Steve Mosher es el Presidente del Instituto de Investigación en Población (Population Research Institute), una organización sin fines de lucro dedicada a desmontar la falacia de la sobrepoblación en el mundo.
Intervención del Sr. José Ignacio Beteta Bazán en el Congreso de la República del Perú con ocasión del Foro “Familia, Sociedad y Estado” convocado por el Ministerio de la Mujer y el Desarrollo – MIMDES y la Vicepresidenta del Congreso de la República, Dra. Fabiola Morales.Lima, 09 de diciembre de 2008
Muchas gracias por la invitación a este foro. Antes de empezar con el tema que se me ha encargado, quiero decir que debemos aprovechar estas instancias para ayudar al Estado. No son muchas las veces en las que éste se pone de pie para escuchar a la sociedad civil en materias tan importantes, y este tipo de foros debe servir para aterrizar opiniones, ideas positivas y concretarlas en políticas públicas que alcancen a la sociedad en su conjunto.
Aunque me toca hablar del mundo educativo, empezaré con un ejemplo de la economía: En la historia de nuestro país un estado intervencionista nunca ha traído buenos resultados. Un ejemplo claro de esto lo tenemos en el ámbito económico. Cuando quisimos convertir al estado peruano en un empresario, como en el gobierno del General Velasco hace unos 30 años, los resultados fueron nefastos: si el estado controla los precios, interviene en la banca, estatiza y asume roles empresariales, la sociedad pierde tarde o temprano. Por el contrario, cuando el estado acompaña, facilita, brinda las condiciones necesarias y equitativas para que la sociedad y las instituciones que la conforman se desarrollen, los resultados positivos no se hacen esperar.
La creación de diversas entidades reguladoras, la democratización del poder judicial y su completa autonomía del Gobierno de turno, por ejemplo, son reformas muy positivas que garantizan que la sociedad peruana se desarrolle libremente amparada por el estado, no estrangulada por el mismo.
Y comienzo con este ejemplo porque si en las políticas económicas prevalece este principio, también en las políticas sociales. “Tanto estado como sea necesario, tanta sociedad como sea posible”. En este ámbito el estado tiene como principal objetivo garantizar el bien común de las personas, el de cada una y el de las comunidades en las que se reúnen para integrar la sociedad. Y quién podría negar que la primera comunidad en el orden cultural es la familia. La familia es el hecho democrático por excelencia: nace de una relación libre, se basa en normas de consenso, tiene un fundamento ético y apunta a un fin altruista, la pareja estable es un modelo de diálogo, de aceptación, de renuncia voluntaria y respeto por la individualidad que es el otro. Es un hecho democrático sostenido en el tiempo y por lo tanto modélico en el más pleno sentido de la palabra.
En cada familia se educan futuros ciudadanos, constructores de una sociedad más justa y solidaria. Quienes votamos no somos individuos sin conexiones: somos finalmente hijos, padres, hermanos, parientes. Es la familia, repito, el primer hecho democrático. Y en este sentido al Estado le toca acompañarla, protegerla, revalorarla. Suena lógico: la mejor aliada del estado en la construcción de una democracia real es y será siempre la familia.
Y para que esto suceda el estado y la sociedad deben entender que tanto la democracia como la familia son hechos, no “entelequias” manipulables por el lobby o algún pequeño grupo de poder bien posicionado. Son hechos que requieren de ciertas virtudes, hábitos positivos que las construyan. Y así como pueden ser construidos, también pueden ser destruidos. Son don y misión, dato y tarea.
Pero esto no se comprende. Le ocurre a la familia, y por lo tanto a la democracia, lo que un francés escribió alguna vez: “lo esencial es invisible a los ojos”. Olvidamos fácticamente a la familia. Esto debido en parte el gran volumen de información que recibimos de los diferentes medios informativos animados por motivaciones lucrativas. Los modelos de jóvenes, héroes y referentes que vemos en los medios no aparecen en el ámbito de una familia natural. Generalmente son mostrados como individuos desligados de lazos de este tipo: no recuerdo alguna película de James Bond en la que su madre haya tenido un rol protagónico, sin embargo cabe preguntarse ¿no será James Bond lo que es gracias a su madre? Apuesto que su madre era mucho más recia que él. Pero eso no vendería, y las películas, video juegos y otros espectáculos resaltan mas bien el logro individual, exaltan la veleidad y lo esporádico, lo efímero de nuestras existencias con el fin de sacarnos de la constante de la vida humana, vida a veces llena de preocupaciones, dramas, alegrías, gozos, desencantos….Este fenómeno cala en las conciencias y poco a poco trastoca el concepto objetivo de familia.
