Por la periodista Vivian Maldonado Miranda
La decisión era difícil.
Basado en los conocimientos médicos de hace 51 años, el médico le dijo a su padre que tenía que escoger entre la vida del bebé o la de su esposa. Según cuentan sus tías, él era más grande de lo que el cuerpo de su madre podía resistir y las cesáreas no eran, para aquél entonces, tan fiables como hoy día.
Así, el hermano franciscano David López, natural de Texas, relata que para el momento en que se decidía si era abortado o no, su mamá estaba inconsciente. El doctor dejó la decisión en manos de su papá: un fiscal federal de ascendencia española, nacido en Estados Unidos. “Era una decisión dolorosa para mi papá. Yo no lo culpo, ni resiento nada, porque fue una decisión que tuvo que tomar en aquél momento”, comenta.
Sentado con sus manos sobre la mesa, López relata su historia con un hablar pausado. Lo que dificulta sus palabras no son lágrimas, sino la condición que desarrolló por falta de oxígeno al nacer, según afirma a consecuencia de haber sido abortado.
Para aquél entonces, su hermano mayor había nacido. Dice que su papá no quería que el primogénito quedara huérfano si su esposa moría. Entonces, decidió que el médico terminara el embarazo de su mujer. En el vientre, estaba él. El proceso consistía en aplastar la cabeza del feto, para sacarlo muerto.
EV: ¿Y cómo usted sobrevivió? No entiendo.
“Yo tampoco, nadie entiende.—respondió—Nací clínicamente muerto”.
Diez minutos después del aborto, relata que el feto que se suponía que estaba muerto comenzó a moverse. “Luego de 10 minutos sin oxígeno en el cerebro, tiene su efecto. En mí, es la parálisis cerebral”, explica.
La parálisis cerebral es un grupo de desórdenes que afectan la habilitad de la persona para moverse, mantener el balance y la postura, de acuerdo con la información en la enciclopedia médica del Instuto Nacional de la Salud. Algunos casos presentan problemas de visión, audición, habla y hasta retardo mental.
En David, la parálisis representó ser “legalmente mudo” hasta los 10 años, cuando una terapueta del habla se empeñó en que “algo podía salir de mi boca”. “Ahora no me callo”, comenta con una risa modesta al final de una noche de oración en un hogar de Guaynabo. El hermano franciscano tuvo a cargo la predicación.
De pie con su hábito marrón y su cuerpo medio inclinado, mantuvo cautiva a una treintena de personas. Todos escuchaban con atención. Habló de la joven doncella María, viajando de Nazaret a Belén.
Al igual que María abrazó la cruz de Jesús “hasta el final”, el hermano David abraza su cruz, con una sonrisa. Dice que Dios tiene buen sentido del humor. Por eso, aunque a veces amenece con el cuerpo “que no quiere funcionar”, expresa que la parálisis cerebral es su “hermanito”, “este regalo de Dios que me ha acompañado por 51 años y me he acostumbrado a él”.
“Yo lo recibo [la parálisis] con mucho gusto. Es mi constante compañero y uno de mis mejores amigos”, añadió. Se considera un hombre “enamorado de Jesús”, que está “enamorado de la vida”, a través del amor a Cristo. Para el hermano David “Dios nunca comete errores”, por lo que “ninguna vida es un error”.
Aunque no juzga a su papá por decidir que le practicaran el aborto a su mamá, dice que el aborto “es más que un acto criminal. Es un acto de cobardía y toda cobardía es una falta de confianza en Dios, principalmente”.
“Si Dios es el Señor y dador de la vida como profesamos en el Credo, entonces Él y nada más Él tiene el supremo derecho de comenzar y terminar una vida en este mundo. Aunque yo como cristiano sé que la vida no termina con el fallecimiento, pero en el hecho físico, nada más el Señor tiene el derecho de terminar una vida, ya sea 5 minutos después de nacer o 100 años más tarde”, concluyó.
Nota: Tomado con autorización, de "El Visitante de Puerto Rico", semanario católico de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña; San Juan, Puerto Rico, edición 5 del sábado 3 al viernes 9 de febrero del 2008, www.elvisitante.net .
Adopcion Espiritual
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