Carta del arzobispo de Oviedo Mons. Carlos Osoro
La verdad sobre el hombre comienza en la familia
Carta Pastoral con ocasión de la Ley por la que se modifica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio
Oviedo, 4 de julio de 2005
Al deciros que la verdad sobre el hombre comienza en la familia, os hago una invitación al optimismo, a la esperanza y a la confianza. Hay momentos en la historia de los hombres que da la impresión de que son las fuerzas del mal las que prevalecen, pues con mucha frecuencia parece que sucumben la honradez y la justicia, la verdad sobre el ser humano y el respeto a su dignidad. Pero, no tengamos miedo: Cristo ha vencido al mal y estamos llamados a dominar todas las fuerzas que hacen decrecer la verdad con nuestra fe en Jesucristo. Él, que con su muerte y resurrección, consiguió la victoria sobre el pecado y nos hizo capaces de experimentar con seguridad que el bien vence al mal, y está por encima del mal, y Él es el Bien. Tengamos esta convicción y vivamos esta certeza: somos de Cristo y es Él quien vence en nosotros. Sin ella, el desánimo y el acomodamiento a la prepotencia del mal es seguro. La tentación más sutil que acecha hoy a todos los cristianos, y muy especialmente a los más jóvenes, es renunciar a vivir dejando de hacer propia en nuestra vida la afirmación victoriosa de Cristo: «Yo he vencido».
Asistimos hoy a una contaminación de las ideas y de las costumbres que pueden llevar a la destrucción del hombre. Hemos oído muchas veces cómo se ha querido someter a la sociedad, afirmando que quien controlaba la economía tenía los resortes de poder; más tarde hemos oído que quien controlaba la educación tenía en sus manos el futuro de la sociedad y, en estos momentos, impera la filosofía de que quien domina la familia tiene en sus manos la sociedad y el futuro. Desde esta óptica hoy podemos entender los intereses por desequilibrar la familia. En esta contaminación y desequilibrio está el pecado que procede de la mentira. ¡La verdad y la mentira en lucha, y la falsedad presentándose con apariencias de verdad!
El verdadero progreso humano
¿Qué es la verdad?, preguntaba Pilato a Jesús. La tragedia del gobernador romano residió en no saber reconocer que la verdad estaba delante de él encarnada en la persona de Jesucristo. No se puede repetir esta tragedia en la vida. Dios se hizo hombre: «El Verbo se hizo hombre y habitó con nosotros» (Jn 1, 14). En Jesucristo contemplamos al ser humano tal como Dios quiere que sea. En la familia es donde comienza a desarrollarse la verdad sobre el hombre y cuando se somete a la institución familiar a presiones de diverso tipo para acomodarla a conveniencias de grupos, y no a la verdad, no puede decirse que estamos ante un hecho de progreso de la humanidad, sino ante la mentira instaurada en la civilización. La historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad o un combate entre libertades que se oponen, como decía San Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios, llevado hasta el desprecio de uno mismo; y el amor de uno mismo, llevado hasta el desprecio de Dios.
Matrimonio y familia están unidos con la dignidad personal del hombre y no devienen del instinto y de la pasión, ni exclusivamente del sentimiento; se derivan, ante todo, de una decisión libre de la voluntad, de un amor personal, por el cual los esposos se hacen una sola carne, un sólo corazón y una sola alma. El matrimonio está orientado al futuro porque es el único lugar idóneo para la generación y para la educación de los hijos, por eso también en su misma esencia está orientado hacia la fecundidad, a crear la cultura de la vida como colaboradores del amor creador de Dios. Hay que respetar la regla establecida para los procesos de vida. No se puede calificar a una sociedad de progresista y moderna si es que no respeta estos procesos. Conculcando estos principios naturales estaremos construyendo una sociedad que vive cerrando los ojos al futuro. La falta de respeto hacia estos principios, que contienen la vida en su misma esencia, implica la instauración de una cultura de la muerte, con procesos parecidos, e incluso más disimulados, a los que hemos vivido dramáticamente en Europa en épocas recientes.
Familia: hombre y mujer, esposos
La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Remontarse al inicio, al gesto creador de Dios, es una necesidad para la familia, si es que quiere conocerse y realizarse según la verdad interior de su ser y de su actuación histórica.
Hay tres afirmaciones que se nos presentan al contemplar ese gesto creador de Dios:
1. Creer en la familia. Sí, en la familia fundada y vivificada por el amor de una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los hijos. La vida humana surge de dos laderas: un padre y una madre. Negar una de ellas es negar la vida. Todo hombre nace de padre y madre y cada uno de ellos se constituye en eje indivisible del único ser que somos cada uno de nosotros. No se puede surgir físicamente sin padre y madre, ni se puede llegar a ser persona en plenitud sin padre y madre. Ellos son principios físicos de existencia, fundamentos personales y constituyentes de nuestro ser; principios simbólicos y psicológicos de identificación del ser humano como ser con sentido en el mundo. Dos palabras sagradas para toda persona, padre y madre, que tienen un contenido especial. Sacar de la existencia o promover otra la cultura de la existencia, marginando, negando o diluyendo, el significado antropológico de los términos “padre” y “madre”, se convierte en un ataque a la misma esencia de la vida.