Tenemos frente a nosotros un desafiante panorama: por un lado la necesidad de construir democracia y a la familia como el primer hecho democrático y, por otro el absurdo olvido y manipulación ésta última que finalmente afectará tarde o temprano a la primera.
Ha llegado el momento entonces de desvelar una certeza: la familia y la democracia se necesitan mutuamente. Cuando la familia sufre, la democracia también. Y si nosotros no ayudamos al Estado a construir proyectos políticos desde una perspectiva real de familia, el Estado nos terminará reemplazando, cosa, que como hemos visto al iniciar esta intervención, nunca ha dado buenos resultados.
Es ahí donde interviene la educación. Cuando hablamos de formar el capital humano, concepto fundamental en las reflexiones económicas actuales para la búsqueda de un desarrollo sostenible, hablamos de brindar una educación de calidad a aquellos que son y serán el sostén de una nación: su clase empresarial, sus gobernantes, sus empleados públicos y privados, sus docentes, sus obreros, sus agricultores.
Una educación de calidad interesada en el desarrollo democrático y en el crecimiento económico de una nación debe favorecer y fortalecer el rol educador de la familia, su rol democratizador y a su vez transmitir de forma didáctica y transversal una verdad elocuente: no hay verdadera democracia sin verdaderas familias. Esto se debe trasladar a los planes educativos, a los textos, a la normativa, etc.
Pero hay indicios (y me permito decirlo como alguien que está comprometido con el mundo educativo), dejados por los diversos equipos de trabajo que van pasando por el estado y que se encargan de diseñar los planes educativos nacionales y regionales, indicios, repito, que muestran un olvido de la familia y un concepto errado de la democracia.
Tampoco hay un tratamiento integral y contundente de estos dos temas. Nos matamos buscando que nuestros niños y niñas aprendan a leer y a resolver problemas de matemáticas, les enseñamos mucho inglés pero… eso no los formará como ciudadanos.
No podemos descuidar lo esencial. Damos por hecho que nuestros hijos e hijas serán ciudadanos bien formados para vivir en comunidad, trabajar en equipo, ser generosos, ser responsables, ser líderes positivos, amar de verdad…. Y ¿es acaso eso lo que les “venden” los medios informativos actuales? ¿Quién les enseña a vivir eso? Damos por hecho que nuestros hijos e hijas estarán preparados para sostener relaciones duraderas, realizadoras, comprometidas, para criar hijos y acompañarlos hasta que sean personas de bien… Y ¿es acaso eso lo que les “ofrecen” los medios informativos en la actualidad? ¿Quién les enseña a vivir eso? Si no fortalecemos a la familia, la escuela no podrá dar algo que no le corresponde. Recordemos que los colegios reciben de la familia por delegación la función de instruir a sus hijos, no la reemplazan. Debemos fortalecer a la familia y fortalecer también la educación en perspectiva democrática y de familia en las escuelas.
Concluyo recapitulando las tres ideas que he querido transmitir el día de hoy:
En primer lugar: El estado debe acompañar y garantizar el desarrollo de las comunidades que sostienen la sociedad y la primera comunidad que sostiene una nación es la familia.
Segundo: Es la familia el principal hecho democrático espontáneo que surge dentro de y sostiene a la sociedad y por ello requiere de una valoración especial por parte del estado.
Y tercero: la educación pública, el plan educativo nacional, todas las políticas educativas deben sacar a la luz la importancia de la familia y su rol democratizador, y transmitirlo de forma transversal a nuestras futuras generaciones de peruanos. Debemos empezar a desvelar lo que por mucho tiempo ha estado velado: sin familia no hay educación de calidad, sin familia no hay democracia, sin familia no hay sociedad.
(c) 2007 Population Research Institute
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