«Soy un capricho del Señor»
«Quiero muchísimo a mi madre». La Hermana Soreli Bogaños, colombiana, de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia, sabe que le debe a su madre aun más que la mayoría. Le debe la vida por partida doble. Los médicos querían abortarla, y su madre, Rosa, se opuso, arriesgando su propia vida. Hoy sabe que el Señor la quería para sí, y lleva diez años cuidando a niños y ancianos en Murcia
La Hermana Soreli en su despacho
de la residencia donde trabaja, en Murcia
Su madre llevaba varios meses de embarazo sin problemas. ¿Cómo surgieron?
Había habido un desprendimiento de tierra en mi pueblo. Un autobús volcó y hubo muchos heridos, entre ellos una amiga de mi madre. La gente que la estaba socorriendo mandó llamar a mi madre, y mi madre, que estaba embarazada de siete meses, fue porque su amiga la necesitaba. Mi madre tuvo que ver cosas muy feas; por ejemplo, un niño muerto con el cerebro fuera. Todo eso la impresionó mucho, y le afectó al embarazo. Empezó a ponerse mala y la llevaron a la ciudad, al hospital. El médico le dijo que el embarazo era muy peligroso: yo venía mal y ella podía morir al darme a luz; yo iba a nacer deforme y a morir en el parto, o poco después. Le dijeron que tenían que hacerle un aborto. Pero ella y mis hermanas me han contado que no quería quitarme la vida, decía que si el Señor quería llevársela o llevarme a mí ya lo haría por otro medio. Se arriesgó mucho. Decía: «Quiero lo que el Señor quiera de mí». Si me hubieran abortado, no se lo habría perdonado en la vida.
¿Y su padre?
Mi padre estaba trabajando fuera, y le pidieron el consentimiento. Tenían ya siete hijos, y él no sabía si arriesgar la vida de su mujer o no. Pero también era un hombre de mucha fe, hubiera apoyado a mi madre en la decisión que tomó.
¿Cuál fue esa decisión para evitar el aborto?
El día que se lo iban a hacer hubo otro accidente cerca. Al hospital llegaron muchos heridos, y como eso era más urgente se olvidaron de ella. En la clínica había una amiga suya, trabajando de auxiliar, y mi madre le pidió por favor que la ayudara a escapar. Esa amiga en principio no quería, hasta que mi madre le prometió que no le diría nada a nadie. Entonces la ayudó, mi madre salió de la clínica y volvió al pueblo. No quiso volver a la ciudad. Cuando nací nos atendió una matrona del pueblo.
Es evidente que no murió al nacer, como habían dicho los médicos.
Nací con hernia umbilical, toda encogida y con ataques de epilepsia, que se me fueron pasando poco a poco. Me tuvieron que operar a los seis meses, y no caminé hasta los dos años. Siempre he sido muy débil de salud, siempre he estado anémica y he sido chiquitita. Creo que al operarme tocaron algo que afectó a mi desarrollo. Mi madre quedó bien, y dos años después tuvo a mi hermana pequeña. Somos las últimas de nueve hermanos vivos, más otros tres que fallecieron antes de nacer yo.
¿Cuándo se enteró del peligro al que había sobrevivido?
La conciencia que tengo es que siempre lo he sabido. Creo que me lo dijeron cuando en el colegio, con unos diez años, nos encargaron que hiciéramos nuestro árbol genealógico. Me impresionó bastante saber que mi madre no pensara tanto en ella, o en mis otros hermanos, sino en mí. Aunque no me daba cuenta del todo de lo que hizo por mí, eso fue a raíz de entrar en la vida religiosa.
Soreli (primera fila, a la derecha), con Rosa,
su madre (detrás de ella), su hermana religiosa,
su hermana pequeña, una cuñada y una sobrina
¿Por qué?
Mis padres han sido muy religiosos y siempre nos han infundido lo que eso conlleva. Pero cuando entré en la congregación y tuve más formación religiosa, fui tomando conciencia de más cosas. Al profundizar en lo que Dios nos quiere, vi su mano, vi que me había querido para Él. Siempre digo que yo he sido un capricho del Señor.
¿Cómo descubrió su vocación?
Tengo otra hermana que es religiosa de clausura en España desde antes de nacer yo. Ella siempre estaba detrás de las más pequeñas, a ver si nos gustaba la vida religiosa. Yo no le decía ni que sí ni que no. Cuando era más pequeña me hacía ilusión, pero de joven, cuando iba al instituto y tenía novio, me decía que no iba a servir. Al final, son cosas del Señor. Mi hermana la monja conocía a un sacerdote promotor vocacional que estaba de viaje en Colombia y le pidió que nos visitara a mi hermana pequeña y a mí, para que entráramos en su comunidad. Yo le dije que la vida de clausura me asustaba. En esa época pensaba que todas las religiosas eran de clausura, pero él después nos habló de la vida activa, de la comunidad en la que estoy, las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia. Me llamó la atención el nombre, porque siempre me había gustado la idea de ser misionera. Somos una comunidad muy joven, tengo la suerte de vivir con la fundadora, la madre María Campillo Hurtado. Sólo existía en España, en Murcia, y me vine yo con 20 años, y mi hermana pequeña, aunque a ella le sentaba mal el clima y se volvió. En estos diez años he trabajado en la guardería y ahora en la residencia de mayores.
