30 segundos para salvar una vida
Tomado de Bruno 30 segundos para salvar una vida traducido de este artículo, en The White Lily Blog
[…] la mujer que hablaba inglés se separó del trío y se acercó al coche. Hizo gestos a la conductora para que bajase la ventanilla. La mujer dudó pero, finalmente, después de comprobar el espejo retrovisor, bajó la ventanilla tres o cuatro centímetros.
La mujer que hablaba inglés le mostró el folleto azul a la conductora. “Hola”, dijo. “Me llamo Mary”. El sacerdote siempre les decía que sonriesen y se presentasen. Es cierto que eso gastaba dos segundos de los treinta que tenían, pero ayudaba. “Este folleto tiene información sobre los peligros del aborto y también incluye las direcciones y números de teléfono de centros que ayudan a las mujeres embarazadas, proporcionándoles ropas, cosas de bebé y pañales, si decide no abortar. Ahí mismo, en la portada del folleto, están las direcciones y los teléfonos. Están abiertos ahora mismo. Iré con usted, si quiere. Es todo gratis. Pueden hacerle una ecografía. Tiene una última oportunidad de pensar sobre todo esto. Por favor, cójalo y léalo. Es todo gratis.”
La conductora movió la cabeza con irritación y empezó a cerrar la ventanilla. “Ya me he decidido”, afirmó. “Ya he elegido lo que quiero hacer”. Pero no terminó de cerrar la ventanilla.
La mujer asintió. “Ya lo sé. Sé que ha pensado sobre ello. No es una cosa fácil de hacer para una mujer”. De pronto, su rostro pareció más viejo y más triste. Puso la mano enguantada en la ventanilla, cerca de donde la conductora tenía su mano por dentro del cristal. “Por favor, tome esto y léalo dentro.” Se acercó un poco más. La conductora le miraba a los ojos y se acercó también. La mujer que hablaba inglés podía sentir al Padre Stephen mirándola, al susurrar: “Déle otra oportunidad a Dios”.
La conductora dejó de mirarla a los ojos. Comenzó a cerrar la ventanilla y gruñió: “¡Ya he pensado en ello! Así que ¡déjeme en paz!”
La otra mujer siguió mirándola a los ojos y se inclinó para acercarse un poco más a la ventanilla mientras el motor rugía para continuar. “Por favor,” susurró. “¡Otra oportunidad!”
La conductora dudó un segundo y, después, inclinando la mirada, suspiró, bajó otra vez la ventanilla y dijo, con voz cansada y paciente con todas las ancianas del mundo, incluyendo esta irritante mujer: “Bueno, vale. ¡Démelo!” Lo cogió por la ventanilla, con sus lindas uñas pintadas de rojo, y condujo el coche a través de la puerta de entrada.
La mujer que hablaba inglés volvió al grupo y continuaron con el rosario. Otros dos mejicanos, un hombre y una mujer de mediana edad, con sus rosarios en las manos enguantadas, se unieron a ellos. El viento cada vez era más frío, pero ellos seguían rezando. Era un día horrible para matar a un niño, pensaban todos en un idioma o en otro. No es que haya buenos días para hacer algo así, es simplemente lo que pensaban siempre, junto a las vallas de las clínicas abortistas, mientras multitud de mujeres, día tras día y año tras año, entraban en sus coches para matar a sus hijos. 50 millones desde la legalización del aborto y nunca era un buen día.
Estaban a medias de un Ave María en español del último misterio gozoso, pensando en esa última mujer que había entrado, una hermosa mujer afroamericana que habría tenido un niño guapísimo, cuando volvió a salir por la puerta, dejando la clínica. Y les pilló totalmente desprevenidos, rezando y recordándola.
“¿Se…. marcha?” Preguntó sorprendida Mary, la mujer que hablaba inglés, caminando hacia el coche, por el lado del pasajero. “¿Se…. marcha? ¿No lo va a hacer?”, preguntó Mary a través del vidrio, mientras la acompañante bajaba la ventanilla, esta vez del todo. La mujer afroamericana asintió con la cabeza, haciendo que sus lindas extensiones de pelo se agitasen.
“Sí, me marcho. No voy a hacerlo.” Miró directamente a Mary. “Lo he leído,” dijo. “Tenía razón. Tiene razón. Sé que tiene razón. No es seguro y sé que no lo es. Y está mal. Sé que está mal. Nadie tiene que decirme que está mal.”
Mary se quedó un momento en silencio, porque estaba llorando. El sacerdote y los tres mejicanos, la mujer joven y la pareja mayor, se habían acercado al coche y todos estaban llorando. Y sonreían. Si el viento no hubiera sido tan frío, puede que sólo hubiesen estado sonriendo. Este bebé, este bebé había costado […]
Adopcion Espiritual
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