E s evidente que el aborto provocado suprime de raíz todos los derechos del niño que aún no ha nacido (pero que está ahí) al quitarle el primero de todos: el derecho a la vida. Ya no podrá ejercer su derecho a casarse y fundar una familia; a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión como reconoce la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De nada le servirá que la ONU también le reconozca el derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas; al trabajo, o a escoger como padre el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.
Aunque se habla poco de esto, el aborto voluntario además daña a la madre. Tarde o temprano acaba aflorando la culpabilidad por la tremenda injusticia hecha con su hijo: crisis de llanto inmotivado (aparentemente), pesadillas con bebés, tristeza al ver a otros niños de la edad que su hijo tendría. Muchas madres están desinformadas o engañadas y presionadas. En palabras de una joven recogidas por la prensa hace unas semanas: «Salí de la clínica a las dos horas con un papel de lo que no se debe hacer después de abortar, pero no te dan un papel diciéndote cómo te vas a sentir después de hacerlo, que es muerta en vida».
Y no sólo afecta a personas concretas. El aborto corrompe a la sociedad. Es el mundo al revés: una madre mata a su hijo, un médico a su paciente, un gobernante permite y favorece que se elimine al ser al más indefenso de una sociedad a la que se ha comprometido a defender... Una vez hecho eso, traspasada la línea, es más fácil la degradación moral de las personas, de las instituciones, de la sociedad. Como se ha dicho recientemente, «hasta que esto no se pare es imposible que el mundo mejore».
Durante estas semanas está habiendo un amplio debate sobre este tema. Pero, ¿hace falta un debate para decidir si la tierra es redonda? ¿Para ver si es injusto maltratar al propio padre anciano? Se pretende, con argumentaciones ideológicas, defender lo indefendible; rebatir la sensatez, la lógica y el sentido común; confundir con argucias los argumentos tumbativos que aportan la Biología y la Embriología. A saber: que existe vida individual distinta de su madre desde la concepción, y que esa vida es humana (¿de qué otra especie podría ser?). La ciencia no ha hecho más que confirmar lo que ya se sabía, lo que Hipócrates ya sabía cuatro siglos antes de Cristo: que el aborto es cualquier cosa menos una práctica médica, y que no tiene que ver con la salud, sino con el homicidio.
Toda vida humana merece respeto y cariño, independientemente de su grado de desarrollo o de envejecimiento. Especialmente si es la más indefensa e inocente. Este no es un derecho que concede un parlamento. Es un derecho previo a toda legislación. Lo tiene por ser hombre. El aborto provocado ha sido durante milenios un signo de salvajismo. Ninguna sociedad tenida a sí misma por civilizada consintió nunca este sacrificio de sangre inocente.
Las ideologías funcionan como las anteojeras en los burros: estrechan el campo visual para no ver lo que no queremos ver, lo que nos asustaría. Y se acaba por presentar como un logro progresista lo que, en definitiva, aumenta el dominio de los fuertes sobre los débiles. Como un derecho, lo que acaba con todos los derechos. Como un avance, lo que más degrada y corrompe a la sociedad.
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