La profesión de maestro se ha destacado siempre por ser una profesión vocacional, en la que inevitablemente las personas se involucran más allá del mero aspecto laboral. No en vano los profesores sienten tener entre sus manos el futuro de muchos pequeños seres humanos que, con el tiempo, serán adultos y tendrán que tomar decisiones importantes. Sin embargo, el campo de la docencia atraviesa por unos momentos difíciles, donde la motivación se pone en entredicho cada día, muy a pesar de los mismos profesores. Algunos padres parecen estar ausentes, los niños y jóvenes son rebeldes, contestan y no parecen mostrar el más mínimo respeto por sus profesores, los cuales, además, no se sienten respaldados por la Administración
«El cronista oficial de la villa de Ohanes de las
Alpujarras, Joseph Sancho, firmó un expediente el 15 de diciembre de 1740, en el que dejaba constancia de un hecho que se produjo en relación a las peticiones que el maestro del pueblo hizo al alcalde. A la vista de que una viga estaba desprendida más de una cuarta del techo de la escuela, el maestro solicitó por escrito que se revisase esa situación que ponía en peligro la vida de sus pupilos y la suya propia, y lo que allí se hacía, sobre todo cuando llovía, con lo cual, hasta el mismo maestro se veía afectado por dolores reumáticos, además de mojarle sus papeles. La respuesta del alcalde fue de extrañeza, porque no tenía constancia de esa situación, puesto que hacía 60 años que se había puesto la viga nueva. No obstante, le indicó, también en un escrito, que aunque enviaría a alguien para que constatase la situación, sospechaba que las peticiones del maestro no eran más que excusas y pretextos para no dar golpe. Realizada la pertinente revisión, no se constató nada anómalo, salvo que la viga podía caerse, y, ante ello –indicó el supervisor en su escrito–, bastaba con salir corriendo, lo cual no era para tanto. Al poco tiempo, el techo de la escuela se desplomó, y la certificación del hecho justificó el accidente como un caso fortuito ante el que la autoridad se sentía muy apesadumbrada, indicando al mismo tiempo que, periódicamente, se tomarían las medidas pertinentes». Esta anécdota se recoge en el estudio La salud laboral docente en la enseñanza pública, que realizó la Federación de Enseñanza, de Comisiones Obreras, en el pasado año 2000.
A pesar de los casi trescientos años que separan este hecho de nuestros días, a muchos les sonará familiar. Y es que la profesión de educador, en cualquiera de sus etapas, es una profesión vocacional, una profesión en la que, de modo especial, no caben medias tintas y en la que todos, cada uno a su manera, está llamado a implicarse mucho más allá del mero aspecto laboral. Pero esto, que en un primer momento es el sueño de muchos jóvenes que comienzan su andadura en el campo de la educación, se traduce muchas veces, y con el tiempo, en una acumulación de cansancios, desánimos y, a veces, incluso, enfermedades. Y todo esto, porque el comportamiento de los jóvenes en las aulas, la situación de sus familias y la de la educación en general, no pasa por sus mejores momentos.
Un caso real
Este ejemplo sucedió en un centro de enseñanza Secundaria del Principado de Asturias, una vez finalizados los exámenes de septiembre de este mismo año. En este caso fue Asturias, pero la historia se repite en todas las regiones españolas. En 2º de Bachillerato, un 60% de los alumnos se presentaron a los exámenes de recuperación. Tras esos exámanes, las estadísticas dieron como resultado que cada alumno reclamó un promedio de 2 ó 3 asignaturas. Don José A. Ll. , profesor de este centro, afirmaba, al narrar este caso, que «nadie se opone al derecho de reclamación que tiene el alumno, pero sí que es cierto que algunas veces puede tener consecuencias negativas para el profesor, como la pérdida directa del prestigio y la autoridad. Hay alumnos que reclaman por el solo hecho de que ésa es su única asignatura suspensa, y aunque tengan un uno en el examen, las autoridades competentes, la inspección o la conserjería, se la aprueban. ¿De qué le sirve, entonces, al profesor, su corrección? ¿Dónde se queda la autoridad del profesor respecto del alumno?»
Los profesores se quejan también de las sanciones que se les imponen a los alumnos. Aducen que, en las leyes actuales de educación, el capítulo de deberes del alumno es ridículo frente al de los derechos, y que, por tanto, las sanciones previstas, o no existen, o no tienen una utilidad práctica. Para ilustrar este hecho, un profesor explica otro caso real: «A un alumno que llega a tener 20 faltas sin justificar en un mes, por no haber ido a clase, se le sanciona con tener que acudir, todas las tardes, durante una semana, a la biblioteca del centro. Evidentemente, si no ha ido en 20 días, mucho menos va a acudir por las tardes. Después de tres apercibimientos, por fin se le abre un expediente, que no se hace efectivo hasta pasados 2 ó 3 meses. Finalmente, se le expulsa cuatro días del centro, como medida última».