2. Esperar en la familia. Sí, en la familia que ha recibido la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Como nos ha dijo el Papa Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa de él vivamente» (RH 10). Este amor tiene su realización más profunda en el matrimonio, en el amor del hombre y la mujer, y de forma más amplia entre los miembros de la misma familia. El cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida, promoviendo, instaurando y sirviendo a una verdadera cultura de la vida. El matrimonio, formado por el hombre y la mujer, inicio singular de la familia, es la esencia misma de la cultura de la vida y por tanto del futuro de la humanidad.
3. Amar a la familia. ¿Cómo no amar a la familia si en ella y de ella hemos recibido lo mejor que tenemos, que es la vida misma? «Dios con la creación del hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a la perfección la obra de sus manos; los llama a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida» (FC 2. Afrontar el camino de la vocación matrimonial y familiar significa aprender el amor conyugal día a día, año tras año, el amor en alma y cuerpo, el amor que es «paciente y bondadoso, no busca su interés…no tiene miedo al mal». El amor «encuentra su alegría en la verdad», el amor que «todo lo soporta» (cf. 1ª Cor 13). No permitamos que se nos arrebate la riqueza de la familia. No incluyamos en nuestro proyecto de vida un contenido deformado, empobrecido y falseado, a causa de nuestras propias situaciones: sólo el «amor se alegra con la verdad». Busquemos la verdad del matrimonio y de la familia allí donde se encuentra, sabiendo que cada uno de nosotros somos verificación de esa verdad. Dispongámonos a defender la verdad del hombre, que tiene también su revelación en la familia, yendo incluso contra corriente de las opiniones que circulan o de las formas que se instauran imperativamente y sin consenso en la sociedad. Convirtamos el amor en un amor verdadero.
En la Familia de Nazaret encontramos los argumentos necesarios para reafirmar la familia como realidad sagrada. Y que “padre” y “madre” son las palabras más hermosas que hablan de la verdad del hombre y de la mujer, porque generan vida y prolongan el amor de Dios. Nosotros no somos un añadido al mutuo amor de nuestros padres, sino que hemos brotado del corazón mismo de su donación recíproca, siendo su fruto y su cumplimiento. Creed en la familia.
Con gran afecto, os bendice
Carlos, Arzobispo de Oviedo
La verdad sobre el hombre comienza en la familia
Carta Pastoral con ocasión de la Ley por la que se modifica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio
Oviedo, 4 de julio de 2005
Al deciros que la verdad sobre el hombre comienza en la familia, os hago una invitación al optimismo, a la esperanza y a la confianza. Hay momentos en la historia de los hombres que da la impresión de que son las fuerzas del mal las que prevalecen, pues con mucha frecuencia parece que sucumben la honradez y la justicia, la verdad sobre el ser humano y el respeto a su dignidad. Pero, no tengamos miedo: Cristo ha vencido al mal y estamos llamados a dominar todas las fuerzas que hacen decrecer la verdad con nuestra fe en Jesucristo. Él, que con su muerte y resurrección, consiguió la victoria sobre el pecado y nos hizo capaces de experimentar con seguridad que el bien vence al mal, y está por encima del mal, y Él es el Bien. Tengamos esta convicción y vivamos esta certeza: somos de Cristo y es Él quien vence en nosotros. Sin ella, el desánimo y el acomodamiento a la prepotencia del mal es seguro. La tentación más sutil que acecha hoy a todos los cristianos, y muy especialmente a los más jóvenes, es renunciar a vivir dejando de hacer propia en nuestra vida la afirmación victoriosa de Cristo: «Yo he vencido».
Asistimos hoy a una contaminación de las ideas y de las costumbres que pueden llevar a la destrucción del hombre. Hemos oído muchas veces cómo se ha querido someter a la sociedad, afirmando que quien controlaba la economía tenía los resortes de poder; más tarde hemos oído que quien controlaba la educación tenía en sus manos el futuro de la sociedad y, en estos momentos, impera la filosofía de que quien domina la familia tiene en sus manos la sociedad y el futuro. Desde esta óptica hoy podemos entender los intereses por desequilibrar la familia. En esta contaminación y desequilibrio está el pecado que procede de la mentira. ¡La verdad y la mentira en lucha, y la falsedad presentándose con apariencias de verdad!
