José Javier Esparza
29 de abril de 2005. El sillón de alcalde de Madrid tiene propiedades mágicas: quien planta las posaderas se transforma en un benefactor que no piensa sino en intensificar el placer de los madrileños. Ciertamente, cada cual lo intensifica a su manera: Tierno Galván lo quiso hacer a fuerza de rock y porros; Álvarez del Manzano, mediante chotis y zarzuela; Ruiz-Gallardón, con arte contemporáneo para los adultos y coitos gratis para la infancia.
El Ayuntamiento de Madrid va a dispensar gratuitamente la llamada "píldora del día después" a mujeres de entre diez –sí, sí: diez– y veinte años. La píldora de Gallardón será prescrita por el médico sin que medien autorización ni conocimiento de los padres, salvo que el propio médico disponga lo contrario.
La píldora post-coito tiene una ventaja evidente: permite mantener relaciones sexuales sin consecuencias de carácter reproductivo. Es obvio que impedirá embarazos no deseados. Pero tiene también muchas desventajas. Primero, el problema ético: la píldora no deja de ser un método abortivo, porque funciona provocando la expulsión del embrión, es decir, matándolo; si la mujer está embarazada, estamos ante un aborto como cualquier otro. Después, el problema sanitario: si la mujer no está embarazada, la píldora será una medicación superflua que crea un trauma fisiológico gratuito; eso no es inocuo, y menos en la pubertad. Hay un tercer problema de carácter social: al dejar a los padres al margen del asunto, la "píldora madrileña" mina la confianza en el interior de las familias; a partir de ahora, la sexualidad pasa a ser cosa de las chicas y sus médicos, lo cual, en el caso de las menores, es pavoroso. Y hay un cuarto problema: como la norma lleva su insensatez hasta el extremo de fijar una edad mínima de diez años para la administración de la píldora, nos encontraremos con que la píldora de Gallardón crea un conflicto educacional, porque incita a los menores a vivir la sexualidad de una manera irresponsable. La norma generalmente aceptada es que la educación para la libertad necesita el contrapeso de la educación para la responsabilidad; pero la píldora de Gallardón menoscaba la responsabilidad en beneficio de la libertad.
Cual suele ocurrir, detrás de una norma reprobable hallamos a un político inconsistente. Así, el inenarrable concejal de la cosa, Pedro Calvo, ha explicado que la píldora no le causa ningún problema ético: "Como responsable político (sic), trato de ofrecer servicios a los ciudadanos para que ellos, desde su moralidad, decidan o no usarlos". Vale, Calvo. "Queremos orgías", gritaban las masas ebrias en los happenings de los sesenta. Tú dámelas, que de mi moralidad ya me encargo yo. Y me apuntas dos jais, preferiblemente pelirrojas, para el fin de semana que viene. ¿Y no tendrás por ahí un par de bolsitas de coca? Porque, hombre, no es que yo esnife, pero tengo dos amigos a los que además les van las menores y…
Melón…
29 de abril de 2005. El sillón de alcalde de Madrid tiene propiedades mágicas: quien planta las posaderas se transforma en un benefactor que no piensa sino en intensificar el placer de los madrileños. Ciertamente, cada cual lo intensifica a su manera: Tierno Galván lo quiso hacer a fuerza de rock y porros; Álvarez del Manzano, mediante chotis y zarzuela; Ruiz-Gallardón, con arte contemporáneo para los adultos y coitos gratis para la infancia.
El Ayuntamiento de Madrid va a dispensar gratuitamente la llamada "píldora del día después" a mujeres de entre diez –sí, sí: diez– y veinte años. La píldora de Gallardón será prescrita por el médico sin que medien autorización ni conocimiento de los padres, salvo que el propio médico disponga lo contrario.
La píldora post-coito tiene una ventaja evidente: permite mantener relaciones sexuales sin consecuencias de carácter reproductivo. Es obvio que impedirá embarazos no deseados. Pero tiene también muchas desventajas. Primero, el problema ético: la píldora no deja de ser un método abortivo, porque funciona provocando la expulsión del embrión, es decir, matándolo; si la mujer está embarazada, estamos ante un aborto como cualquier otro. Después, el problema sanitario: si la mujer no está embarazada, la píldora será una medicación superflua que crea un trauma fisiológico gratuito; eso no es inocuo, y menos en la pubertad. Hay un tercer problema de carácter social: al dejar a los padres al margen del asunto, la "píldora madrileña" mina la confianza en el interior de las familias; a partir de ahora, la sexualidad pasa a ser cosa de las chicas y sus médicos, lo cual, en el caso de las menores, es pavoroso. Y hay un cuarto problema: como la norma lleva su insensatez hasta el extremo de fijar una edad mínima de diez años para la administración de la píldora, nos encontraremos con que la píldora de Gallardón crea un conflicto educacional, porque incita a los menores a vivir la sexualidad de una manera irresponsable. La norma generalmente aceptada es que la educación para la libertad necesita el contrapeso de la educación para la responsabilidad; pero la píldora de Gallardón menoscaba la responsabilidad en beneficio de la libertad.
Cual suele ocurrir, detrás de una norma reprobable hallamos a un político inconsistente. Así, el inenarrable concejal de la cosa, Pedro Calvo, ha explicado que la píldora no le causa ningún problema ético: "Como responsable político (sic), trato de ofrecer servicios a los ciudadanos para que ellos, desde su moralidad, decidan o no usarlos". Vale, Calvo. "Queremos orgías", gritaban las masas ebrias en los happenings de los sesenta. Tú dámelas, que de mi moralidad ya me encargo yo. Y me apuntas dos jais, preferiblemente pelirrojas, para el fin de semana que viene. ¿Y no tendrás por ahí un par de bolsitas de coca? Porque, hombre, no es que yo esnife, pero tengo dos amigos a los que además les van las menores y…
Melón…
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