MARTA CAÑO MONTEJO
Estaba yo recabando material sobre el aborto para una colaboración que me habían pedido en un programa de radio: jurisprudencia, métodos, consecuencias en las madres que abortan, clínicas especializadas, porcentajes. Cada línea que leía sobre el tema me inquietaba más, pero hacía acopio de serenidad y procuraba mantener la objetividad.
Encontré en Internet información exhaustiva sobre los métodos de aborto utilizados en clínicas de España y Estados Unidos, con detalles técnicos de cada procedimiento en palabras de los médicos que realizan estas intervenciones. Para concentrarme más en los datos opté por la versión sin fotografías. Ya revisaría las fotos al acabar la lectura. La angustia y el temor me golpeaban con cada palabra leída. Comencé removiéndome en la silla, luego tuve que retirar varias veces la vista de la pantalla. Cuando terminé con el texto y quise ver las fotografías, acabé levantándome para calmar la necesidad imperiosa que sentía de abrazar a mi hijo de cuatro meses, en parte para consolar mi dolor, en parte, porque necesitaba colmar de besos y arrullar, en él, a todos los niños asesinados tan cruelmente con cada aborto excusado por alguno de los famosos supuestos.
No podía dejar de repetir inconscientemente: «Que me los den a mí, pero que no los maten así». Consciente del imposible que estaba planteando pensé que si esta circunstancia se hubiera dado en el siglo XIX, cuando la Iglesia iba dando respuesta en forma de congregaciones religiosas a las dramáticas pobrezas de la sociedad europea, seguro que habría algunas monjitas dedicadas exclusivamente a la atención de estas madres y la recogida de sus hijos. En la actualidad existe el proyecto 'Red Madre', aunque no tiene mucho respaldo gubernamental. «Que se pongan en contacto con Red Madre, pero que no los maten».
¿Cómo es posible que estemos discutiendo sobre la permisividad o restricción de los tres supuestos y nadie plantee el debate sobre la crueldad de los métodos con los que se mata a esos niños? Porque, no se engañen, con doce semanas son niños hechos y derechos.
Por encontrarse cuidadosamente protegidos en el vientre de la madre no es posible utilizar una simple inyección sin poner en peligro la vida de la mujer -¿qué cosas tiene la naturaleza!- y la legislación no establece método alguno, lo deja al criterio del 'agente sanitario'. Es tremendamente paradójico que en los países con pena de muerte (horca, lapidación, fusilamiento, silla eléctrica o inyección letal) el ejercicio de la misma esté perfectamente delimitado. No se permite la muerte con o por tortura. Sin embargo, nosotros hablamos sobre aplicar o no la pena máxima a inocentes sin detenernos a pensar en cuánto se les hace sufrir hasta matarlos. ¿Se imaginan ustedes a un guardia americano tirando con un fórceps de la pierna, el brazo o la cabeza de un preso hasta arrancárselos para luego arrojar a una trituradora sus miembros? ¿O el revuelo que organizaría Amnistía Internacional si en Somalia mataran a una mujer adúltera a cuchilladas con una cureta y arrojaran su cuerpo desmembrado a un cubo de basura? ¿Pueden imaginarse el suplicio del reo que es colocado frente a un potente aspirador de boca afilada y con cuchillas integradas que al intentar pasar por el orificio del tubo fuera troceando? ¿O el de aquel que es sacado del calorcito de su lecho en la noche para encapucharlo y dejarlo con la cabeza atrapada en los barrotes de la celda mientras le clavan unas tijeras en la región occipital? Total, como no le vemos la cara, no sabemos si es hombre o maniquí. ¿Cómo es posible que una cosa tan horrible sea legal y lo consintamos sin tocarnos el corazón?
Veo la carita de mi hijo durmiendo y pienso: ¿quién puede tener las entrañas tan negras como para hacer daño a un bebé? Acaricio su frente, y sólo se me ocurre pensar que, probablemente, sea la cosita más inocente y tierna que tenga la ocasión de conocer y disfrutar, hasta que crezca y discutamos, ¿claro! Dejo que se aferre a mi mano y siento que las madres que abortan nunca sabrán cuánto habría curado su corazón arañado, el calor y la emoción que les hubieran transmitido sus bebes cuando durmieran junto a su pecho. Beso sus ojos, su nariz, sus mejillas calientes, beso su barbilla fresca y pienso en el hombre que será, las veces que tenderá su mano, las que consolará, lo que aportará con su esfuerzo a la familia y a la sociedad y no se me ocurre muestra de mayor prepotencia que la de quebrar su vida sin pensar en las consecuencias que esto entrañará. ¿No dicen que la historia es una cadena de acontecimientos? Juego con el él mientras le aseo o contemplo su expresión mientras duerme, profundo, y no puedo imaginar siquiera un motivo por el que renunciaría al gozo de compartir esos momento con él. Aunque el resto del día haya sido un asco.
Dejémonos de teorías y formulemos nuestro juicio con el corazón: acérquese a un bebé y mientras lo contempla a él, no a la idea de un bebé, pregúntese si se reconoce capaz de hacer las barbaridades que le he descrito arriba. ¿No? ¿Por qué no? Si le parece cruel, ¿cómo es que está dispuesto/a a hacer la vista gorda para que otros -mercenarios- hagan el trabajo sucio? ¿Cómo no sale a la calle y pide la abolición del aborto?
¿Qué pasa con el 'derecho de las madres'? ¿Qué pasa?, pregunto yo. Por dramáticas que sean determinadas situaciones, ustedes no verían bien el asesinato de un ser humano para resolver el problema de otro ¿o sí? Y desde ya mismo les digo que considero a las madres que abortan víctimas de sus hombres, sus familias y los prejuicios de la propia sociedad.
Que si un bebé no es tal hasta que cumple las doce semanas de gestación ¿Quién puede afirmarlo con total rotundidad? Los descubrimientos médicos y las imágenes disponibles de la vida intrauterina cada vez nos hablan más alto de que el feto es claramente una vida humana y de su capacidad de sobrevivir.
Que para la madre, mientras no conoce la carita del bebé tras el nacimiento, no deja de ser algo indefinido que no ama y que puede extirparse como quien elimina un tumor Yo no me atrevería definir lo que sentimos todas de las madres por nuestros hijos durante la gestación, pero desde luego indiferencia no y desamor tampoco. Aprendemos a quererlos con cada constancia de su presencia que nos aporta ver crecer el volumen de nuestro abdomen. Es ilusión con la certeza de la noticia. Es afán de protección para que no le ocurra nada cuando más vulnerable es, en las primeras semanas. Es el intento por constatar cada cambio en su desarrollo. Es conocerle a través del velo opaco de una ecografía, es pensar un nombre que le defina bien y le vaya a gustar de mayor
Cuanto les planteo en estas líneas es de una atrocidad que desborda. ¿Creen ustedes que soy conservadora, sensiblera, cristiana recalcitrante, antifeminista, de mente cerrada, temerosa del progreso. Soy una mujer que no entiende la manía de considerar todo lo no tiene voz propia susceptible de ser obviado y borrado del mapa. Apelo a ustedes para remediar esta situación. ¿Por dónde empezaría usted?.
Adopcion Espiritual
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