María Martínez López
Alfa y Omega
Adopcion Espiritual
La Hermana Soreli en su despacho
de la residencia donde trabaja, en Murcia
Había habido un desprendimiento de tierra en mi pueblo. Un autobús volcó y hubo muchos heridos, entre ellos una amiga de mi madre. La gente que la estaba socorriendo mandó llamar a mi madre, y mi madre, que estaba embarazada de siete meses, fue porque su amiga la necesitaba. Mi madre tuvo que ver cosas muy feas; por ejemplo, un niño muerto con el cerebro fuera. Todo eso la impresionó mucho, y le afectó al embarazo. Empezó a ponerse mala y la llevaron a la ciudad, al hospital. El médico le dijo que el embarazo era muy peligroso: yo venía mal y ella podía morir al darme a luz; yo iba a nacer deforme y a morir en el parto, o poco después. Le dijeron que tenían que hacerle un aborto. Pero ella y mis hermanas me han contado que no quería quitarme la vida, decía que si el Señor quería llevársela o llevarme a mí ya lo haría por otro medio. Se arriesgó mucho. Decía: «Quiero lo que el Señor quiera de mí». Si me hubieran abortado, no se lo habría perdonado en la vida.
¿Y su padre?
Mi padre estaba trabajando fuera, y le pidieron el consentimiento. Tenían ya siete hijos, y él no sabía si arriesgar la vida de su mujer o no. Pero también era un hombre de mucha fe, hubiera apoyado a mi madre en la decisión que tomó.
¿Cuál fue esa decisión para evitar el aborto?
El día que se lo iban a hacer hubo otro accidente cerca. Al hospital llegaron muchos heridos, y como eso era más urgente se olvidaron de ella. En la clínica había una amiga suya, trabajando de auxiliar, y mi madre le pidió por favor que la ayudara a escapar. Esa amiga en principio no quería, hasta que mi madre le prometió que no le diría nada a nadie. Entonces la ayudó, mi madre salió de la clínica y volvió al pueblo. No quiso volver a la ciudad. Cuando nací nos atendió una matrona del pueblo.
Es evidente que no murió al nacer, como habían dicho los médicos.
Nací con hernia umbilical, toda encogida y con ataques de epilepsia, que se me fueron pasando poco a poco. Me tuvieron que operar a los seis meses, y no caminé hasta los dos años. Siempre he sido muy débil de salud, siempre he estado anémica y he sido chiquitita. Creo que al operarme tocaron algo que afectó a mi desarrollo. Mi madre quedó bien, y dos años después tuvo a mi hermana pequeña. Somos las últimas de nueve hermanos vivos, más otros tres que fallecieron antes de nacer yo.
¿Cuándo se enteró del peligro al que había sobrevivido?
La conciencia que tengo es que siempre lo he sabido. Creo que me lo dijeron cuando en el colegio, con unos diez años, nos encargaron que hiciéramos nuestro árbol genealógico. Me impresionó bastante saber que mi madre no pensara tanto en ella, o en mis otros hermanos, sino en mí. Aunque no me daba cuenta del todo de lo que hizo por mí, eso fue a raíz de entrar en la vida religiosa.
Soreli (primera fila, a la derecha), con Rosa,
su madre (detrás de ella), su hermana religiosa,
su hermana pequeña, una cuñada y una sobrina
¿Por qué?
Mis padres han sido muy religiosos y siempre nos han infundido lo que eso conlleva. Pero cuando entré en la congregación y tuve más formación religiosa, fui tomando conciencia de más cosas. Al profundizar en lo que Dios nos quiere, vi su mano, vi que me había querido para Él. Siempre digo que yo he sido un capricho del Señor.
¿Cómo descubrió su vocación?
Tengo otra hermana que es religiosa de clausura en España desde antes de nacer yo. Ella siempre estaba detrás de las más pequeñas, a ver si nos gustaba la vida religiosa. Yo no le decía ni que sí ni que no. Cuando era más pequeña me hacía ilusión, pero de joven, cuando iba al instituto y tenía novio, me decía que no iba a servir. Al final, son cosas del Señor. Mi hermana la monja conocía a un sacerdote promotor vocacional que estaba de viaje en Colombia y le pidió que nos visitara a mi hermana pequeña y a mí, para que entráramos en su comunidad. Yo le dije que la vida de clausura me asustaba. En esa época pensaba que todas las religiosas eran de clausura, pero él después nos habló de la vida activa, de la comunidad en la que estoy, las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia. Me llamó la atención el nombre, porque siempre me había gustado la idea de ser misionera. Somos una comunidad muy joven, tengo la suerte de vivir con la fundadora, la madre María Campillo Hurtado. Sólo existía en España, en Murcia, y me vine yo con 20 años, y mi hermana pequeña, aunque a ella le sentaba mal el clima y se volvió. En estos diez años he trabajado en la guardería y ahora en la residencia de mayores.
María Martínez López
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