Graves faltas de disciplina
Sin embargo, las causas por las cuales los profesores llegan a perder la motivación con el paso de los años son especialmente las faltas de disciplina, de respeto, y la ausencia de apoyo por parte de los padres, fenómenos cada vez más frecuentes. También el aumento del número de alumnos por clase, y las distintas condiciones en las que llegan los alumnos dentro de una misma clase, tienen parte de culpa.
Don Juan Antonio Planas, Presidente de COPOE (Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España), explica que, en algunos aspectos, las condiciones del profesorado han avanzado bastante, especialmente en cuestiones de remuneración, horarios, etc. «Sin embargo –añade–, la mayor parte del profesorado, especialmente de Secundaria, está desmotivado. Sufren el conocido como síndrome del burn-out, o síndrome del quemado, propio de personas a las que se les exige mucho y no ven suficiente respaldo, en este caso por parte de la Administración. Las causas son múltiples: por un lado, los alumnos cada vez respetan menos la autoridad del adulto; además, el hecho de que los alumnos estén escolarizados hasta los 16 años, independientemente de su motivación o su capacidad, provoca que los profesores se encuentren en clase con un 20% ó 30% de alumnos que molestan a otros, o que desprestigian a los demás como método de defensa, porque no quieren reconocer que no tienen capacidad para cursar ese nivel… Después existe una serie de problemas que hasta hace pocos años no se conocían, como la adicción a determinadas drogas, el uso de los móviles, la anorexia y la bulimia, que afectan a muchos adolescentes, y frente a los cuales el profesor no sabe cómo actuar. Otro factor importante es el alumnado inmigrante. No se puede entender como un problema, porque no lo es. La heterogeneidad es buena: de hecho, el Premio Nacional de Bachillerato es una alumna rumana, pero cuando estos chicos llegan a España desconocen el idioma, tienen muy distintos niveles curriculares, y el profesor se encuentra con alumnos en circunstancias muy distintas».
«El profesorado de Secundaria en España –continúa el Presidente de COPOE– son personas que no han tenido una formación específica en materia de educación. Ésta es una de las lagunas que con la nueva Ley de Educación no se va a resolver. Son personas con una licenciatura que han hecho un curso de pocas horas para ser profesor, pero eso no es suficiente. No han recibido una formación específica en dinámica de grupos, en evaluación…, y se encuentran con que tienen que aprender a base de ensayo y error. Esta complejidad de tareas en la sociedad actual es un trabajo muy exigente, para lo cual no estamos preparados muchos de nosotros, pero tampoco se está facilitando suficientemente desde la Administración: si aumentan los ratios, es decir, el número de alumnos por aula, afecta a la calidad de la educación; si se masifican los centros, especialmente de Secundaria, habrá más conflictos, más desorganización… Todas estas cosas, sumadas, explican buena parte del deterioro en la motivación del profesorado».
La familia, fundamental
Muchos de los problemas de los jóvenes actuales hunden sus raíces en la familia. Marta Blanco y Rosa Escudero, ambas orientadoras, en Secundaria y en Primaria, respectivamente, en el colegio Nuestra Señora de las Delicias, de Madrid, explican que «todos los profesores coinciden con que la falta de adaptación en la escuela tiene su origen en los problemas de la familia, en todos aquellos chicos cuyos padres están divorciados, o no viven con ellos…» Marta, orientadora en Secundaria, opina que «los profesores se ven poco apoyados por los padres, porque en cuanto sus hijos se resisten a responsabilizarse de alguna tarea, no pueden acudir a los padres para que les ayuden. Los chicos no están acostumbrados a esforzarse y nadie les exige, normalmente. Es más fácil ceder a la primera para no tener quebraderos de cabeza con ellos».
Rosa Escudero lo ve muy claramente con los más pequeños: «Si alguna vez le comentas a una madre que su hijo no ha comido bien, puede que te pregunte: ¿Y qué tenía para comer? Dependiendo de lo que le respondas, te puede contestar: ¡Ah, pero es que a mi hijo eso no le gusta!, con lo que ves que en casa los niños no tienen límites, y nadie les enseña desde que son pequeños, con lo que, cuando son mayores, ya no hay manera de controlarlos». Rosa también observa un retroceso muy grande, de unos años a esta parte, en cuestiones tan cotidianas como el chupete o los pañales, que los niños tardan en quitarse, así como una inmadurez muy fuerte en el plano del lenguaje, porque nadie les estimula en casa para que puedan ir aprendiendo.
