No todos viven apegados a la opinión de moda y más autocomplaciente. Al menos parte de la ciudadanía ha discernido entre lo legal y lo moral: sólo a veces coinciden o son compatibles. Véanse las dictaduras. Pero también las supuestas 'democracias' pueden ser atroces y más hipócritas. El maridaje entre el poder y lo humano es arduo. Pese a todo, algunos distinguen incluso entre una opción moral específica de un grupo o persona y un humanismo universal mínimo.
Cuando a comienzos de cada mes de julio algunos nos atrevemos a recordar el aniversario de la despenalización del aborto en España y su millón largo de víctimas mortales, rendimos un tributo a los más pequeños y olvidados, con el amparo de la prensa libre y pluralista. Proclamamos que la ley de despenalización del aborto es profunda y universalmente inmoral e inhumana porque sustenta la aniquilación sistemática de decenas de miles de seres humanos cada año en España. Y deja maltrechas a tantas madres, hundida la natalidad y herida la conciencia de una sociedad que ante tal legislación mira hacia otro lado. No es cuestión de derechas o izquierdas, de religión o irreligión, sino de básica información embriológica y de elemental humanismo.
Pedro Zerolo, catapultado desde la dirección del homosexualismo español al órgano director del partido gobernante en España (PSOE), se ha hecho portavoz de la conexión entre las políticas antivida y antifamilia con sus leyes inhumanas que destruyen de raíz todo lo humano: la vida humana naciente y su natural entorno familiar basado en el matrimonio. Este nuevo guardián de la ortodoxia pesoista (que poco tiene que ver con un verdadero socialismo) aboga igualmente por confundir la noción social de matrimonio y por el 'aborto libre'. Es coherente con la estrategia internacional de los lobbies homosexualistas. Y muy dañina para los verdaderos intereses de las personas de conducta homosexual.
Ante esta nueva ofensiva antifamiliar es necesario tener muy claro lo siguiente. Primero, no dejarse amedrentar por el estigma de 'homofóbico' y por toda la serie de amenazas que nos lanzan desde su posición de poder político y mediático. Por ello, todos los atemorizados, empezando por las personas de hábitos homosexuales no resignadas y con reales valores familiares, deben salir del armario del silencio frente a la dictadura rosa. Respetemos y amemos a las personas con prácticas homoeróticas, porque ante todo son personas. No las juzguemos. Pero que no nos obliguen a bendecir y homologar cualquier conducta sexual, sea o no homosexual.
En segundo lugar, que los homofóbicos son los grupos rosas de presión, el lobby guei internacional, unido al 'feminismo' (o hembrismo) radical de género y a toda la red mundial de políticas eugenésicas y antividas. Ellos ocultan violentamente la verdad a las personas con homosexualidad. Detestan su recuperación, que ya se ha demostrado posible. Y ya es hora de denunciar, además, su antropofobia, por su política antivida, y su cristofobia, por su persecución anticristiana.
Tercero: la cuestión no queda en 'matrimonio guei' o no, sino que sobre todo estriba en si vamos a permitir homosexualizar gran parte de la sociedad, admitiendo incluso que el lobby guei domine la educación sexual y familiar de nuestros niños y jóvenes, como está logrando en buena medida. Es ya muy alta su infiltración en los colegios y en la programación televisiva infantil. Y no dejemos que nos redefinan como 'heterosexuales' por contraposición a ellos, como si fuera una opción más. Nosotros simplemente no somos homosexuales. Como siempre: no cedamos ante su control y manipulación estratégica del lenguaje.
Cuarto: podrán legislar a su antojo, pero no podrán falsificar la identidad humana y su bien correspondiente, el que da sentido a toda moral humanista. Hablarán y escribirán de 'matrimonio' homosexual como quien defiende la cuadratura del círculo, pero dicha ficción jurídica nunca reflejará realidad humana alguna. Asumirlo no es 'esencialismo inmovilista', sino elemental realismo humano. Pocos se oponen ya a una ley de emparejamientos civiles que satisfaga sus reales intereses prácticos sin alterar la identidad humana del matrimonio. En esto ya ha habido amplia flexibilidad. Ahora bien, aunque manipulen los textos legales, no trastornarán la antropología y mucho menos nuestra conciencia. No estamos en contra de algo imposible como los 'matrimonios' homosexuales, sino contra la superchería sobre su realidad.
Quinto: en la práctica el número y la duración de esos ficticios 'matrimonios' tendrán poca incidencia. Incluso el número de homo-adopciones, aunque siempre penoso, será escaso. Mucha más deletéreo será el aumento de destrucciones familiares que propiciará la inhumana ley de 'divorcio express'. La experiencia enseña que miles de matrimonios se salvan en el espacio de tiempo que esta ley desprecia.
Ahora, lo grave de toda esta confusión legislativa homosexualista no es que se realicen unas ceremonias absurdas (aunque sea respetable la subjetividad sentimental de las personas que se creen contrayentes). Lo grave no es que el lobby o cabildeo de parte de una ínfima minoría bien organizada se imponga, sino que una gran masa social se deje seducir. La legislación homosexualista en materia de matrimonio y unas cuantas ceremonias son sólo el síntoma. Lo más preocupante es que revela una mayúscula confusión sobre algo tan vital como el matrimonio, la familia y la paternidad por parte de un gran sector de una sociedad. Si no sabemos lo que es el matrimonio, la familia y la paternidad, se extinguirá el matrimonio, la familia y la paternidad: fallecerá la humanidad. Es algo más que decadencia cultural. Es síntoma de larvado suicidio social. A la radical destrucción cultural acompaña la masiva destrucción de la vida humana.
Dr. Pablo López López
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