El verdadero progreso humano
¿Qué es la verdad?, preguntaba Pilato a Jesús. La tragedia del gobernador romano residió en no saber reconocer que la verdad estaba delante de él encarnada en la persona de Jesucristo. No se puede repetir esta tragedia en la vida. Dios se hizo hombre: «El Verbo se hizo hombre y habitó con nosotros» (Jn 1, 14). En Jesucristo contemplamos al ser humano tal como Dios quiere que sea. En la familia es donde comienza a desarrollarse la verdad sobre el hombre y cuando se somete a la institución familiar a presiones de diverso tipo para acomodarla a conveniencias de grupos, y no a la verdad, no puede decirse que estamos ante un hecho de progreso de la humanidad, sino ante la mentira instaurada en la civilización. La historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad o un combate entre libertades que se oponen, como decía San Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios, llevado hasta el desprecio de uno mismo; y el amor de uno mismo, llevado hasta el desprecio de Dios.
Matrimonio y familia están unidos con la dignidad personal del hombre y no devienen del instinto y de la pasión, ni exclusivamente del sentimiento; se derivan, ante todo, de una decisión libre de la voluntad, de un amor personal, por el cual los esposos se hacen una sola carne, un sólo corazón y una sola alma. El matrimonio está orientado al futuro porque es el único lugar idóneo para la generación y para la educación de los hijos, por eso también en su misma esencia está orientado hacia la fecundidad, a crear la cultura de la vida como colaboradores del amor creador de Dios. Hay que respetar la regla establecida para los procesos de vida. No se puede calificar a una sociedad de progresista y moderna si es que no respeta estos procesos. Conculcando estos principios naturales estaremos construyendo una sociedad que vive cerrando los ojos al futuro. La falta de respeto hacia estos principios, que contienen la vida en su misma esencia, implica la instauración de una cultura de la muerte, con procesos parecidos, e incluso más disimulados, a los que hemos vivido dramáticamente en Europa en épocas recientes.
Familia: hombre y mujer, esposos
La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Remontarse al inicio, al gesto creador de Dios, es una necesidad para la familia, si es que quiere conocerse y realizarse según la verdad interior de su ser y de su actuación histórica.
Hay tres afirmaciones que se nos presentan al contemplar ese gesto creador de Dios:
1. Creer en la familia. Sí, en la familia fundada y vivificada por el amor de una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los hijos. La vida humana surge de dos laderas: un padre y una madre. Negar una de ellas es negar la vida. Todo hombre nace de padre y madre y cada uno de ellos se constituye en eje indivisible del único ser que somos cada uno de nosotros. No se puede surgir físicamente sin padre y madre, ni se puede llegar a ser persona en plenitud sin padre y madre. Ellos son principios físicos de existencia, fundamentos personales y constituyentes de nuestro ser; principios simbólicos y psicológicos de identificación del ser humano como ser con sentido en el mundo. Dos palabras sagradas para toda persona, padre y madre, que tienen un contenido especial. Sacar de la existencia o promover otra la cultura de la existencia, marginando, negando o diluyendo, el significado antropológico de los términos “padre” y “madre”, se convierte en un ataque a la misma esencia de la vida.
2. Esperar en la familia. Sí, en la familia que ha recibido la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Como nos ha dijo el Papa Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa de él vivamente» (RH 10). Este amor tiene su realización más profunda en el matrimonio, en el amor del hombre y la mujer, y de forma más amplia entre los miembros de la misma familia. El cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida, promoviendo, instaurando y sirviendo a una verdadera cultura de la vida. El matrimonio, formado por el hombre y la mujer, inicio singular de la familia, es la esencia misma de la cultura de la vida y por tanto del futuro de la humanidad.
3. Amar a la familia. ¿Cómo no amar a la familia si en ella y de ella hemos recibido lo mejor que tenemos, que es la vida misma? «Dios con la creación del hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a la perfección la obra de sus manos; los llama a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida» (FC 2. Afrontar el camino de la vocación matrimonial y familiar significa aprender el amor conyugal día a día, año tras año, el amor en alma y cuerpo, el amor que es «paciente y bondadoso, no busca su interés…no tiene miedo al mal». El amor «encuentra su alegría en la verdad», el amor que «todo lo soporta» (cf. 1ª Cor 13). No permitamos que se nos arrebate la riqueza de la familia. No incluyamos en nuestro proyecto de vida un contenido deformado, empobrecido y falseado, a causa de nuestras propias situaciones: sólo el «amor se alegra con la verdad». Busquemos la verdad del matrimonio y de la familia allí donde se encuentra, sabiendo que cada uno de nosotros somos verificación de esa verdad. Dispongámonos a defender la verdad del hombre, que tiene también su revelación en la familia, yendo incluso contra corriente de las opiniones que circulan o de las formas que se instauran imperativamente y sin consenso en la sociedad. Convirtamos el amor en un amor verdadero.
En la Familia de Nazaret encontramos los argumentos necesarios para reafirmar la familia como realidad sagrada. Y que “padre” y “madre” son las palabras más hermosas que hablan de la verdad del hombre y de la mujer, porque generan vida y prolongan el amor de Dios. Nosotros no somos un añadido al mutuo amor de nuestros padres, sino que hemos brotado del corazón mismo de su donación recíproca, siendo su fruto y su cumplimiento. Creed en la familia.
Con gran afecto, os bendice
Carlos, Arzobispo de Oviedo
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