Sin embargo, a medida que los propios profesores van conociendo los casos en particular, se dan cuenta de que los padres, en muchas ocasiones, no tienen la culpa de lo que sucede con sus hijos. Muchas veces ellos mismos tienen que hacer frente a dos trabajos y a muchos gastos, y no tienen tiempo para pasarlo con sus hijos. Por eso estas dos orientadoras afirman, preocupadas, que antes el colegio realizaba actividades y talleres para que participaran los padres, y así hubiera una relación estrecha entre el colegio y las familias, cosa que ahora sería impensable. «Se ve cada vez más individualismo –afirma Rosa–. Si se trata de hablar de su hijo en particular, los padres suelen acudir, pero todo lo que sea actividades en grupo, los padres no suelen responder, pues siempre están trabajando los dos».
El fenómeno de la violencia
La violencia en las escuelas es otro tema que no se puede olvidar, porque es una de las causas más importantes de bajas laborales entre los profesores. Si bien afecta más a determinados centros de las zonas marginales de las ciudades, los porcentajes son preocupantes. Según un estudio de la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, un 15% de los trabajadores del sector educativo ha sufrido malos tratos físicos o psicológicos en el trabajo, lo que traducido en cifras significaría que, de los 11 millones de personas empleadas en esta área en Europa, 1.650.000 personas se han visto afectadas. «Los actos violentos –afirma el citado estudio– suponen comportamientos incívicos de faltas de respeto a los demás, agresiones físicas o verbales y ataques, y suelen provenir de alumnos, de padres o incluso de personas ajenas al entorno del centro». Un estudio de ANPE entre docentes de Infantil, Primaria y Secundaria afirmaba que «el 85% del profesorado de la Comunidad de Madrid reconoce la existencia de situaciones de violencia en los centros», y la mitad de los encuestados, de un total de 10.000, se decantaba por los centros de Secundaria como los lugares más proclives a los actos de violencia.
En su libro Los hijos tiranos. El síndrome del emperador, don Vicente Garrido, profesor de la Universidad de Valencia, afirma que la violencia de los jóvenes no siempre tiene su explicación en el entorno familiar, y también pone sobre la mesa algunos ejemplos en Francia e Inglaterra: «En Inglaterra, Tony Blair ha declarado recientemente que quiere inculcar respeto entre sus ciudadanos, y en particular entre los jóvenes violentos. En Francia, la preocupación con la violencia social y cotidiana de los niños de 7 a 15 años ha movido ya diversas iniciativas gubernamentales. Pero quizás en España esta crisis haya sucedido de modo más repentino y brutal. Ahora se trata muchas veces de chicos de clase media que, a diferencia de los jóvenes que provienen de zonas marginales, no deberían estar actuando de este modo, ya que en teoría disponen de recursos y de padres adecuados. Esta participación explícita de chicos que no deberían ser violentos se traduce, como es lógico, en una agresividad donde primero hallan sus víctimas, que es su propia casa. Pero luego también se traduce en los colegios, y, en ciertos casos, en crímenes y agresiones en la calle».
Consecuencias
Desde el año 1966, la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y la OMS (Organización Mundial de la Salud) vienen haciendo recomendaciones a los países europeos sobre la necesidad de vigilar la salud de los trabajadores y docentes de los centros escolares. Afortunadamente, son bastantes los estudios que se tienen sobre la incidencia de los problemas de las escuelas en la salud de los profesores. Por eso se pueden conocer datos como el que ofrece el estudio del sindicato ANPE en Madrid y la Fundación Jiménez Díaz: el 73% de los profesores en la Comunidad de Madrid se encuentran en riesgo de padecer ansiedad o depresión por causas debidas a la presión externa, y la franja de edad entre los 30 y los 49 años es la que mayor riesgo presenta de padecer este tipo de trastornos, especialmente los docentes de Secundaria, y los de la zona centro, este y sur de la ciudad.
Otro estudio realizado por FETE-UGT sacó como conclusiones que el 56,6% de la población docente había sufrido algún tipo de baja a lo largo de su vida laboral, con un promedio de 27,84 días. El 81,4% de las causas que habían generado esta baja eran las consideradas típicas de la actividad docente, como las alteraciones de la voz, los contagios de enfermedades, las lesiones músculo-esqueléticas, las operaciones quirúrgicas o las patologías psiquiátricas (estrés, depresión, ansiedad…), estas últimas representaban entre el 12,2 y el 23,4% de las bajas. También se pudo saber que el perfil personal condicionaba significativamente la incidencia de las situaciones de baja laboral, que dependía de tres variables fundamentales: sexo, edad y familiares a su cargo. En ese sentido, se llegó a la conclusión de que las mayores bajas laborales tenían un perfil de mujer, mayor de 36 años, y con familia a su cargo.
