener un flujo estable de pacientes con síndrome de Down. Ya no. En la costa occidental de Los Angeles ya no nace ninguno, me confiesa. La ironía es que atravesamos un tiempo donde los avances médicos están cambiando profundamente lo que significa vivir con discapacidades. Hace años las personas con Down vivían a menudo en instituciones. Muchas tenían salud endeble, cuidados limitados y escasas habilidades sociales; no sabían leer y morían jóvenes. Se pensaba que todos sus problemas eran incorregibles, causados por su anomalía genética.
Ahora está claro que estas personas estaban limitadas tanto por la propia institucionalización, bajas expectativas, carencia de educación y pobres cuidados, como por su ADN. Hoy viven más tiempo y con mejor salud. Y gracias a las reformas educativas de los últimos años, terminan la escuela secundaria, viven con más independencia y son contratados por empresas. Es la tecla racional. En cuanto a la emocional, Margaret es una persona y un miembro de mi familia. Tiene los ojos de mi marido, mi pelo y el sentido del humor de mi suegra. La queremos y admiramos como es, luchadora y llena de vida, no a pesar de ella. Enriquece nuestras vidas.
Lo que no entiendo es cómo nosotros como sociedad podemos tácitamente calificar a un grupo de gente como "sin valor". Me gustaría pensar que ya es hora de poner este tema sobre la mesa y hablar de él, pero no soy optimista. La gente quiere un bebé perfecto, una vida perfecta. A esos les digo: buena suerte; o quizá, sueña con ello.
Y aquí hay una pieza más de un equipaje indiscutible: es una cuestión pequeña, pero significante, de lo que conduce a la discusión sobre el aborto. Tengo que pensar que hay muchos defensores del aborto que, mientras apoyan los derechos de la gente discapacitada, quieren al mismo tiempo preservar su derecho de asegurar que nadie con discapacidad nacerá en su propia familia. El debate del aborto no es sólo sobre el derecho de la mujer a elegir cuándo tener un niño; es también sobre el derecho de la mujer a elegir qué niño quiere tener.
J. Patricia E Nacer, The Washinton Post
Traducido y publicado por DM, 24-X-2005
Adopcion Espiritual
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