Otro dato significativo es el de la incidencia de los alumnos por aula: según este estudio hay una relación directa de la cantidad de alumnos que tiene un profesor en clase con las enfermedades de la voz, y las patologías psiquiátricas: por encima de 20 alumnos por aula, se incrementa significativamente el nivel de incidencia de estas afecciones.
¿Hay solución?
¿Qué soluciones puede haber para estos datos que reflejan la realidad? El Presidente de
COPOE, Juan Antonio Planas, cree que los países que nos rodean «han invertido desde hace muchos años en educación, y eso se recoge al cabo de los años. En España, ni antes ni ahora se está dedicando el esfuerzo suficiente. Es necesario plantearse un cambio de prioridades. Con un kilómetro de AVE o de autopista se harían escuelas y se pagaría profesores. No puede haber tantos profesores interinos que cada año cambien de colegio, ni se puede atender un aula con 30 chavales, cada uno con su capacidad y su motivación distinta… Siendo concretos, por ejemplo, tienen que disminuir las ratios; además, hay que contar con más personal de ayuda al profesor tutor, como orientadores y profesores de apoyo. Son todas medidas que cuestan dinero, pero que de lo contrario se van poniendo parches y no se soluciona nada. Otra medida concreta es que los centros, tanto de Primaria como de Secundaria, se hagan más pequeños: centros con más de 500 alumnos son demasiado grandes. Y sobre todo cuando, además, hay que atender a la diversidad».
Los nuevos problemas requieren nuevas soluciones. Por eso los especialistas en el campo educativo apuestan por la mejora de la formación permanente del profesor. Don Juan José Planas afirma que los profesores se desmotivan «porque tienen muchos alumnos, porque llevan muchos años seguidos en la docencia... Hay que incentivar muchísimo la formación en centros, y los años sabáticos, favoreciendo que cada cierto tiempo un profesor pueda tomarse un año dedicado a la formación. Otra medida que se podría formentar es que los profesores de cierta edad pudieran ver reducida su carga lectiva, que no es quitarles trabajo, sino cambiarlo un poco: reducir la docencia. Ahí entra la tarea del inspector, que debe revisar no sólo la actitud de los alumnos, sino del profesorado. Hay profesores que, después de un tiempo, están cansados y hay que buscar una solución para ellos, pero también hay que pensar que los chicos no se merecen a veces un profesor desmotivado. Y ahí la inspección tiene que actuar. Y si una persona no tiene que dejar de ser funcionario, a lo mejor tiene que cambiar de tarea. Pero una persona que trabaja con niños y jóvenes tiene que tener mucha ilusión, mucha formación, tiene que estar muy bien remunerada, y tiene que desear realmente ser profesor, porque de lo contrario nos encontramos con personas que no están bien preparadas ni académica ni psicológicamente».
En definitiva, parece que nos encontramos ante una situación frente a la que hay soluciones, pero que no dependen únicamente de la voluntad de los profesores, que siempre quieren lo mejor para los alumnos. En estos tiempos en los que se debate acerca del concepto de calidad de educación, habría que pararse a pensar qué se entiende, no ya por calidad, sino por educación, y revisar, al mismo tiempo, los conceptos de autoridad y disciplina, hoy en desuso.
¿Se está aplicando correctamente el concepto de igualdad en la educación? Hay profesores que opinan que se está llevando este concepto hasta el absurdo, admitiendo que todos los niños nacen igualmente dotados, y se niega algo tan obvio psicológicamente como la existencia de diferencias en las distintas capacidades, igual que existen las diferencias físicas. La igualdad aplicada a la educación consiste en que todos los niños tienen que tener los mismos derechos y las mismas oportunidades. Por eso habrá que educarles a todos en la disciplina, en la motivación, el esfuerzo y el apoyo a los más débiles, pero nunca bajar los objetivos mínimos, de manera que el resultado sea la mediocridad, en todos los niveles, y que genera tanta desmotivación entre los educadores.
Cuando se hace un balance en el campo de la educación, como en casi todo, resulta muy injusto generalizar. Quizá haya colegios en los que las familias colaboren estrechamente con los profesores, y éstos se encuentren realmente apoyados en su tarea educadora. Pero los datos no mienten: los profesores se encuentran con graves dificultades, a la hora de realizar su trabajo, y es hora de que desde la Administración, y por qué no, también desde la familia, se tenga en cuenta.
A. Llamas Palacios
1 comentario:
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